Portada » Leer es habitar la vida
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“La lectura es ese diálogo silencioso en que las almas se encuentran.”

MARCEL PROUST

“El lenguaje es la casa del ser. Habitar el lenguaje es, en realidad, habitar el pensamiento, la memoria, la esperanza.”

EMILIO LLEDÓ

El libro ha acompañado al ser humano desde tiempos remotos como una de las más singulares y preciosas creaciones culturales que ha sido capaz de imaginar. Desde las tablillas de arcilla y los papiros del mundo antiguo hasta los códices medievales y las ediciones digitales contemporáneas, el libro ha sabido reinventarse, transformando sus soportes pero sin perder nunca su vocación esencial: ser vehículo del pensamiento, instrumento de memoria, compañía silenciosa en la travesía de vivir. Su invención no fue solo un avance técnico, sino una revolución interior, una extensión del alma humana que permitió fijar las palabras, custodiar el recuerdo, compartir la experiencia y hacer del lenguaje algo duradero, fecundo y transmisible.

A través de sus páginas, el conocimiento, las emociones, los relatos y las ideas han podido superar las barreras del tiempo y del espacio, estableciendo puentes invisibles entre generaciones, pueblos y lenguas. Leer un libro es mucho más que un acto individual: es entrar en comunión con otros mundos posibles, es permitir que alguien —quizá lejano en el tiempo o en el espacio— nos hable al oído en la intimidad de nuestras propias preguntas. A veces lo que se encuentra entre las páginas no es solo información o belleza: es consuelo, revelación, compañía. Un libro puede llegar a ser, para quien lo necesita, un refugio. Y para quien está dispuesto a dejarse interpelar, puede ser también una llamada.

La lectura no es un acto neutro. Implica una disposición del alma, una actitud de apertura, de atención, de deseo. No se trata simplemente de descifrar letras impresas en una página, sino de acoger un pensamiento ajeno, de dejarse tocar por una mirada que no es la nuestra. En este sentido, leer es una forma profunda de hospitalidad. Nos abrimos al otro a través del texto. Y a veces ese otro nos revela algo que ni siquiera sabíamos que buscábamos. Por eso, como bien expresó Jorge Luis Borges, “de los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… solo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria.”

El acto de leer requiere una cierta lentitud, una paciencia activa que no es frecuente en estos tiempos marcados por la velocidad, la distracción y el consumo inmediato de información. Frente al vértigo de las redes y la avalancha de estímulos fugaces, el libro propone otro ritmo, otra cadencia. Nos obliga a parar, a entrar en una conversación silenciosa y prolongada. Leer es, muchas veces, un ejercicio de resistencia frente a la superficialidad: nos invita a profundizar, a ir más allá de lo evidente, a preguntarnos por el sentido. Como escribió Italo Calvino, “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, y por eso el libro no se agota, ni siquiera después de haber sido leído. Sigue resonando en la memoria, vuelve en ciertos momentos, cobra nuevos significados con los años.

El libro no solo conserva memoria: también provoca pensamiento. No es solo depósito de saber, sino semilla de sentido. Alguien escribe para compartir algo que le importa, que considera valioso; alguien lee porque siente que esa entrega merece ser acogida. Esa relación entre autor y lector, tejida por el hilo invisible de las palabras, es una de las formas más profundas de encuentro humano. Como decía el filósofo Emilio Lledó, “el lenguaje no es solo un instrumento de comunicación: es la morada del ser, el lugar donde el hombre habita consigo mismo y con los otros.” Y si el lenguaje es morada, el libro es la arquitectura de esa morada: su techo y su cimiento, su refugio y su apertura al horizonte.

En cada lectura también hay un descubrimiento del lector. No solo leemos libros: los libros también nos leen a nosotros. Nos devuelven una imagen, una pregunta, una posibilidad. Y no hay dos lecturas iguales, porque no hay dos lectores idénticos. Un mismo texto puede decir cosas distintas a lo largo del tiempo, según quién lo lea, desde qué vivencias, con qué heridas, con qué esperanzas. En esa relación viva entre texto y lector se da algo semejante a una amistad, o incluso a un espejo que no nos muestra lo que somos, sino lo que podríamos llegar a ser. Leer, entonces, es también una forma de crecer, de expandirse, de hacerse más humano.

En la infancia y en la adolescencia se juega buena parte de esta capacidad. Un niño que descubre el placer de la lectura ha abierto una puerta secreta a un mundo que no se acaba. No se trata solo de adquirir vocabulario o destreza académica: se trata de formar sensibilidad, juicio, imaginación, compasión. Y un adulto que lee con hondura descubre que la vida no es simplemente un conjunto de hechos, sino una red de significados que se puede explorar con paciencia y con asombro. Leer nos hace más libres no porque nos diga lo que debemos pensar, sino porque nos da palabras para pensar mejor.

De ahí que defender la lectura no sea un lujo ni una nostalgia: es una urgencia cultural y cívica. Por eso las bibliotecas públicas, el acceso igualitario a los libros, la educación literaria, el cuidado del lenguaje en la escuela y en los medios, son pilares de una sociedad que no se resigna a la pobreza interior. Una comunidad que lee es más difícil de manipular, más capaz de imaginar alternativas, más rica en matices. No hay verdadera democracia sin lectores. No hay cultura viva sin libros.

En un mundo que a menudo parece volcarse al ruido, al espectáculo, al vértigo de lo inmediato, defender el libro y la lectura es casi un acto de amor y de coraje. Significa apostar por un modo más profundo y más humano de estar en el mundo. Significa creer que todavía vale la pena detenerse a escuchar una historia, a pensar una idea, a dejarse tocar por una belleza que no grita, pero que permanece. Como escribió Marcel Proust, “la lectura es ese diálogo silencioso en que las almas se encuentran.” Porque cada vez que abrimos un libro, estamos también abriendo una posibilidad: la de ser un poco más libres, un poco más sabios, un poco más humanos.

Juan Antonio Mateos

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