Portada » ** EL SANTO VIAJERO**

(Una vida de entrega y sacrificio) (1º capitulo)

Juan Pablo II fue uno de los Papas más emblemáticos de la historia de la iglesia católica. Karol Wojtyla fue un hombre apasionado e irrepetible que no dejó indiferente a nadie, un personaje que ya ha entrado en la historia como una de las figuras públicas que mayor influencia tuvo en el siglo XX.

El hecho de que Juan Pablo II haya sido una de las personalidades más influyentes en los profundos cambios socio-políticos vividos en la Europa de Este, (caída del muro de Berlín y desmoronamiento de los regímenes comunistas), probablemente se deba a lo complicada que fue la primera etapa de su vida en la Polonia de entreguerras.

EMILIA Y KAROL

Para conocer mejor al que fue el primer Papa Polaco de la historia, resulta obligado hablar antes de sus padres.

Karol Wojtyla padre nació en la localidad polaca de Lipnik, el 18 de agosto de 1879, y muy joven entró a formar parte del ejército austro-húngaro, a cuyo imperio pertenecía entonces Polonia, que no alcanzaría la independencia definitiva hasta después de la primera guerra mundial.

En la ciudad de Cracovia, en la que estaba temporalmente destinado, Karol conoció a Emilia Kaczorowska, hija de un guarnicionero, nacida el 26 de marzo de 1884.

Era una mujer de notable belleza, elegante y distinguida, tenía el pelo negro y largo, normalmente recogido en un moño. Era una hábil bordadora, que se confeccionaba sus propios vestidos y, además, ejercía como maestra.

A pesar de su débil salud (tenía una enfermedad cardiaca congénita), trabajó siempre incansablemente.

El 10 de febrero de 1904 se casaron y se establecieron en Wadowice, donde él había sido enviado. Hoy ese pueblo es un lugar de peregrinación, pero entonces allí sólo vivían obreros y artesanos, con sus familias.

Situado en la falda de las montañas Beskidy, que pertenecen a la cordillera de los Cárpatos, su antigüedad data de casi 800 años y uno de sus centros neurálgicos es la iglesia de Santa María, construida en el siglo XIV.

UN HOGAR FELIZ

El 27 de agosto de 1906, Emilia dio a luz a su primer hijo, Edmund, quien se convirtió en un muchacho fuerte, atractivo y buen deportista, al que sus padres, con no pocos sacrificios, enviaron a la universidad de Cracovia, donde obtuvo el título de médico el 28 de mayo de 1930, pasando a formar parte de la plantilla del hospital de Bielsko.

La vida transcurría placida y feliz en el hogar de los Wojtyla, muy afortunados, pues no pasaban privaciones tan comunes en el aquel tiempo. Unos años después del nacimiento de Edmund, Emilia dio a luz una niña que murió en el momento de nacer y ya los médicos le previnieron que un nuevo embarazo pondría en serio peligro su ya quebradiza salud.

Sim embargo, cuando ella supo que estaba esperando un nuevo hijo, su alegría fue inmensa.

NACE LOLEK

El 18 de mayo de 1920 vino al mundo Karol, a quien desde el principio se conoció en la familia con el diminutivo de Lolek.

El 20 de junio de ese año, el padre Zak, capellán militar, bautizó al niño en la parroquia de Santa María, se le impusieron los nombres de Karol (como su padre) y Józef, en memoria y homenaje al emperador de Austria Francisco José, a quien el patriarca de los Wojtyla había servido.

Fue un bebe sano y rollizo, de marcados rasgos eslavos, que físicamente recordaba mucho a su madre. A Emilia le costó bastante recuperarse del tercer parto y su dolencia cardiaca se complicó con una afección renal.

A pesar de ello, estaba muy feliz y orgullosa de poder cuidar nuevamente a un bebé.

El pequeño disfrutó de una infancia dorada, a los seis años empezó a ir a la escuela primaria local. El programa de estudios incluía polaco, religión, aritmética, dibujo, canto y deporte.

Desde el principio Lolek fue un buen estudiante, como posteriormente recordaría uno de sus profesores, el padre Zacher.

