Vivimos en una época, en la que se habla mucho de armonía y paz interior. Sin embargo, pocos mencionan que una de las mejores formas de alcanzar estos ideales es mediante el espíritu de servicio hacia los demás. La paz es el fruto de escuchar, de entender y atender las necesidades ajenas antes que las propias.

            Vivir la fraternidad y la armonía, entre los seres humanos son los ideales de paz que más se predican, en contraposición al desastre, a la guerra y a todo género de conflictos. Pero la paz no comienza desde fuera, sino desde dentro. No depende de las decisiones de los gobiernos, sino de lo que llevamos en el interior. “Estar en paz consigo mismo, refiere Fray Luis de León, es el medio más seguro de comenzar a estarlo con los demás”.

            La paz es un valor que suele perderse fácilmente de vista. Cuando una nación entra en conflicto con otra y tenemos que vivir sus consecuencias o cuando en la familia los problemas o pleitos comienzan a surgir, comenzamos a apreciar el valor que tiene la paz.

            La paz, que podamos vivir con los demás, radica en nuestra forma de expresarnos. En algunos momentos, tenemos el impulso de hacer notar los errores de nuestros interlocutores, sin saber todo lo que tienen que decir, provocando discusiones y resentimientos. Expresar nuestro punto de vista en el momento oportuno, facilita la comunicación y aumenta las posibilidades de superar las dificultades, pues ambas partes se sienten escuchadas.

            Del mismo modo ocurre cuando se hace necesaria la corrección de una actitud: el disgusto nos mueve a reprender en el momento sin medir las palabras que utilizamos. ¿Cuántas veces nos hemos arrepentido por la excesiva dureza que tuvimos con nuestros subalternos, hijos o compañeros? La pérdida de la paz interior se debe a la intolerancia e incomprensión que mostramos, generando una imagen negativa y tal vez altanera de nuestra persona. Por eso, es importante pensar, con serenidad, antes de tomar cartas en el asunto.

            Como en todos los valores, se requiere la iniciativa personal para lograr vivirlos. La paz interior surge, como producto del conocimiento propio y profundo, “allí donde el agua alcanza su mayor profundidad, dice Shakespeare, se mantiene más en calma”. Gracias a este bien de hondas raíces y frutos sanos y sabrosos, somos capaces de aprender a dominar nuestro egoísmo y el deseo de tener siempre la razón. En definitiva, a escuchar y a comprender las debilidades propias y ajenas. Pero, sobre todo, pensar en los demás siempre. Cuando esto ocurre conciliamos la paz con nosotros mismos y con nuestros semejantes.

            En esta ocasión, como en tantas otras, volveré a usar la palabra para condenar públicamente las guerras, la mayor perversidad del hombre contra el hombre, y para ensalzar a los cuatro vientos la bondad, la grandeza y la generosidad, entre otras muchas cualidades todas constructivas, que llevan en sus entrañas la Paz. “En la paz, dice Herodoto, los hijos entierran a los padres; la guerra altera el orden de la naturaleza y hace que los padres entierren a sus hijos”. Al evocar estas palabras del historiador griego, también han aflorado en mi mente aquellos versos del poema “Guerra” de Miguel Hernández: “El odio sin remedio. / ¿Y la juventud? / En el ataúd”.

            Paz (del latín pax-pacis), definida en sentido positivo, es un estado a nivel social o personal, en el cual se encuentran en equilibrio y estabilidad las personas. También se refiere a la tranquilidad mental de una persona o sociedad. Definida en sentido negativo, es la ausencia de inquietud, violencia o guerra.

            En el plano colectivo, “paz” es lo contrario de la guerra estado interior exento de sentimientos negativos (ira, odio, envidia…). Ese estado interior positivo es deseado tanto para uno mismo como para los demás, hasta el punto de convertirse en un propósito o meta de vida.

            Aquellos que desencadenan un conflicto bélico son seres tan malvados que, en sus mentes psicópatas, creen poder devastar y dominar aquello que, según ellos, no sigue la línea marcada por su propia voluntad perversa, masacrando y exterminando a seres humanos que, como ellos, van de camino con sus luces y tinieblas en cada latido de sus corazones.

            En los últimos años de la segunda década de este siglo, continúan las escaladas militares cimentadas, como todas, en la maldad manifiesta, en la ambición de poder y en la irracionalidad exaltada de los dirigentes de las naciones involucradas en estas luchas de consecuencias funestas para los países en litigio y para el resto de los humanos.

            Es evidente que una declaración de guerra siempre es una agresión a todos los pueblos del mundo. Dejemos, pues, que se oxiden las armas y se esfumen esos silencios que no llevan a parte alguna, y, si hay que luchar, es decir, acercar convicciones e ideas y entendimientos, limen asperezas, filos cortantes, vértices como dagas…  los dos bandos y después háganlo con la Justicia y la Palabra. “Se acierta más por la dulzura, confiesa Erasmo de Rótterdam, que por la acrimonia”. Además, y sigo con Erasmo, “las dos partes creen que tienen la Justicia de su lado”.

            Aportemos todos los hombres y mujeres de buena voluntad nuestro “granito de arena” para que la Paz reine en nosotros y en cada uno de los países enclavados en los diversos continentes del mundo. Gracias a ella, la humanidad evolucionará, desde lo fraterno y lo creativo, lo positivo y lo igualitario…, para bien de todos los que formamos parte de ella y para los que mañana serán miembros de la misma. Por ello grito a toda la humanidad que “la guerra es la salida cobarde, expresa Thomas Mann, a los problemas de la paz”.

            No olvidemos, y tampoco aquellos que nos gobiernan, que el pueblo posee la primera y la última palabra. Cualquier pueblo del mundo debe saber que es más auténtico y más venturoso y más próspero vivir con la sonrisa en los labios que con la espada en la mano. Pero, por desgracia, cuántas y cuántas personas viven de espalda a las múltiples tragedias bélicas que suceden en nuestro planeta. “Entre los vivos, manifiesta Manuel Mantero, los hay más muertos que los muertos. Son aquellos que desayunando se informan de las matanzas previstas o ejecutadas, y no se inmutan. Seguramente están ya instalados en el reino de los cielos o, por lo menos, en el de la televisión. Muy lejos”. Por ello, el individuo indiferente a los calvarios o desgracias que sufren sus coetáneos es una roca en las profundidades del abismo, un cobarde cruel que ni siquiera sabe que la indiferencia es una enfermedad incurable que lo tiene, en vida, ciego y anclado en su propio egoísmo, producto de una irracionalidad total.

                Cada año, el 21 de septiembre, se celebra el Día Internacional de la Paz en todo el mundo. La Asamblea General de ala Naciones Unidas (ONU) declaró esta fecha como el día dedicado al fortalecimiento de los ideales de paz, tanto entre todas las naciones y todos los pueblos como entre los miembros de cada uno de ellos.

Carlos Benítez Villodres

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