¿Cómo será la vuelta a las clases?
Para la que se nos viene encima, es una pregunta que abruma cuando no apesadumbra a cualquiera que tenga algo que ver con la misma. Algo muy incierto como todo lo relacionado con la pandemia o coronavirus. No es segura, cómo lo afrontará el alumnado es algo insólito, la familia es cuanto menos preocupante y el profesorado es desalentador que a falta de una semana no sepa en qué modalidad presencial o semipresencial desempeñará su función docente. No es que no se pueda saber cómo actuará sino que hay que anticiparse y prevenir, o estar en alerta máxima para que no seamos conejillos de indias y fuente de propagación o contagio sin saber cómo evitar el riesgo, y concienciarnos sobre las posibilidades y herramientas con las que debemos contar o educarnos en ellas, porque lo que está claro es que implica más medidas… No sé si somos lo suficientemente conscientes de adónde vamos y en qué condiciones lo vamos a hacer. Llevan semanas diciendo que la situación epidemiológica es preocupante, que hay que reducir aforos, limitar el número de personas y tiempo en reuniones sociales, ¿acaso puede haber recuperación económica sin un control sanitario de la epidemia? Sin embargo en nuestros centros educativos nada garantiza que no sean fuentes de contagios. Con esto como padre y docente que soy, no quiero crear alarma pero sí hacer pensar que aunque es necesaria la educación presencial, hay que arriesgarse lo mínimo posible y combinarla con la semipresencial o telemática, para solucionar dudas y problemas de todo lo que genere una atención directa y por franjas diferentes de horario, si queremos prevenir y asegurar la mínima propagación. Digo todo esto porque es casi imposible no tener un mínimo contacto entre miembros de toda una comunidad educativa, y más en los pequeños de infantil, primaria y primeros cursos de secundaria. Pues especialmente con todos, y específicamente con ellos se trabaja como educadores que somos el aspecto emocional. De modo que me parece necesario que se diga alto y claro los riesgos que corre la comunidad educativa, que la seguridad laboral debe primar cuando afecta a la salud, y esto está recogido en las leyes. Esperemos no salir malparados pero está claro que es responsabilidad de la Administración, y que se involucre de la misma manera que lo hace para muchos funcionarios y trabajadores de otros sectores. Porque si los niños y jóvenes pueden ir a los centros educativos, ¿cargamos con la misma temeridad? Responsables políticos pónganse ustedes de acuerdo primero y sean coherentes desde los distintos ámbitos sanitarios y educativos; a no ser que la Educación no sea el mejor referente para poder representarnos, y así nos va. Finalmente sepan ustedes que la tasa de incidencia del virus de 328 casos x 100.000 habitantes en Andalucía está muy lejos de la recomendable de 25 casos según El Harvard Global Health Institute. En España, ¿cúal es la tasa recomendada? No se sabe. El presidente de la Sociedad Española de Epidemiología, Pere Godoy, señalaba que “las escuelas deberían abrir con un nivel más bajo de transmisión comunitaria que el que tenemos hoy”. Pienso yo, no vayamos a experimentar un terrible ascenso o cifras significativas de alumnos y docentes contagiados, cuarentenas cargadas de ansiedad, cerrando instalaciones y continuado la enseñanza en modalidad online hasta ver la evolución de los contagios, desde el miedo y la frustración, ingredientes que menoscaban una educación integral y óptima. Abrir escuelas, institutos y universidades es la parte fácil; mantenerlas de forma segura, es la parte difícil. No vayamos a colapsar nuestros centros sanitarios y si conocemos de antemano experiencias como las de Israel, Alemania y Finlandia, ¿qué garantizamos? Por tanto se trata de una decisión cuestionable: ¿Las familias están preparadas para que los contagios no se extiendan en el ámbito familiar más vulnerable? ¿Se han arbitrado medidas para que aquellos alumnos más desfavorecidos tengan los recursos necesarios para una formación online? Juzguen ustedes.
Francisco Velasco Rey