SOBRE EL ESPAÑOLÍSIMO VASCO BLAS DE LEZO por Julián Díaz Robledo
En los últimos diez años, estuve numerosas veces en Cartagena de Indias. La primera vez, para cumplir una invitación en aquella Universidad considerada como una de las mejores de Colombia.
Y en esa carismática ciudad, sentado un día al atardecer en el famoso Café del Mar, tras contemplar una puesta de sol inenarrable acompañado por la Directora de Ábaco, una librería-café que se venía ocupando de mis libros y quien por su iniciativa me retuvo en aquel lugar hasta que pude contemplar la puesta de sol, que según ella era el mejor espectáculo del mundo; en silencio pensé, que había tantos confines en los que se ponía el sol, que prefería el que había visto en el rio Nilo navegando en un velero con destino a Asuán y Abu Simbel… Pero nada le dije.
Terminada la puesta solar se marchó con mis libros y me quedé en aquel atractivo café disfrutando de una noche limpia, estrellada, sin mácula de nubes que taparan la grandiosidad de aquel mar en calma plagado de inquietas estrellas. Entonces fui consciente de que me encontraba sentado plácidamente sobre la muralla centenaria en la que el Almirante español Blas de Lezo empuñó su fusil y empujó los cañones de los que en aquel célebre café quedaba algún desvencijado vestigio como recuerdo, y me decidí a escribir el presente artículo relacionado con aquel personaje singular, al que en España no se le tenía como merecía entre los insignes trabajadores de la armada española y mucho menos en Cataluña donde los separatistas pretenden ignorarle, por el simple hecho de haber participado en una guerra civil como lo hiciera cualquier español de entonces al servicio del poder establecido. Y en mi reflexión me preguntaba: ¿y en el país vasco donde nació un 3 de febrero de 1689 en Pasajes, un pueblo de Guipúzcoa, en que consideración le tendrán?
La tozuda historia no se deja manejar y reconoce a este ilustre marino como un excepcional héroe al servicio de España, participando en numerosas batallas en las que consiguió hundir los buques enemigos uno tras otro, y cuya fama trascendió por todos los mares, siendo temido y admirado hasta en Sudamérica donde los piratas le consideraban un hombre inmortal protegido por el Dios que predicaba, incapaz de rendirse ante nadie.
Siendo todavía niño Blas de Lezo se alistó en la marina, con ella tuvo su primera intervención militar al cumplir los 15 años, con motivo de la Guerra de Sucesión por el trono de España. Y fue en Andalucía, -precisamente en Vélez-Málaga-, donde el 24 de agosto de 1704 se dirimió la más importante batalla naval en la que se consagró el jovencísimo Lezo como un heroico marino en el enfrentamiento con la flota holandesa e inglesa, donde un cañonazo le voló una de sus piernas. Como reconocimiento a su valor y entrega, tras ser amputado por debajo de la rodilla y sin anestesia, fue ascendido a alférez de navío.
En su continuo navegar por el Mediterráneo apresando barcos ingleses y holandeses mediante maniobras imposibles, se le premió dejando que llevara sus presas a su pueblo de Pasajes. Pero seguidamente en 1706, fue requerido por sus superiores y le ordenaron abastecer a los sitiados de Barcelona por medio de una modesta flota; suponía un reto más para Lezo que pudo llevar adelante su cometido con inteligentes estrategias, a pesar del cerco que montaron los ingleses para evitar el aprovisionamiento, que viéndose impotentes abandonaron sin tardar su propósito. Más tarde, Blas de Lezo fue destacado a la fortaleza de Santa Catalina de Tolón para que combatiera contra las tropas de Eugenio de Saboya y en dicha batalla la esquirla de un cañonazo le saltó el ojo izquierdo cuya visión perdió para siempre.
Sus posteriores andanzas navieras, superiores siempre a las de tantos otros vascos, valencianos, castellanos y catalanes, empezaron a señalarle como uno de los mejores estrategas de la Armada Española.
