NO HAY QUE TOCAR A LOS ÍDOLOS, SU DORADO SE NOS QUEDA EN LAS MANOS
No hay una partícula de vida que no contenga poesía dentro de ella.
Gustave Flaubert
En la actualidad, la obra literaria de Flaubert, Madame Bobary sigue cautivando a los lectores, hecho que algunos lo relacionan con la agudeza literaria con la que fue escrita. La novela cuenta la historia de Emma Bovary: una mujer infelizmente casada que ve sus sueños desvanecerse tras su cruel realidad, situación de la que surge una interesante combinación de rebeldía, violencia, melodrama y sexo. Algunos críticos definen a la novela como «un retrato fiel y un paradigma para la literatura realista y universal del siglo XIX al XXI».
Flaubert empezó a escribirla en 1851, coincidiendo con la caída de la Segunda República y la instauración del Segundo Imperio por Napoleón III. Aunque el escritor nunca llegó a comprometerse políticamente con la sociedad de su tiempo, en su novela se puede observar una crítica directa a la burguesía, un ataque frontal a un estamento que salió fortalecido de la Revolución de 1848. La de Madame Bovary es también una obra de rico trasfondo histórico, una novela por cuyas páginas resuenan las tensiones políticas y sociales de su época.
Gustave Flaubert relata con gran maestría la dicotomía de la protagonista ante la obligación moral de continuar siendo fiel a su esposo y la necesidad de satisfacer sus fantasías personales.
«¿Para quién era ella virtuosa? ¿Acaso no era él el único obstáculo de su felicidad, la causa de toda su desgracia, la hebilla puntiaguda de aquel cinturón que la apretaba por todas partes? (…) Su propia dulzura le inspiraba rebeldías. La mediocridad de su posición doméstica la lanzaba a fantasías de caprichos voluptuosos, la ternura conyugal, a deseos adúlteros.»
Gustave Flaubert
Tres hombres conforman los tres vértices de un triángulo de valores burgueses en cuyo interior se verá atrapada la señora Bovary, la víctima de un sistema que penaliza la emancipación de la mujer y la castiga psicológicamente hasta llevarla al suicidio. Madame Bovary describe el ascenso de la pequeña burguesía rural a través de la caracterización de tres de sus personajes principales: el conformista y apocado marido de Emma, el usurero y manipulador comerciante con quien esta se endeuda y el arribista e hipócrita farmacéutico.
Tal ha sido el impacto de Madame Bovary alrededor del mundo, que se han hecho más de cinco adaptaciones cinematográficas, teniendo directores de diferentes nacionalidades: los franceses Jean Renoir y Claude Chabrol, el argentino Carlos Schlieper, el estadounidense Vincente Minnelli y el mexicano Arturo Ripstein.
A pesar de su fama y de ese libro magistral, convertido ya en un clásico, son muchas las personas que no conocen a fondo a Flaubert. Por eso, a continuación, vamos a exponer algunas de las curiosidades o particularidades más notables de la vida del autor:
- Una de las principales losas de su vida fue la epilepsia que sufría y que, trataba de ocultar a los demás.
- Contó con una larga lista de amigos y contactos conocidos como Émile Zola, George Sando Jules Goncourt.
- Tenía un carácter muy oscilante, le gustaba estar en soledad, era misántropo y absolutamente antiburgués.
- De la misma manera, en todo momento se ha resaltado su obsesión por la perfección literaria. Eso le llevó a escribir una y otra vez, a realizar correcciones, porque lo que buscaba era “la palabra perfecta”.
- Era un gran amigo del escritor Víctor Hugo al que conoció en el año 1840. Con este, entre otras cosas, realizó viajes por lugares de toda Europa como Córcega o los Pirineos.
- Comenzó estudiando Derecho sin ningún interés ni entusiasmo. Sin embargo, poco después lo dejó de lado exponiendo que necesitaba tiempo para recuperar su débil estado de salud.
- Flaubert se inspiró en su padre, el cirujano Achille Cléophas, para darle forma al personaje del doctor Larivierede Madame Bovary.
- La novela se publicó por primera vez en entregas en la revista “La Revue de Paris”. Un año después fue cuando se presentó en formato libro consiguiendo una gran acogida.
- La única relación sentimental que se le conoció, y que duró diez años, fue de tipo tormentoso con la poetisa francesa Louise Colet.
- En la intimidad epistolar, Flaubert dudaba de su genio, pedía consejos de escritura, contaba cosas como que se agarraba la cabeza durante horas hasta encontrar una palabra, o se lamentaba de la suerte de sus libros: «El éxito me ha abandonado desde Salambó. Lo que todavía me duele, es el fracaso de La educación sentimental. Me sorprende que el libro no haya sido comprendido», escribió en una carta a su amigo Turguénev.
- Mantuvo una amistad y correspondencia con el escritor ruso Ivan Turguénev. En sus cartas, hablaban poco de literatura, los pasajes más interesantes y divertidos de su correspondencia son los referentes a estas cuestiones más o menos domésticas:
Al principio de conocerse, se llenaron de alabanzas: «¡Qué arte!», decía el uno. «¡Qué psicología!», decía el otro. «¡Qué pulso más seguro!», exclamaban los dos al unísono. De vez en cuando, despotricaban de Zola y de sus peregrinas ideas. Cuando Turguénev le envió Guerra y paz de Tolstoi, éste mostró primero su pereza ante obra tan larga, luego se entusiasmó con las dos primeras partes y finalmente abominó de la tercera, que, según él, se venía abajo estrepitosamente: «¡Se repite y filosofa!», dijo. En cuanto al discípulo de Flaubert, Maupassant, más que leer sus cuentos preferían escuchar boquiabiertos sus aventuras prodigiosas: «Me ha escrito últimamente que en tres días había echado ¡diecinueve polvos!», comenta admirado Flaubert un día a su amigo ruso. «Eso está muy bien», añade, «pero tengo miedo de que acabe deshaciéndose en esperma. ¡Nosotros no estamos ya para esos trotes, mi buen amigo!»
