NABIL EN LAS NAVAS 3/4

(Viene de: …Ambos eran conscientes de que su relación era imposible: él, un esclavo; ella, la hija de su señor, que trataba de convencerlo para que diera un paso adelante).
Layla le susurró un día, a través de las rejas de un pequeño ventanuco:
―Nabil, ya que tanto has estudiado nuestro sagrado Corán, ¿por qué no te conviertes al Islam definitivamente? Mi padre estaría obligado a manumitirte.
―No seas ingenua. Sabes de sobra que no siempre se cumple esa premisa.
Sin embargo, el destino, caprichoso como siempre, les brindó una oportunidad durante la batalla de Alarcos, en 1195. Nabil había acompañado a Abu l-Qasim, que formaba parte de las tropas andalusíes. Durante la tercera espolonada de la caballería cristiana, el esclavo estuvo atento al empuje arrollador del enemigo y avisó a tiempo a su señor del peligro que se avecinaba. Gracias a ello, Abu l-Qasim pudo anticipar el ataque y, con la ayuda del esclavo cristiano, rechazar al enemigo. Probablemente, concluyó el amo guerrero, su sirviente le había salvado la vida.
El noble, agradecido por su valentía, le ofreció días después la manumisión. Pero antes, había de cumplir una condición.
―Me has prestado un gran servicio, pero no te liberaré de tu esclavitud si no te conviertes al Islam, cuyos preceptos has estudiado y conoces tan bien.
Nabil, que solía ser un hombre tan callado como trabajador y dedicado, decidió que había llegado el momento de abrazar la nueva fe. Con la promesa de libertad de su hasta entonces dueño, ya podía pronunciar la profesión de fe con la seguridad de que convertirse al Islam le sería de utilidad, pues, de este modo conseguiría ser, al fin, un hombre libre.
Poco después, tras la insistencia de Layla, Abu l‑Qasim, que se había resistido al principio, aceptó el matrimonio entre ambos. La boda fue modesta ―al padre de la novia no terminaba de hacerle gracia que su hija se casara con un antiguo esclavo y no quiso financiar un gran festejo― pero llena de amor. Nabil recordó cómo el perfume de las flores de azahar había llenado el aire aquel día. Layla, vestida con una túnica azul celeste, lucía más hermosa que nunca bajo la luz del atardecer y sus manos temblaron de emoción cuando intercambiaron promesas ante los ojos de Alá.
Los jardines de la casa de Abu l‑Qasim ibn Razin al‑Saquri se iluminaron con faroles de cobre la noche de la ceremonia. La suave brisa que recorría las palmeras traía consigo los murmullos de los invitados, una amalgama de rumores y recuerdos compartidos. Al fondo, el sonido del agua que fluía por las acequias se mezclaba con las risas contenidas y los acordes de un laúd lejano. Entre los invitados, la presencia del novio no pasaba desapercibida. Nabil, antes esclavo, ahora libre, estaba casándose con Layla bint Razin, la hija de su antiguo amo, la joya más preciada de la familia.
Nabil, de pie junto a Layla, observaba a los asistentes con una mezcla de orgullo y humildad. Su mano rozaba ligeramente la de su esposa, temblorosa. Ambos, conscientes de que en su vientre ya crecía la nueva vida que esperaban, se miraban con complicidad manifiesta. Habían acordado que si su hijo era varón se llamaría Ahmad y si era niña, se llamaría como su abuela materna. Los ojos de Layla brillaban bajo el velo, recordando los muchos momentos que los habían llevado hasta ese día. Cada paso que Nabil había dado en su vida lo conducía a ese preciso instante, en el que la esclavitud y la libertad, el amor y el destino, se entretejían en un destino irrenunciable.
Pero esa noche no sólo era un día de celebración. Cada uno de los presentes conocía el trasfondo que había llevado a este matrimonio, y en los rincones del banquete, algunos susurraban las circunstancias que llevaron a la manumisión de Nabil en la famosa batalla de Alarcos. Nabil no había sido, desde luego, un esclavo cualquiera: su historia y la de su amor resonaba y resonaría durante siglos entre los muros de la ciudad. Sería casi una leyenda, una gesta que nadie olvidaría jamás.
Poco tiempo después, nacería su hijo Ahmad, un niño que representaba el futuro de su linaje. Nabil lo había sostenido entre sus brazos, incapaz de creer que aquel pequeño ser era suyo. La vida, que había comenzado con cadenas y oscuridad, ahora le ofrecía una nueva luz y tenía claro que Layla y Ahmad eran, desde entonces, su único mundo, su razón de ser.
* * *
Sin embargo, ahora, su vida corría peligro y debía regresar a la realidad y ponerse a salvo.
(Continuará)