Además de polaco, aprendió también en aquella época a hablar alemán y sus boletines de notas de 1929 demuestran que era un alumno muy aplicado: Comportamiento, muy bueno. Religión, muy bueno. Matemáticas, muy bueno. Canto, muy bueno. Idioma polaco, bueno. Gimnasia, muy bueno. Faltas, 20, justificadas.

También destacaba en deporte; le encantaba el futbol (fue el portero del equipo local) y el esquí, además de ser un enamorado de cualquier actividad que pudiera realizar en contacto con la naturaleza.

IMPACTO BRUTAL

En 1927, Karol Wojtyla padre se retiró del ejercito con el grado de capitán, aunque Emilia siguió bordando para colaborar con los ingresos familiares. No obstante, toda la felicidad y despreocupada inocencia, que hasta ese momento llenaban la vida del pequeño Lolek, se desvanecieron el 13 de abril de 1929.

Aquél fatídico día, su madre murió a causa de una insuficiencia renal complicada con la miocarditis que padecía desde niña.

Lolek no había cumplido aún los nueve años, por lo que el impacto de la perdida de su madre fue brutal. Para él significó conocer por primera vez la angustia y la soledad.

Tan temprana orfandad fue muy dolorosa para el futuro Papa quien, por puro pudor personal, apenas habló a lo largo de su vida de lo que significó para él la muerte de su madre.

Sim embargo, siendo ya universitario, el joven Karol dejó aflorar sus sentimientos en una poesía que le dedicó:

Sobre tu blanca tumba florecen blancas flores de la vida, ¡ay Cuantos años he estado sin ti! ¿Hace cuantos años? Sobre tu blanca tumba ¡ay madre, mi extinguido amor! Con tanto cariño filial hago mi oración: Dios, concédele eterno descanso.

SE QUEDAN LOS DOS SÓLOS

No sería esta la única tragedia familiar en aquella época, el 5 de diciembre de 1932 el hermano mayor de Lolek, Edmund, murió fulminado por la escarlatina que le contagió un paciente.

El capitán Wojtyla, hombre serio, disciplinado y con un fortísimo sentido religioso, y su hijo se quedaron solos.

El capitán como era conocido entre sus vecinos, se ocupó de las labores domésticas, aunque frecuentemente padre e hijo almorzaban en una taberna cercana a la casa.

Fue entonces cuando se acrecentó la influencia que ejercía sobre Lolek. Muchos años después Juan Pablo II recordaba así su reconocimiento hacia la figura paterna:

-Entre nosotros no se hablaba de vocación al sacerdocio, pero en cierto modo su ejemplo fue para mí él primer seminario.

El joven Karol ingresó en la escuela secundaria de Wadowice, Marcín Wadowita, donde desarrolló una pasión por el latín que le acompañaría toda la vida. Sus compañeros de entonces resaltaban su sentido de la lealtad con los amigos, con quienes mantuvo el contacto mientras vivió.

El teatro era otra de sus pasiones y participó en la escuela como actor y productor.

LA UNIVERSIDAD

Se había convertido en un joven fuerte y atractivo que no pasaba inadvertido para las chicas, sus biógrafos, sólo han encontrado vestigios de dos “enamoradas” con las que pudo haber mantenido alguna relación amistosa: Halina Krolikiewicz, hija del director de su colegio de secundaria en Wadowice, y una compañera del grupo de teatro.

En el verano de 1937, Karol hizo un curso de preparación militar y al año siguiente, el 3 de mayo, recibió el sacramento de la Confirmación.

Wadowice se quedaba pequeño para las aspiraciones académicas de Karol; mientras Polonia, torturada desde hacía siglos por continuas invasiones y guerras, empezaba a sufrir la expansión del terror nazi.

Así, en 1938, el capitán Wojtyla y su hijo Karol abandonaron su casita de Wadowice para ir a Cracovia, donde se instalaron en un frio y lúgubre sótano cercano a la universidad, en un edificio cuyas plantas superiores lo ocupaban una hermana de la madre de Lolek con su marido y sus hijos.

Una nueva vida y también nuevos horrores, la guerra y la persecución nazi, se abrían ante Karol Wojtyla.