En el siglo XVIII España había firmado indebidamente el Tratado de Utrecht por el que perdió las posesiones europeas, y se encontraba en numerosos conflictos bélicos. En 1714 Blas de Lezo intervino en el segundo sitio de Barcelona, y encontrándose al mando del Campanella una bala de mosquete le barrió su brazo derecho, pero no le impidió seguir peleando. El histórico personaje no se arredraba por su estado físico, que era lamentable, y se mantuvo al frente en las continuas batallas que se presentaban, sin pierna, sin brazo y sin ojo, pero cumpliendo como oficial de la armada española como incomparable estratega. Y su minusvalía no le impidió derrotar con su milagroso ingenio futuras batallas en el Mediterráneo.
Entre tanto, España puso su mirada en las posesiones americanas tratando de asegurar su comercio con aquel prometedor continente. Por ello, en 1723 envió al pertrecho soldado al mando de la escuadra de los Mares del Sur para limpiar de piratas las costas del Pacífico. Cumpliendo su cometido militar y nombrado general de marina, se casó en Perú con Josefa Pacheco Bustos con la que tuvo tres hijos.
Regresado a España, como premio a su mérito y heroísmo el Rey lo ascendió en 1734 a teniente General de la Armada y años después en 1741, lo mandó de nuevo a América con los navíos Fuerte y Conquistador como comandante general de Cartagena de Indias para que defendiera la plaza frente a los continuos ataques de los corsarios ingleses, y terminara con el estado de sitio al que la había sometido el almirante inglés Edward Vernon. La excusa de los ingleses para iniciar un conflicto con España fue el apresamiento de un barco corsario comandado por Robert Jenkins en las costas de Florida. El capitán de navío Juan León Fandiño apresó el barco corsario y cortó la oreja de su capitán al tiempo que le decía: “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve.” A la sazón, el tráfico de ultramar español se veía constantemente entorpecido e interrumpido por los piratas ingleses. En su comparecencia ante la Cámara de los Lores, Jenkins denunció el caso con la oreja en la mano, de ahí que los ingleses conozcan el conflicto como “Guerra de la oreja de Jenkins”…
Entre tanto, el almirante Vernon estaba envalentonado tras el saqueo de la mal guarnecida plaza de Portobelo (Panamá) y el inglés desafió a Lezo, a lo que el marino español contestó: “Si hubiera estado yo en Portobelorno hubiera su Merced insultado impunemente las plazas del Rey mi Señor, porque el ánimo que faltó a los de Portobelo me hubiera sobrado a mí para contener su cobardía.”.
La flota inglesa, la agrupación de buques de guerra más grande que hasta entonces había surcado los mares (2.000 cañones dispuestos en 186 barcos, entre navíos de guerra, fragatas, brulotes y buques de transporte, y 23.600 combatientes entre marinos, soldados y esclavos negros macheteros de Jamaica, más 4.000 reclutas de Virginia bajo las órdenes de Lawrence Washington superaba en más de 60 navíos a la Gran Armada de Felipe II). Para hacerse una idea del mérito estratégico de la victoria, baste decir que las defensas de Cartagena no pasaban de 3.000 hombres entre tropa regular, milicianos, 600 indios flecheros traídos del interior más la marinería y tropa de desembarco de los seis únicos navíos de guerra de los que disponía la ciudad: Galicia, que era la nave Capitana, San Felipe, San Carlos, África, Dragón y Conquistador. Blas de Lezo sin embargo contaba con la experiencia de 22 batallas. El sitio de Cartagena de Indias fue una gran victoria con una enorme desproporción entre los dos bandos. Tan colosal fue la derrota de los ingleses, que aseguró el dominio español de los mares durante más de medio siglo hasta que lo perdió en Trafalgar, cosa que la historia inglesa no reconoce. Humillados por la derrota, los ingleses ocultaron monedas y medallas grabadas con anterioridad para celebrar la victoria que nunca llegó. Tan convencidos estaban de la derrota que iban a conseguir en Cartagena de Indias, que pusieron medallas en circulación que decían en su anverso: «Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741» y «El orgullo español humillado por Vernon».[]
Fue justo todo lo contrario: con sólo seis navíos, 2.830 hombres y mucha imaginación, Blas de Lezo derrotó a Vernon, que traía 180 navíos y casi 25.000 hombres, y la derrota fue de tal desprestigio para Inglaterra que el Rey Jorge II prohibió hablar de ella o que se escribieran crónicas alusivas al hecho, como si nunca hubiese ocurrido. Durante su retirada, el almirante Vernon se alejaba de la bahía con su armada destrozada y gritando al viento: “God damn you, Lezo!” (¡Que Dios te maldiga Lezo!)… En respuesta escrita a Vernon, Blas de Lezo sentenció la siguiente frase inmortal: “Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que nunca podrían conseguir.”
