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NO SIEMPRE ES MEJOR LO QUE VIENE, NI PEOR LO QUE SE DEJA ATRÁS

               Es curioso como dicen que pasa el tiempo. De repente uno se acuerda de tantas cosas. Cosas que, como hilos brillantes en las amplias salas de la memoria, restañan con su luz y manifiestan lo hermoso de lo ya ido. No es que se quiera vivir en el pasado, ni siquiera es pensar en aquello que se fue como algo que ya no tenemos. No. Se trata sin duda de una consideración más importante. Es como si hubiéramos dejado ir lo que de incalculable valor hay en nosotros mismos, y lo hubiéramos cambiado por vituallas, por oropel que, sin tener valor, alardean de peso y sustancia.

               ¿Cuánto de lo que debe quedarse atrás es simplemente retenido? ¿Cuánto de lo que se perdió alguna vez podrá ser de nuevo restaurado? No dejamos de dolernos con profundo desconsuelo de todo lo perdido, que nada tiene que ver con cuanto es necesario dejar que se vaya.

Yo no hablo de eso, ni de la nostalgia, ni tan siquiera de historia o de una situación cualquiera, hablo de cada momento único, mágico y genuino que ha hecho de nosotros cuanto somos, que ha engrandecido nuestro horizonte y ha permitido que de algún modo podamos decir que hemos evolucionado.

  Tendemos a postular modernismos, a especular con cuanto pasa por nuestras manos y nuestros pensamientos y todo lo externo lo ponemos por delante de cuanto es esencialmente el hombre: su propio ser. Nunca debiéramos dejar que las corrientes se llevaran por delante lo más sagrado, la parte relevante y magnífica que nos dignifica como personas y nos hace elevarnos por encima de todo lo que es vano e insustancial. Sin embargo, dejamos que la corriente nos lleve, aun cuando en el fondo sabemos y pensamos que no es lo más conveniente, que todo lo que suena a nuevo no es mejor porque sea diferente, será mejor solo si lo sopesamos y resulta que la experiencia nos lleva a asumirlo como tal. Pero no es así como actuamos, lo que durante siglos ha sido piedra fundamental, lo tiramos de golpe, lo cortamos de un tajo, para salir corriendo en pos de la modernidad. Sin darnos cuenta, sin observar, que tras la modernidad viene cada vez algo más moderno, más novedoso, más grandilocuente, algo que buscará la forma de enredar nuestro intelecto y atraparnos y hacer que nos dejemos llevar por la corriente.

  No se trata ya tanto de conservadurismo, se trata de preservar, de salvaguardar lo que nos ha traído hasta aquí con agradecimiento. Y no pasar con tanta precipitación a no darle importancia a nada porque el tiempo corre tan veloz, que, si de repente te paras, si por un momento consideras siquiera a dónde vas, pudiera suponer que hubieras muerto y que te convertirías en estatua de sal. Pero hay ciertas cosas que nunca debieran perderse, cosas que nos hacen la vida más hermosa y familiar, todo aquello que han sido grandes aciertos y que ha supuesto tanto para la mejora de la humanidad.

  Si pudiera, yo haría pliegues en el tiempo y aunque fuera por instantes, habría momentos y lugares donde me iría a refugiar. Y no es nostalgia creedme, no es desacuerdo ni disconformidad, es reflexión tácita, algo que nace directamente del interior y que grita con fuerza que no está de acuerdo, que no se va a dejar suplantar.

  Los valores que han cobrado fuerza en nuestras vidas, que nos han acompañado tantas veces y tan frecuentemente en el camino, nunca, jamás deben perderse, jamás deben quedar atrás y jamás hemos de dejar que caigan en el olvido, y se los trague el tiempo y la distancia.

  ¡Cuántas cosas hemos perdido sin ni tan siquiera mirarlas! Eso sin considerar que nos hubieran servido para mejorar de un modo sustancial.

LA VIDA DA MUCHAS VUELTAS

                La vida da muchas vueltas, es frecuente de oír. Y con el tiempo descubres que frases como esta y otras similares, cuya repetición las hace de algún modo populares, son verdad.

               Recuerdo en mis años mozos, que muchas de las personas mayores que había a mi alrededor, permanecían activas pese a estar jubiladas. Se levantaban temprano, ayudaban en las tareas del campo y formaban una parte muy precisa del tejido social.

               Veo a mis abuelos siempre activos (mi abuela era la primera en levantarse, preparar la colada, iniciar el desayuno, tender la ropa y organizar antes de que todos se levantasen) y a mis tíos abuelos, que montaban incluso en bicicleta ya en avanzada edad y que resultaban un ejemplo para el pueblo, que en su nombre celebran todavía hoy el día del pedal.

               Ahora, en plenos años de la tecnología avanzada (que hace personas propensas al sofá), tenemos que estar recordando continuamente que la actividad es vital para nuestro organismo.

               El peligro del sedentarismo no solo se da en los mayores, sino en jóvenes e incluso en los niños. Y esto, ya determina en mayor o menor medida, su grado de actividad con el paso de los años.

               Tener una vejez activa, tener una vida activa, es cuestión de voluntad, una voluntad centrada en la dinámica de la acción. Cada día es una nueva oportunidad, un soplo de viento distinto. Y si queremos llegar a la meta soñada, es preciso que cada empuje del viento nos coja al timón de este barco que hemos elegido para viajar por este mundo y en esta vida. Si no estamos despiertos, ese barco está destinado a zozobrar o quedarse en cualquier escollo del camino.

               Hemos de saber que tanto la televisión como internet, son solo instrumentos de entretenimiento que nos pueden dar buenos ratos de ocio, e incluso brindarnos cierto conocimiento, siempre que los utilicemos de manera prudente. Dedicarles más de algunas horas al día, es contraproducente y desde luego nocivo. Nuestro tiempo es en suma valioso, y hemos de ocuparlo en mil cosas al día para mantener activo nuestro cerebro, la capacidad de pensar, razonar y hacerlo con convicción.

               Hay mucho que podemos hacer, cualquier pequeña tarea por insignificante que parezca, nos va dar un estímulo que precisamos, tanto a nivel orgánico como anímico. El tiempo transcurre y pasa tan rápido, que cuanto dejamos pasar, muy raramente vuelve. Por lo tanto, mientras nos quede un hálito de vida, mientras la sonrisa brille en nuestros labios, aún nos queda un baile, una última danza, antes de entregarnos a lo infinito.

 

Antonio Quero

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