CEUTA TAN LEJOS Y TAN CERCA
Y miro por mi ventana las calles desiertas de gente. Hoy llueve en mi ventana. Las gotas de lluvia se estrellan y resbalan entre las lamas de la mallorquina del frío PVC, que tan de moda está, dejando a un lado la cálida madera para vestirnos las fachadas con ese estupendo material al que no altera ni la lluvia ni el sol.
Hoy llueve en mi ventana y el polvo acumulado corre en regueros zigzagueando entre las lamas, en un viaje a donde lo quiera llevar. Y miro la calle desierta de gente, nadie en los soportales, ni cruzando la calzada, ni en los bancos, ni aceras; solo coches.
Las mesas de los cafetines con sus sillas de colores, permanecen vacías, consecuencia lógica de la lluvia que cae, pero no tan lógica al parecer, para los dueños de los locales puesto que han marcado el territorio como cada día, con ese mobiliario variopinto, quizá para no ver tan menguado el negocio en este día de lluvia, o tal vez para que el agua arrastre el lodo acumulado de tantas batallas diarias.
Pasa un coche y pasa otro, y en la tienda de enfrente solo asoma un alma solitaria, la del dueño; un hindú de pequeña estatura, de traje oscuro y gafas de pasta verde pistacho, que observa la calle con aire aburrido. Y mira a un lado y mira al otro, custodiado por unas decapitadas y manidas mujeres de cartón piedra que, aunque las haya vestido con la fina tela de un rojo amapola cuajada de falsas monedas, no moverán sus caderas al ritmo de la música que sale de la tienda, porque la danza del vientre necesita sensualidad y la sangre a cuarenta grados Celsius.
Vuelvo la vista al teclado. La taza de té que descansa a su lado hace rato que perdió el humeante aroma moruno que despierta los sentidos. En una de las ventanas de la casa del cartel de se vende,
una mujer delgada, me observa mientras fuma. Me siento incómoda…
Hoy llueve en mi ventana, y las gotas de lluvia pegan con fuerza en mi cristal arrastrando el polvo acumulado, que con tanto celo yo dejé posar.
Hoy la lluvia se ha cebado en mi ventana, y en la casa de enfrente he visto a una mujer desnudándome el alma…
Sigue lloviendo. Una gaviota se ha posado en el alféizar ¡La madre que la parió!, menudo susto me ha dado. Es pequeña la puñetera, pero aun así tiene que hacer malabarismos para quedarse donde está. Me mira con descaro desde uno ojos redondos como dos chinchetas de colores, a la par que estira el cuello como la maruja
cotilla de una comunidad de vecinos cualquiera. Picotea en el cristal con su pico grande y fuerte, cómo la uña de un sarmentoso dedo de bruja — ¡Vete! —, exclamo a la par que golpeo en mi ventana. Nada, un par de aspavientos y un medio abrir y cerrar de alas, porque no da para más el hueco que ha escogido, pero ni intención de tomar las de Villadiego.
Por el claro que ha tenido a bien dejarme, puedo ver el vaivén de las ramas vencidas por el viento de uno de los esbeltos palmitos que adornan la calle.
— ¡Te quieres largar de una vez! ¡No me mires con tus ojos de chincheta!
Y ella me mira altanera mientras las plumas del cogote, se le arremolinan con el viento. temo que rompa el cristal, aunque es de klimates… No sé por qué pero ha decidido emprender el vuelo bajo la lluvia. La observo y no ha ido muy lejos la muy pendona; solo hasta el edificio de enfrente.
Me parece que está desorientada porque en seis años que llevo aquí, las gaviotas no han pasado de la terraza. Son unas descaradas, están tan acostumbradas a los humanos que ni se inmutan, así que estoy pensando en adiestrar a una como mascota.
Desde mi ventana veo caer la lluvia.
En el soportal de enfrente, un hombre joven tirado en el suelo sin una prenda de abrigo, con el brazo izquierdo flexionado a modo de almohada… Lo observo de cuando en cuando mientras tecleo. Pienso que está dormido ¡Pero que estúpida soy! ¿Dormido con este frío?
Se ha reclinado un poco, para mirar a un señor con paraguas que espera no muy lejos de donde se encuentra. Se levanta y se le acerca, mientras el señor lo intuye y comienza a pasear; son solo unos pasos, los suficientes para calmar esa molesta inquietud que
a casi todos nos entra cuando la miseria se nos acerca. Le pide y se lo niega, y el hombre joven vuelve a su lugar y el señor mayor cruza la calle solitaria de humanos, olvidando que ha dejado uno atrás…
El ulular del viento, y los palmitos que adornan mi calle van y vienen, vienen y van, mientras dos seres los observan danzar:
Uno desde su ventana junto a un teclado y un té.
Otro desde su rincón, en el soportal del edificio de enfrente, bajo un mural de cerámica en la que el artista ha plasmado a una Ceuta marinera.
Y hoy llueve en mi ventana. Hoy tengo el alma dormida…
Gudea de Lagash