DETRÁS DEL MURO: Un hombre insignificante.
Aquí, en esta primavera que aún no vence al frío invierno, el transcurso de los días no es tan grato como nos dijeron antes de importarnos del mediodía de nuestras vidas.
Aquí, la insatisfacción duele como la herida gangrenada, y los hombres y mujeres no dejan de serlo, por arriba o por debajo de su orgullo.
Allí enfrente hay una pareja que riñe.
Él es un hombrecillo de insignificante aspecto.
Ella es una mujerona, ya hastiada, que vocea y que monta sus palabras, más altisonantes que sensatas, por encima de los tímidos verbos de su hombre. Porque parece eso, su hombre, humillado, sin sus pantalones… aunque quizás ya no sea un hombre, sino un monigote.
A veces, lo veo arrinconado, pasándose sus agrietadas manos por la calva, quizás pensando, imaginando, o maquinando.
A veces con ritmos de desesperación en sus gestos.
No, no hago un dictamen de médico psicólogo.
Es lo que veo. La imaginación de un hombre acosado, perseguido, con miedo.
Ella, quizás, da un perfil aproximado de los personajes que acosan.
Eso ayuda a entenderlos, a ambos, a clasificarlos, pero no a juzgarlos, quizás a justificarlos… aunque mal puede uno justificar al acosador cuando el acosado es, también, él o ella.
¡Esta maldita guerra!
Desde esta mínima distancia quiero entenderlos por dentro, ya que por fuera, por sus actos, solo puedo negarme a aceptarlos en este rincón que ocupo detrás de este hiriente muro.