DIOS EN NUESTRAS VIDAS – XI

Lejos de entender el verdadero amor; el del perdón y la renuncia, es ese otro mal llamado amor, ¡nuestro amor propio! el que con frecuencia nos incita a levantar un castillo de nuestras pequeñeces.
Tendemos con demasiada frecuencia a idealizar nuestros actos, a exagerar nuestros sacrificios, a ensalzar nuestros méritos, nuestros talentos, y pretendemos que el mundo gire a nuestro alrededor, al compás de nuestro egoísmo, al socaire de nuestra soberbia. De igual modo, tendemos a magnificar nuestras desgracias que son la mayoría de las veces, sólo manifestaciones de nuestro orgullo herido.
Generalmente, nos negamos a todo aquello que signifique molestia y sacrificio por nuestra parte hacia los demás, sí en cambio, nos encanta articular toda suerte de argumentos que mueva la atención y la consideración de los demás hacia nosotros. Pero, negarnos a nosotros mismos en nuestras apetencias, en nuestros gustos, en nuestros criterios, en nuestros intereses, en nuestros egoísmos, ¡eso es otra cosa!
De ordinario suele ocurrir que, a medida que el hombre envejece, madura, se serena, se realiza como ser humano, pero en raras ocasiones, “ese gusanillo”, que nos corroe el corazón, ¡el amor propio! nos impide llegar a madurar plenamente en lo humano, y consecuentemente en lo espiritual. Solapadamente, teje a nuestro alrededor una maraña de prejuicios de toda índole, sociales, intelectuales, políticos, espirituales, que enmascaran nuestras deficiencias, nuestra mediocridad, y cómo no, también, nuestro orgullo, nuestra timidez por exceso de vanidad.
Cuántas decisiones incongruentes se adoptan a menudo, llevados de una postura obstinada y deliberada, de no transigir en nuestros postulados o nuestros planteamientos, incluso en verdades de fe.
¿No será éste, mi querido amigo, tu caso? No intento convencerte de nada. Te pido solamente que mires serenamente dentro de ti, que tengas la valentía de desprenderte de lo malo que te sobra y la nobleza de adquirir y aceptar aquello bueno que necesitas.
No es necesario transitar por la vida cargado con un inútil y pesado bagaje, como son los prejuicios y el excesivo amor propio, que la mayor de las veces, sólo vale para darnos una imagen borrosa de nosotros mismos.
Si logras desprenderte de todo lo que de una u otra forma te atenaza, comprobarás que algo desconocido se desarrolla y arraiga con fuerza en ti, a medida que libremente, aceptas y renuncias a las vaguedades insípidas de esta vida, tras las cuales se empecinan en correr nuestro amor propio, nuestra vanidad y nuestro orgullo.
