Muerte
El sol entra por la ventana, su luz cegadora inunda la estancia con la voluntad de instalarse de por vida, aunque sabe que los minutos restan su luminosidad en cuanto, el ocaso decida que es su momento de destronar al astro rey del día. Así como si no pasara nada, mientras las horas voltean la esfera del reloj en la decisión de ser mañana, tarde o noche; de esa sutil manera, tan inapreciable como el oxígeno inhalado en la espera de correr por las venas, tan imperceptible como el aliento en la búsqueda de un lugar donde reposar, tan insignificante como el valor del nombre y apellidos colgados en la puerta de entrada, tan inexplicable como un primer amor que rompe el corazón, así tan volátil como el azar…
De esa manera que nunca se sueña, pues los sueños «sueños son», y no son más verdad que la vida dándose prisa por llegar al mismo lugar, el espejismo de ilusiones que se rompen tras el cristal ambivalente de existir. Los unos y los otros, los otros y los unos ganan y pierden según la rueda de la fortuna; los que pueden y quieren; los que no pueden y quieren; los que pueden y no quieren. Los que ordenan y disponen y, los que con gotas de sudor avivan sus sueños. TODOS, sin distinción ni prerrogativas, sin excepción ni excusas, TODOS, tú, yo, él…, conocidos y extraños no podemos engañar ni malversar, ni siquiera adulterar ni falsear su autoridad. Próxima como un pensamiento; a veces repentina como una palabra equivocada; trágica y horrible como un adiós entre dos que enloquecieron de amor; dulce como un dormir placentero; prematura e inesperada como un invierno gélido y aguerrido sin otoño de anaranjados y tostados; lenta y muchas veces cruel, como un incendio de bosques infinitos en el horizonte; siempre desdichada como un error en el centro de la pupila; siempre triste, siempre inevitable, siempre dolorosa, siempre honda, inmensa, extraña, grave, negra muy negra, vestida de duelo, teñida de profundidad con un espíritu de serenidad, —se sabe ganadora—, infinita con sus reverencias; de sonrisa amarga y sarcástica; de convicciones absolutas y despóticas; tan aterradora si la melancolía no inspira más poesía. Cercana como un nudo en la garganta; absurda como una pandemia que emerge sin más explicación — supervivencia de los más aptos—; recurrente como el bucle en una melena revuelta; soberbia como el azul zenit techando el Universo de planetas múltiples y galaxias innumerables. Legal con certificado de defunción; estratega en una partida de ajedrez con jaque a la reina; irremediable como los vientos que vienen y van cuando menos se esperan; intransigente como un juez dictando su sentencia; paciente como la montaña que no renuncia a ser un pico coronado…
Siempre ella, la que recuerda que la vida es un accesorio de ella, un complemento casi siempre de attrezzo.
Ella, la MUERTE, la razón del olvido.
Dolors López


Felicitaciones