LOS REYES MAGOS QUE NO VINIERON

Cristina gritó con fuerza. No era un grito de alegría, como cabría esperar en una mañana cualquiera del seis de enero. Era, más bien, un chillido de desilusión, quizás de tristeza, casi de rabia o de terror, si me apuran. La madre fue la primera en incorporarse en la cama, como si un resorte la hubiera lanzado hacia arriba, en cuanto la oyó. El padre tardó en elevar la cabeza, aún adormilado, pero cuando vio el gesto aterrado de su mujer también pegó un salto y salió corriendo tras ella.

―¡Los Reyes no han venido!

La pequeña Cristina, en el salón comedor, atinó a decir esas palabras antes de retomar el llanto que había seguido a su chillido inicial. Los padres se miraron cariacontecidos. Después, miraron la mesa donde habían dejado comida y bebida para los Magos de Oriente y sus monturas. Allí, sobre el mantel, permanecían intactos los vasos de leche, las galletas y chocolates y hasta las zanahorias destinadas a los camellos. Y, lo peor de todo, era que no había ni rastro de los regalos que su hija había pedido en la carta, un mes o dos antes.

―Se… se habrá perdido la carta ―titubeó la madre, desconcertada.

―O no les habrá dado tiempo ―quiso justificarlos el padre―. Tienen que visitar tantas casas en una sola noche…

―Pero yo me he portado tan bien este año ―sollozó, desconsolada, Cristina.

La madre, al escucharla, corrió hasta ella y la abrazó con fuerza, mientras miraba de reojo, con manifiesto enfado, al padre. Este apretó los dientes a la vez que se encogía de hombros, pensando en la negligencia que semejante situación evidenciaba.

―Claro hija, no es culpa tuya, tú te has portado muy bien ―dijo la mujer acariciándole la cabeza―. Seguro que se han retrasado y llegan en cualquier momento, como asegura papá.

La mujer, con el ceño fruncido, miró al hombre enfadada.

―Es cierto, cariño ―terció el padre, cada vez más nervioso por la situación―. Deben de estar a punto de llegar, deberíamos acostarnos todos de nuevo, porque si ven que estamos aquí despiertos pasarán de largo.

La niña miró entonces al padre con curiosidad y, entre sollozos, consiguió hacer una pregunta:

―¿Y cómo van a saber que estamos despiertos sin entrar?

―Porque son magos y pueden ver a través de las paredes ―respondió el hombre, antes de secarse el sudor de la frente con un pañuelo.

Cristina dudó unos instantes. Después se sorbió los mocos, se pasó las manos por debajo de los  ojos tratando de limpiarse las lágrimas que le habían empapado las mejillas y trató de recomponer su agitada respiración. Los padres la miraban fijamente, mordiéndose los labios y apretando los puños. Y cuando se hubo relajado un poco, Cristina echó a andar hacia su cuarto, repleta de dudas.

―¿Seguro que vendrán?

―¡Claro, hija! ―respondieron ambos al unísono―. Pero cierra la puerta ―añadió la madre―, que no te vean despierta.

En cuanto escucharon la puerta de la habitación cerrarse, la madre se encaró al padre.

―¿Qué vamos a hacer?

―No lo sé.

―Si no hubieras perdido el trabajo…

―No me hagas sentir aún más culpable. También podrías tú…

El padre no pudo terminar la frase. El sonido del timbre lo interrumpió. Ambos se giraron extrañados hacia la entrada de la casa. Allí, alguien golpeó la puerta con suavidad. Eran las siete de la mañana y no era normal recibir visitas tan temprano. Otra vez sonó el timbre y los padres se decidieron a acudir a la llamada. Cuando abrieron, se encontraron a un negro tocado con una gran corona y cubierto por una colorida y cálida capa.

―Ya era hora que abrieran ―dijo el recién llegado―. ¿No saben quién soy?

Los padres de Cristina se miraron, incrédulos y mudos. Tras el recién llegado había un camello cargado de paquetes. Y un poco más allá, junto a otros dos camellos, dos tipos con similares atuendos se acercaban a las casas de los vecinos de enfrente.

―Sí, soy Baltasar ―confirmó el recién llegado, ante el elocuente silencio de sus interlocutores.

―Pero… pero… ―tartamudeó el padre.

―Pero se supone que no deberíamos veros ―completó la madre lo que el padre pretendía decir.

Baltasar meneó la cabeza con una amplia sonrisa y, mientras les entregaba varios paquetes con el nombre de Cristina escrito en grande, replicó enérgico:

―Sí, claro, miren qué retraso llevamos por estar esperando a que los niños se duerman, que cada año lo hacen más tarde y se levantan antes, como para estar pendientes también de que ustedes se duerman… ¡Anda ya! ¡Seamos serios! ¡Tomen esto para Cristina y el año que viene espabilen, hagan el favor!

Sergio Reyes

1 thought on “LOS REYES MAGOS QUE NO VINIERON

  1. Que bonito, por Dios!!!!.
    A ver si estamos equivocados en nuestro empeño de que los RRMM son los padres….
    Muchas gracias, sigue escribiendo y llenándonos de ilusión 💝

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