LA VISITA DE MAMÁ
—Ya me iba, es más, de hecho ya me había ido cuando pensé ¿cómo se las arreglaran estos sin mí? Si lo hubiera pensado bien hubiera seguido mi camino, sobre todo cuando recuerdo como me tratáis. Pero había un no sé qué, que no me acababa de dejarme tranquila… así que no hice caso de la voz que me decía: «Déjalos que se apañen ellos solos, que ya son mayorcitos y para la vida que te han dado… que se las apañen como puedan. ¿Vas a ponerte ahora a pensar en ellos, cuando ellos nunca tuvieron tiempo para pensar en ti? Además tú ya no te encuentras en condiciones para ir por ahí ayudándoles en todo lo que se les ocurra hacer. Ya hiciste bastante». Pero ya ves, al final volví y aquí me tienes.
»Y si me pongo a pensarlo aquella voz tenía toda la razón del mundo. Ni tú, ni tu padre, ni tus hermanas, y ya no digamos nada de los tunantes de tus hermanos, ninguno de todos me echasteis una mano en las cosas de la casa, por apurada que me vierais. Siempre teníais algo más urgente o más importante que hacer. Y, aunque te duela que te lo diga, tú, a pesar de ser la mayor de tus hermanos, tampoco te echabas p´adelante a la hora de colaborar. Siempre tenía que ir detrás de ti y ser yo la que te pidiera «haz esto, o lo otro», nunca salía de ti, mucho tenía que insistirte y hasta gritarte si quería que me hicieras caso.
»Si yo hubiera sabido que esa iba a ser mi vida, a buenas horas me hubiera casado. Hasta la misma boda tu padre no hacía otra cosa él no hacía otra cosa más que prometerme el oro y el moro, de asegurarme que nuestro matrimonio sería una senda de rosas. Puede que fuera cierto, solo que a mí me tocó caminar por la parte de las espinas, mientras él caminaba sobre los pétalos que yo había tenido que perfumar antes de que los pisara. El pobrecito siempre llegaba a casa descuajeringao del despacho, del despacho del que había salido tres horas antes para no llegar tarde a la tertulia de la taberna y es que las tertulias aquellas eran muy estresantes y le llevaba mucho esfuerzo saber quién pagaría la siguiente ronda.
»Aunque, a veces, casi prefería que estuviera en el bar, porque verlo en casa cuando no había partido o algún deporte en la tele era arriesgado. Ocho veces me preñó y a él solo le costó el desahogo y las dos cajas de puros que compraba con el dinero de la comida y repartía entre sus amigachos en cada nacimiento. Con unos pocos más como tu padre el Fidel Castro no hubiera tenido que preocuparse por el embargo americano. En casa aparte de preñarme no hacía más que dar faena ensuciando lo que yo acababa de limpiar o revolviendo los cajones para buscar algo que tenía delante, aunque con vosotros se estiró un poco en la colaboración: si llorabais por la noche, se tomaba la molestia de despertarme y decírmelo para que me levantara a ver qué os pasaba.
»Cuando fuisteis al colegio y el director nos mandaba con vosotros comunicaciones para convocarnos a alguna reunión, ahí estaba tu padre, dispuesto como siempre, a firmar la recepción del aviso y decirme el día y la hora en que debía personarme en la escuela porque, precisamente ese día, él tenía una cita inaplazable (un partido de Champions o una importante llegada del Tour). Por la cocina solo pasaba para vaciar el frigorífico de cervezas y anda como se las gastaba el buen señor cuando descubría que no quedaba ninguna, después de habérselas bebido todas y como viniese hambriento del aperitivo que había tomado con sus compañeros de parranda y le diera por probar lo que estaba guisando me ponía perdida la cocina y encima me llamaba abandonada.
»Y no creas que era mejor cuando quería celebrar algo o agradecerme algún guiso que le había gustado especialmente, porque entonces me preñaba de nuevo. Porque una cosa estaba clara yo no podía tomar la píldora… y a él usar condón no le gustaba. ¿Qué pensarían de él sus amigos si no me veían embarazaba? Todas sus promesas de soltero se quedaron solo en eso en promesas vacías de contenido, pero yo no podía quejarme, al fin y al cabo, él era quien traía el dinero a casa… y yo no hacía otra cosa que gastármelo.
»Y con vosotros ¿para qué te voy a contar? ¿Tienes idea de las veces que te despiertan ocho niños a lo largo de una vida? No, tú no puedes saberlo, porque para un hijo que tienes… es a mí a quien llama mamá. ¿Sabes las veces que hay que darles el pecho, sea de día o de noche, con frio o calor? ¿Sabes los pañales que hay que cambiar? ¿Las veces que hay que llevarlos al médico, aunque no te encuentres bien? ¿Sabes el miedo que te entra cuando una noche no los oyes llorar? ¿La de reuniones que has de tener con sus profesores cuando los niños son aplicados? Y no te quiero ni contar las de veces que hay que entrevistarse con profesores, tutores y el director cuando son unos vagos como tus hermanos. Y no te libras de los hijos cuando consigues que se vayan de casa, porque por muy independientes que queráis llamaros siempre acabáis volviendo a casa de los papas para que os organicen la vida, bien sea a base de tupers, para que hagamos la colada o para que cuidemos de ese descuido al que llamáis hijo. Eso es lo que me ha hecho volver.
—Mamá comprendo tu interés por la familia, que pienses en nuestro bienestar, que siempre nos tengas en tu pensamiento, pero que vengas ahora por aquí… resulta absurdo.
— ¿Por qué?
—Porque estas muerta mamá, porque falleciste hace dos años.
Alberto Giménez Prieto
Alberto Giménez me he emocionado al leer tú escrito, es algo que yo lo se muy bien en mis propias carnes, lo que es todo eso, es triste recordarlo, al mismo tiempo gracias por compartirlo, seguro le servirá a otras personas.