EL MISTERIO DE LAS TRES CITAS 6ª Parte y última
-Así es, Caballeros. Tras descubrir eso, esta misma tarde me dirigí con mi esposa a las oficinas de embarque, y me confirmó uno de sus empleados -tras rogarle reiteradamente, y prometerle algunos favores profesionales de futuro – que efectivamente hará unas noches la joven María Góngora, partió en un Transatlántico con dirección a tierras Argentinas.
-Entonces no volveremos a saber nunca más de ella. –Dijeron los tres hombres mientras se terminaban la copa de brandy, mostrando en sus rostros cierta pesadumbre y pesar, al verse nuevamente como hombres solteros y huérfanos de aquel amor, que les había llenado de vida y esperanzas.
-Lamento Caballeros, que será así. Pero lo que si pueden guardarse en su recuerdo, es el regalo hermoso que les hizo, aunque tras él se esconda un interés personal de salvavidas. Pero debemos pensar que en el fondo no hizo daño a nadie, simplemente herir unos corazones, y sacarles unos favores que de otro modo no conseguiría. Aunque imagino que cuando se vea libre de la presión familiar, tengamos nuevas noticias de ella y seguramente como bien les indicaba en las notas, de un modo u otro, les sea reintegrado lo que la dieron desinteresadamente. Lo que me hace considerar que con respecto a mis honorarios, he pensado que han realizado todos ustedes una labor solidaria para con esa joven, y creo que no estaría de más incluir en ellos como donativo, mis propios gastos a modo simbólico como ejemplo de una misma gentileza.
-¡Muchas gracias! –Respondieron los tres a la vez.
-Y aunque no fuera así, el saber que ha sido de ella y el que se encuentra viajando en una larga travesía, alejándose de la prisión en la que se veía recluida. Me complace enormemente, y la deseo todo lo mejor, Señor Robles. –Concluyó diciendo el Señor Tejerina, mientras se levantaba y le estrechaba la mano a mi marido.
-Somos de la misma opinión, pues si el Señor Tejerina que es el que más ha perdido en todo esto, se alegra por este buen desenlace. Nosotros no seremos menos, al saber que la joven se ha liberado de las rejas emocionales en las que tenía que existir. –Expresaron los otros dos hombres al seguir sus pasos, y estrecharle la mano por la eficacia y prontitud en la resolución de la trama.
-Una pregunta que me sorprende, es que solo usase su nombre auténtico conmigo. –Comento el Señor Jiménez.
-Tiene una fácil explicación. El pasaporte es el único documento que necesitaba con su verdadero nombre, pues tampoco desea renunciar a su apellido y la posible herencia que cobraría en caso del fallecimiento de sus padres. Pero el pasaje que el Señor Martínez la consiguió para el crucero, aunque sean nominados le servía para despistar y que no se descubriesen sus verdaderas intenciones. Además de que no se suele comprobar siempre que el portador del billete, sea la misma persona que la del documento de identificación.
-Entonces eso lo aclara todo. –Termino diciendo, mientras los tres se despedían de nosotros con gestos de amabilidad, y agradecimiento.
A eso de las once y media de la noche nos encontrábamos acostados y durmiendo plácidamente, cuando de pronto escuchamos como llamaban a la puerta con tal insistencia, que mi esposo tuvo que levantarse y dirigirse a abrir, al tiempo que me decía que siguiese en la cama. Que seguramente sería la última y definitiva visita que cerraría el caso de forma definitiva. Desde el dormitorio no pude escuchar con claridad lo que se decía en su despacho, pero por el tono y la fuerza de la voz de nuestro visitante, estaba claro que venía exigiendo de los servicios de mi marido, pero este se negaba reiteradamente intentando mantener la calma y la serenidad. Al rato se pudo escuchar como se cerraba la puerta con un portazo y una maldición que retumbaría en los cimientos del infierno. Al ver que mi marido no venía a acostarse, decidí reunirme con él, y me lo encontré tomándose una copa de brandy con cierto temblor en sus manos. Me miro y me rogó que me sentara a su lado, lo que hice inmediatamente. Después de beberse un par de copas, le roge que me dijese que había sucedido.
-Querida, Sara. El que ha venido a verme sin respetar la cortesía de la hora, y creyéndose con el poder de su posición para exigir aquello que su situación requiere, era nada más y nada menos, que el Señor Góngora. Quería contratar mis servicios para dar con su hija María, y al ver que me negaba a colaborar en la cacería de una joven que había vivido martirizada dentro de un mundo de encierro social. Se me puso hecho un basilisco, y elevando su voz de autoridad inquisidora, me quiso doblegar a su voluntad para cumplir con mis deberes profesionales. A lo que le respondí que solo respondía a mi humanidad y a mi esposa, y que él no era quien, para obligarme a alejarme de esos valores que me prometí al comenzar mi carrera de detective, y que te jure el día en que te pedí la mano.
-Querido, veo que te ha impactado mucho. –Diciendo eso, le consolé lo mejor que pude, con un par de besos y acariciándole las manos. Las cuales seguían denotando cierto nerviosismo.
-Finalmente al comprobar que no me convencía, le terminé diciendo que su hija era una mujer de extraordinaria fortaleza, de una inteligencia sublime y más valiente que muchos hombres que había conocido a lo largo de mi vida. Y que si ella se había fugado de casa, sería imposible incluso para mí dar con ella. Que seguramente se escondería detrás del mismísimo infierno para no ser encontrada por la inquisición a la que estaba siendo sometida por un desliz inocente y sin importancia. Después de esas explicaciones por mi parte, le invite a irse de mi casa, que no era la hora para visitas, y que alguien que ha sido capaz de torturar mentalmente a su propia hija por unas creencias religiosas, no recibiría mi colaboración y que jamás conseguiría mi estima al faltarle los valores humanos de una persona civilizada. Por lo que al verme tan bien plantado en mi postura, y verse incapaz de doblegar mi voluntad a sus presiones y amenazas, termino largándose maldiciendo y yéndose como has podido escuchar.
-Vayamos a la cama cariño, y quizás durante la noche te pueda tranquilizar al calor de unas sabanas y de unas caricias sugestivas.
-¡Perfecto! Querida Sara. Pero si me quedo dormido, ya sabrás disculparme. –Me dijo con una sonrisa burlona, de aquellas que siempre me hicieron amarlo desde nuestra primera cita.
FIN
Ricardo Campos Urbaneja.
Irún (Guipúzcoa)