El viaje hacia la verdad 2ª Parte
El segundo café se enfrió en mi taza, no podía dejar de escuchar a aquel hombre que se marchó siendo un joven abrumado. Su rostro había cambiado, y no se trataba de la edad; sino de la expresión del alma. Recuerdo que salió arrastrando enormes cadenas y pegajoso alquitrán en sus pies. Su cuerpo le pesaba. Pero ahora era liviano, sus movimientos seguros eran cadentes. ¿Qué más pudo descubrir este hombre que le hizo ver el mundo tan diferente?
No tardé mucho en averiguar más sobre la respuesta que fue a buscar. Tras salir de la India, su camino lo llevó a Nepal, Tíbet, Bangladesh y en Birmania buscó de nuevo trabajo. Hasta ese momento, no había visto en ningún otro lugar tanta diversidad cultural. En la ciudad de Rangún infinidad de grupos étnicos bullían entre aquellos atestados mercados. Encontró allí a unas gentes muy golpeadas por un sistema político opresor, sin embargo, en sus rostros vio amabilidad. Le ayudaron a pasar desapercibido, a los militares no les gustan los extranjeros. Una amable señora que llevaba un colorido vestido y brillante bisutería, convenció a su marido para darle trabajo durante algún tiempo. Regentaban un puesto de cestería y al parecer la abuela ya no podía ayudarles, y necesitaban otro par de manos. La abuela le enseñó el arte de la cestería mientras vigilaba su trabajo. Pero esta señora le enseñaría más que un oficio.
Mi joven amigo le contó sobre la enseñanza que recibió en la India y ella asintió con un leve movimiento de su cabeza. Él le contó su triste historia, pero cuando hubo oído la historia de la anciana, su visión del mundo no volvería a ser jamás la misma. La Barbarie de un país con una historia llena de guerras civiles, donde el ejército era cruel, hasta el extremo de contar con grupos de soldados conocidos como: “batallones de violadores”. Secuestraban, violaban durante meses a madres e hijas juntas y después las asesinaban.
–Quizás aquí aprendas algo, sobre una de esas emociones mal atadas al dolor, –dijo la anciana.
Él no dijo nada durante días.
–Hoy quiero que aprendas algo más del oficio y que hagas un trabajo para mí, a cambio yo también te daré una enseñanza que irá formando parte de tu verdad.
Esos días de silencio le habían dado cierta sensación de serenidad y aceptó de buen grado.
–Quiero que me hagas una hermosa cesta, pero esta vez, tú mismo buscarás tus juncos de la laguna para hacer el trabajo.
Él fue a la laguna y cortó suficientes juncos. Después se puso a la creativa labor. En tan solo un día hubo acabado el encargo.
–No sé por qué, pero no me quedo igual a los que hacemos en el taller –dijo mi amigo mientras oía algunas risas.
–No te preocupes –dijo la anciana–, deja hay atrás la cesta y continúa con tu trabajo.
Pasaron los días y él no entendía nada, ni siquiera le había hablado de su esperada enseñanza. De modo que un día se acercó para inquirir de ella.
–Perdone mi torpeza, pero han pasado los días y no termino de entender, no sé si hice algo mal.
–Quizás la cesta ya esté preparada para darte una lección, –dijo la anciana con una sonrisa–, tráela que te mostraré algo.
Cuando él vio la cesta, se desmoralizó. Era consciente de que cuando la trajo ya era bastante irregular, pero ahora había cambiado de color y había terminado por astillarse en todos lados. Aristas partidas que hacían pensar en los pelos de una bruja, un amasijo de tallos sin sentido, una ruina.
–¿Qué ha pasado? –preguntó perplejo. Al fin y al cabo, las cestas que hacían juntos en el taller quedaban bien.
–Te pedí que fueses por los juncos para crear tu obra. Pensaste demasiado rápido e impulsivo. Todo en la vida requiere de su tiempo y maduración. Debiste esperar unos días a que el junco se secara, tú lo trabajaste verde, por eso fue irregular y difícil de trabajar. Después al secarse sin la flexibilidad necesaria, se astillaron y rompieron los juncos. Después de estar seco hay que flexibilizarlo para poder trabajarlo bien. El modo es mantenerlo en agua tibia algún tiempo para que se reblandezca y así moldearlo, finalmente puedes hacer algo hermoso con tus manos.
Comprendió como se ha de preparar el material, pero fue lo único.
–Ahora te daré tu enseñanza. Una de las emociones maltratadas por darles connotaciones negativas, es el odio. El odio suele estar mal atado al dolor, porque al estancar el dolor, este se pudre y se convierte en sufrimiento, y el sufrimiento convierte al odio natural por la maldad, en algo oscuro y siniestro que puede arruinar toda una vida. Sin embargo, el odio por sí mismo, es una emoción que nos ha ayudado a no dejarnos llevar por la maldad, al odiarla. Odiar la maldad no es malo, de modo que el odio en sí mismo no es malo, en todo caso puede protegernos.
<<Tu y yo conocemos bien lo que es el odio que se pudre, es el que sentimos en seguida de haber vivido nuestras desgracias, el odio hacia las personas. Pero con ese odio que tan solo produce impotencia y nos enferma, no se pueden crear cosas bellas. Ese odio es junco verde, impredecible, ingobernable, materia prima para hacer con nuestra vida una ruina y que se rompa por todos lados, como el cesto que hiciste. En cuanto sentimos esa clase de odio, no debemos ser impulsivos, sino recogerlo como el junco en la laguna, debemos dejarlo secar, no tocarlo, que pierda su fuerza, su regia virulencia y finalmente lo reblandecemos con la calma y el agua tibia del amor, su contrapunto, para que podamos moldearlo en nuestra vida y así hacer cosas bellas con este. Tu vida puede ser una gran obra hecha por tus manos. Odia solo la maldad, no odies nada más, ni a nadie.
<<Debes proseguir tu viaje y muéstrate atento, todavía debes conocer una emoción más, para finalmente conocer todo lo que cabe en una verdad>>
Mi amigo se llevó un oficio y una parte más de la verdad que lo sanó. Ahora sabía que su dolor mal gestionado se pudrió, y su odio verde e impredecible, le habían carcomido por dentro su alma, pero el sosiego estaba llegando a sus sentidos, estaba dejando atrás todo lastre, sus pies ahora caminaban más ligeros.
El café frio ya no era de nuestro gusto así que pedimos que lo calentaran de nuevo, porque todavía tendría que contarme como terminaría aquella historia.
Continuará…
Manuel Salcedo