No obstante, en ocasiones, Turguénev se desplazaba a Croisset, se quedaba charlando con Flaubert hasta las tantas y escuchaba pacientemente la lectura de laboriosos capítulos a que éste lo sometía. Y ya que viajaba por el mundo, solía mandarle obsequios por ferrocarril. Hay algunas cartas, a cuál más divertidas, en que el principal asunto es una bata que el escritor ruso ha enviado a Flaubert de regalo. «En cuanto vea la famosa bata voy a llorar de agradecimiento», dice Flaubert. «Tenía una vaga esperanza de poder ir a Croisset a llevarle en mano su bata… Dígame si ha recibido la bata», le responde Turguénev. Y una vez llegada la famosa bata, Flaubert se muestra expresivo como no lo hace con ninguna cuestión política ni literaria: «Esta vestidura real me sumerge en sueños de absolutismo y lujuria. Me gustaría estar completamente desnudo bajo ella, y acoger allí circasianas: aunque en estos momentos hace un tiempo tormentoso y tengo mucho calor, me la he puesto». Es posible que fuese esa misma bata con que, para su gran escándalo, lo sorprendió Henry James en una visita: a James le pareció indignante tal atuendo, y a partir de entonces decidió que la obra de Flaubert tenía que ser detestable porque su autor era sin duda un individuo que lo hacía todo en bata. Y de eso, ¿qué podía esperarse?
Por entonces los dos buenos amigos se acercaban a la sesentena, había momentos en que la proximidad de la muerte los abatía: «Mi estado es miserable», dice Turguénev, «… me siento viejo, impotente, baldado, gotoso… Son esos pequeños «momentos», esas tarjetas de visita que la señora Muerte nos envía, para que no la olvidemos». Y Flaubert decía: «También yo estoy terriblemente hastiado, de todo y principalmente de mí mismo. Hay momentos en que tengo la impresión de idiotizarme, que no tengo ya ni una idea y que mi cráneo se queda vacío como una jarra sin cerveza». En otra ocasión le escribió otra carta: ¡Ah, mi viejo Turguénev! Cómo me gustaría que fuese otoño, para recibirlo en Croisset, durante una quincena. Usted traerá su trabajo en curso, y yo le mostraré las primeras páginas de Bouvard y Pécuchet, que espero ya estén escritas para entonces. Escríbame pronto,
«Sus cartas serán para mí como una gota de agua en el desierto». Hacia el 25 espero abandonar Suiza; me quedaré algunos días en París.
Adiós mi gran amigo, lo abrazo con toda mi fuerza.
En 1888, cinco años después de la muerte de Turguénev, se encontró en París una correspondencia no publicada dirigida al escritor ruso firmada por Guy Mapaussant en relación a los últimos días de vida de Flaubert.
Querido maestro y amigo.
Estoy abrumado por el dolor, y una entrañable presencia me sigue a todas partes. Oigo su voz, me vienen a la memoria algunas de sus frases, el mundo que me rodea parece desolado. El sábado 8 de mayo, recibí de la sobrina de Flaubert, el siguiente telegrama: “Flaubert tiene un ataque de apoplejía, sin esperanza. Entré a mi casa y descubrí otros dos telegramas de Ruan que anunciaban la muerte. En medio de un dolor sombrío y cruel, emprendimos el penoso viaje por la noche. En Croisset lo encontramos en la cama. Yacía rígido, con pocos cambios en su aspecto, pero presentaba en su cuello una hinchazón de sangre negra. Los días anteriores se había sentido muy bien, estaba feliz de haber terminado su novela y debía viajar a París el domingo 9 de mayo. Contaba con distraerse allí, puesto que, según sus palabras, “había guardado algunos ahorros”, – pequeños ahorros ganados con sus libros. El viernes cenó muy bien, pasó la tarde con su médico y vecino, tomó un baño largo, se vistió y leyó las cartas recibidas. Fue entonces cuando se sintió mal y llamó a su criada. Cuando esta regresó, Flaubert estaba de pie, muy debilitado, pero no mostraba ninguna preocupación. Le dijo: “Creo que voy a tener un ataque, es bueno que pase esta noche, sería muy lamentable que ocurriera mañana en el tren”. Sacó una botella de agua de Colonia, probó un whisky, se fue al sofá grande y susurró: “Ruan… Estamos cerca de Ruan… Heilau… Lo conozco, Heilau”… Se derrumbó boca arriba, se puso pálido, sus manos se apretaron convulsivamente, su rostro se inyectó de sangre, la muerte lo abatió, la muerte de la que él no dudó ni un minuto. El miércoles por la mañana lo llevamos al majestuoso cementerio, desde donde se ve perfectamente Croisset, la gran curvatura del Sena y su casa que él tanto amó. Eso es todo, mi querido maestro y amigo, pero aún tengo mucho que contarle. Nos ocuparemos de su novela [se refiere a la novela Bouvard y Pécuchet que Flaubert dejó inacabada] cuando los herederos resuelvan sus asuntos. Usted será imprescindible en este aspecto.
Con inmensa tristeza estrecho sus manos, mi querido maestro, y espero verlo pronto.
Suyo: Guy de Maupassant
Autora: Ana María López Expósito