Nada más llegar a Cracovia, Karol se matriculó en la facultad de filosofía de la universidad de Lagellónica, para estudiar filosofía polaca, se inscribió también en las clases de declamación, lo que le permitió unirse a la fraternidad teatral y seguir con otra de sus pasiones; escribir poesía.

ESTUDIO Y MÚSICA

Su ansia de conocimientos era tal que empezó a estudiar francés, idioma que llegó a dominar a la perfección. Siempre se ha hablado de la facilidad de los pueblos eslavos para los idiomas, y Karol Wojtyla era una buena prueba de ello.

Además del polaco y el alemán que aprendió en la infancia, llegó a dominar completamente el inglés, el francés, el italiano y se expresaba con fluidez en español. Las llamadas lenguas muertas como el latín y el griego, tampoco tenían secreto para él.

Así, entre el estudio y una vocación sacerdotal cada vez más definida, transcurrió aquél primer curso universitario que Karol finalizó con buenas notas.

La música fue otra de las aficiones que fue desarrollando en aquella época; Bach, Chopin y Beethoven eran sus compositores favoritos.

En el verano de 1939 ingresó en la Legión Académica donde recibió instrucción militar. Karol y su familia, como millones de europeos, contemplaban con temor el inexorable avance del ejercito alemán. El 10 de septiembre de 1939, Polonia fue invadida y comenzaba una de las etapas más tenebrosas del siglo XX como fue la Segunda Guerra Mundial.

Consumado el objetivo de la invasión del territorio, los nazis dedicaron sus esfuerzos a socavar también la cultura polaca.

A los polacos sólo se les permitía estudiar oficios y las universidades fueron cerradas; la Jagellónica de Cracovia donde estudiaba Karol, no fue una excepción.

La mayoría de los profesores y personal académico fueron deportados al campo de concentración de Sachsenhausen.

La persecución nazi.

Fue entonces cuando Karol entró a formar parte de una red de resistencia cuyo objetivo era que la vida académica no muriera.

Los valientes alumnos se reunían por las noches para proseguir sus estudios en secreto, y fue así como Karol Wojtyla hizo su segundo curso de filología polaca, recibiendo clases en el gélido sótano del barrio de Debniki donde vivían.

Tanto él como sus compañeros y profesores, se arriesgaban a una muerte segura si eran descubiertos, pero todos siguieron adelante convirtiéndose en la salvaguarda de la identidad y cultura polacas en la clandestinidad.

Karol y sus compatriotas se enfrentaron a la durísima vida bajo el reino del terror. Malinski, amigo del futuro papa, hizo este tremendo retrato de lo que era la vida en la Cracovia ocupada:

-Redadas policiales, deportación a los campos y trabajos forzados en Alemania u otro lugar desconocido, palizas a cargo de los hombres de las SS, muerte de n disparo en plena calle…

Todo ello formaba parte de la vida cotidiana, pasaríamos hambre durante cinco años sin un solo respiro, y cada invierno

sentiríamos un frio desesperante.

Como era obligatorio tener un trabajo para evitar la deportación, Karol encontró uno en una cantera, donde aquel invierno de 1940 tuvieron que soportar temperaturas de hasta 30 grados bajo cero.

El joven Wojtyla, hacía a pie el recorrido desde su casa hasta la cantera, con el rostro embadurnado de vaselina para evitar la congelación. Como el resto de los obreros se tenía que llevar la

comida de casa, que normalmente consistía en un poco de pan duro, algo de mermelada y sucedáneo de café.

Entre 1941 y 1942 pasó de la cantera a la fabrica de Solvay, donde sus condiciones laborales mejoraron bastante, ya que al menos les daban un cuenco de sopa…

A pesar de tan precaria situación, Karol consiguió seguir con los estudios, enfrentándose a la continua amenaza que suponía la Gestapo, siempre a la caza de estudiantes y profesores.

Fue una etapa durísima y el Papa relataría muchas veces a lo largo de su vida, que aquella experiencia le ayudó a conocer de cerca el cansancio físico, así como la sencillez, la sensatez y el fervor religioso de los trabajadores y los pobres.

Gonzalo Lozano

Deja un comentario