Blas de Lezo falleció en Cartagena de Indias el 7 de septiembre de 1741 al contraer la peste, enfermedad generada por los miles de cuerpos insepultos que dejaron abandonados en su huida los ingleses por los sucesivos combates. Y en Cartagena quedaron los restos del gran soldado español, que los ingleses apodaron con los motes de “Patapalo” y “Mediohombre” debido a las muchas heridas sufridas a lo largo de su ejemplar vida militar.
Sin embargo, aunque las proezas de Blas de Lezo están a la altura de los más grandes marinos de la historia, es un personaje no suficientemente reconocido, ni su biografía merecidamente divulgada. En una de las visitas que hice al Museo Naval de Cartagena de Indias, pude ver un conjunto de maquetas con detalle de las fortificaciones de aquella bahía, que describen la defensa organizada por Blas de Lezo y su enorme victoria sobre los prepotentes ingleses.
Conviene recordar que Cartagena de Indias fue fundada por Pedro Heredia en 1533 y se estableció como base logística de la Armada Española, así como puerto principal de entrada y salida del comercio de América del Sur. Por ello, las grandes potencias europeas capitaneadas por Inglaterra, Francia y Holanda, por mor de su orgullosa envidia, se constituyeron en grandes enemigos de España. Conocedores de la situación a finales del siglo XVI los españoles fortificaron sus defensas para poder hacer frente a los continuos ataques de los filibusteros europeos y los violentos piratas que fueron recogiendo por los mares, con el propósito de robar las muchas riquezas que almacenaban los españoles detrás de las pétreas murallas cartageneras.
En Cartagena de Indias, el fervor de los habitantes por Blas de Lezo no tiene límites. Así lo recuerda el monumento con su estatua erigido el 5 de noviembre de 2009 frente al Castillo de San Felipe donde libró heroicas batallas en memoria del defensor de su ciudad. Los cartageneros tienen entre sus mayores reconocimientos a su héroe y le rinde homenajes en barrios, avenidas y plazas con su nombre, y su recuerdo permanece vivo entre los habitantes como defensor de su ciudad.
En su testamento Blas de Lezo pedía que los españoles pusieran una placa que conmemorase aquella victoria y así lo hicieron. En la inscripción se puede leer:
“Homenaje al Almirante D. Blas de Lezo y Olavarrieta. Esta placa se colocó para homenajear al invicto almirante que con su ingenio, valor y tenacidad dirigió la defensa de Cartagena de Indias. Derrotó aquí, frente a estas mismas murallas, a una armada británica de 186 barcos y 23.600 hombres, más 4.000 reclutas de Virginia. Armada aún más grande que la Invencible Española que los británicos habían enviado al mando del Almirante Vernon para conquistar la ciudad llave y así imponer el idioma inglés en toda la América entonces española. Cumplimos hoy juntos, españoles y colombianos, con la última voluntad del Almirante, que quiso que se colocara una placa en las murallas de Cartagena de Indias que dijera: AQUÍ ESPAÑA DERROTÓ A INGLATERRA Y SUS COLONIAS. Cartagena de Indias, marzo de 1741”.[
En fechas todavía recientes, en los Jardines del Descubrimiento de Madrid, el Rey Juan Carlos inauguró una estatua en bronce de ochenta centímetros, del gran marino Blas de Lezo, obra del escultor Salvador Amaya. En la misma plaza madrileña comparten reconocimiento otros ilustres marinos como Cristóbal Colón y Jorge Juan.
Julián Díaz Robledo
Madrid