Portada » UN DÍA EN SALOBREÑA
salobrena-2805039_1280

El poema Un día en Salobreña de Isabel Pérez Fernández es una sentida y vívida evocación de esta localidad andaluza, en la que la autora entrelaza la contemplación paisajística con la emoción íntima, el asombro histórico y la devoción popular. Desde los primeros versos, el tono es nostálgico y contemplativo: el amanecer desde el castillo se convierte en símbolo de un renacer interior, mientras el entorno natural —la vega, las aves, el clima tropical— dibuja una atmósfera casi paradisíaca. La poeta no se limita a una descripción visual; va más allá al invocar la memoria histórica que impregna cada piedra del castillo, recordando la huella de fenicios, romanos, árabes y cristianos, lo que confiere profundidad y solemnidad a la experiencia.

El poema transita luego hacia un recorrido afectivo por los rincones más emblemáticos del pueblo: calles empedradas, casas encaladas, miradores, plazas, iglesias y museos. La voz poética se sumerge en el espíritu de la comunidad, donde cada espacio es testimonio de tradiciones vivas, como la romería en honor a la Virgen del Rosario. Esta devoción popular, expresada con ternura, añade una dimensión espiritual al poema, donde el amor por el lugar se entrelaza con el fervor religioso.

El final, cargado de una melancolía serena, reconoce la imposibilidad de abarcar toda la riqueza de Salobreña en un solo día. Con ello, la autora subraya que el verdadero conocimiento de un lugar no es solo físico, sino emocional y simbólico. El poema es, en definitiva, una declaración de amor a Salobreña.

UN DÍA EN SALOBREÑA

Yo vi desde el castillo de Salobreña,

un bello amanecer que despertaba.

Sobre el verde tapiz, que hay en la vega,

las aves surcaban el espacio sin espera.

En busca del amor y de la vida,

disfrutando de su clima tropical

y gozando de la vega florecida.

Observé tanta luz, tanta belleza

que luchaba mi interior desesperado,

e imaginé el castillo fecundado

por fenicios, griegos, romanos

y árabes, que han dejado huellas;

los cristianos, todo lo divisamos.

Cuánto han visto tus almenas,

cuántas batallas ganadas.

Quise revivir tu historia

y recorrí el castillo y las murallas

y la torre del Cambrón

con sus vistas hechizadas.

Me colé en el casco antiguo

por sus calles empedradas

con flores de mil colores,

en sus casas encaladas.

En el museo arqueológico,

en la bóveda y el auditorio,

en el paseo de Gambullón y su plaza

y en el barrio de la Loma.

Estuve en sus miradores

y contemplé desde arriba

el paseo de las flores.

Y en la capilla de san Luis

y en el templo de san Juan

y en la iglesia del Rosario;

allí, sentí amor y devoción,

me contaron tantas cosas…

Con cuanta pasión decían,

que al terminar el verano, 

en honor a la patrona

celebraban su romería.

Y no hay ningún lugareño,

ni pescador, ni huertano,

que no llore mientras reza

a la Virgen del Rosario.

Y bajando de la iglesia,

me llegó la tarde ya vencida:

y sentí, en el pecho sensaciones

de dolor, de tristeza y de alegría;

pues pude comprender, que Salobreña,

no se ve en un solo día.

Me quedó tanto por ver…

La Santa Cruz enclavada en la loma,

la Cruz de la Caleta y la Guardia,

la cueva del ejemplar Capitán,

el magnífico peñón.

Y donde vierte sus aguas

el río, que le llaman Guadalfeo.

Y contemplar la belleza

del cielo, el mar, el campo y el río,

donde abre sus pétalos el estío.

Todo eso en un día no se ve,

yo buscaré la ocasión

de volverte a visitar;

Salobreña de mi amor.

Isabel Pérez

            Isabel Pérez Fernández

2 pensó en “UN DÍA EN SALOBREÑA

Deja un comentario