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BUCEANDO EN LAS ALMAS – ENCUENTRO AL SUR DEL PACIFICO

Llegué en avión desde Asunción del Paraguay, hasta Santiago de Chile, con la intención de reunirme con una parte de mi familia en la Isla de Chiloé, antes de la recolección de la miel de ulmo.

Aquella noche en el hotel, no la podré olvidar, mientras viva en este mundo. De madrugada tembló el edificio entero. Todos los cristales de los ventanales, parecían iban a estallar. La cama pegó una sacudida que me despertó de golpe y me dejó casi sentada. Sonó “un bufido”, como si a la Tierra se le aflojase un fuelle. No estando acostumbrada en España, a esa actividad sísmica, salí de mi habitación cuando todo paró de moverse frenéticamente, y me encontré con un recepcionista que con voz muy tranquila y pausada me dijo sin darle importancia: “Jovencita, esto es totalmente normal aquí en Chile. Hay muchos sismos a lo largo del día. Algunos los percibimos y otros no”. Puedo decir que este comentario no me tranquilizó. Aunque la verdad, es que tenía razón.

En todas las ocasiones que había viajado a Chile, de un lugar a otro del país, me recibía “una sacudida”, aunque no tan fuerte como la de esa noche.

Ahora entiendo la permanente fricción de las placas tectónicas Nazca, Antártica y Sudamericana. Esa colisión es la que ha originado la Cordillera de los Andes. Y hace de Chile un enclave sísmico y volcánico, con más de 2000 volcanes censados y 500 de ellos activos.

Hace varios días había llamado al guía Jonathan, amigo conocido de una de mis primas, que realizaba expediciones para grupos reducidos. Y me reservó una plaza en su microbús.

A las 6 horas de la mañana estaba esperándome en la puerta del hotel. Después de las consabidas presentaciones con nuestros respectivos equipajes de trabajo, tomamos rumbo a Punta Arenas, extremo sur de la Cordillera de los Andes, columna vertebral de esta nación, cuyas cadenas de montañas atraviesan el territorio de 7 países diferentes a lo largo de sus más de 7000 kilómetros de extensión, constituyendo la cordillera más larga del globo terráqueo.

Luis Enrique, vulcanólogo chileno se presentó a la par mía, a las 6 horas en punto. Él sería el que llegaría primero, a su destino, con todas sus cajas y maletas, aparatos de medición, cámaras y un largo etcétera. Se quedaba en Temuco, unos 680 km desde Santiago, la capital. En tiempo real de conducción 7 horas 15 minutos. Trabajaba en el SERNAGEOMIN, fundado en el año 1980. El Servicio Nacional Chileno de Geología y Minería. Y allí en Temuco está el Observatorio Vulcanológico de los Andes del Sur (OVDAS).

Luis enrique participó con mucho sentido común y reflexiones en la conservación que tuvimos más adelante y que siempre recodaré, por lo aleccionadora e instructiva que fue.

Nina, de padre argentino y madre chilena, venía jadeando minutos más tarde. Se quedaba conmigo en la isla de Chiloé, frente al continente en el Océano Pacífico. Le acompañaban su equipaje de mediciones y análisis de las aguas. Así como una colección de prismáticos con los que me encantaba visualizar el horizonte del mar y como quiera ya habíamos coincidido varias veces., manteníamos una leal amistad.

Tengo que añadir que, como pintora, llevaba también mis artilugios profesionales. Un caballete plegable, lienzos, tubos de óleo, acuarelas, pinceles, porta láminas de bocetos…Todo se iba reubicando en el gran maletero de Jonathan.

Nina, bióloga marina, hacía el seguimiento de un grupo de ballenas azules entre los fiordos y canales del Golfo de Corcovado en la costa de la austral región de Los Lagos de Chile.

Más de 1000 kilómetros al sur de Santiago de Chile, 11 horas hasta Puerto Montt, cuyo volcán Osorno, se reflejaba en el lago Llanquihue, con la coronilla nevada y una fumarola que impresionaba hasta mantener la respiración; está la Puerta de entrada a la Patagonia chilena. El volcán Osorno es la viva representación de los muchos volcanes activos en la llamada Tierra o Cinturón de Fuego del Pacífico. Una vez llegamos a Puerto Montt, Jonathan se desviaría 60 kilómetros por una ruta que iría a desembocar a Pargua. Allí nosotras tomaríamos el transbordador para cruzar el canal de Chacao. Región de aguas cristalinas y abundante krill, alimento esencial para los cetáceos.

La bióloga y su equipo de voluntariado, cooperadores, trataban de promover que los chilenos se concienciaran de esta biodiversidad. Tengo que añadir que este relato, se desarrolló en el año 1989. Décadas más tarde, en 2022 con mucho empeño de continuidad, gran voluntad y apoyos, se consiguió emplazar un nuevo Parque Marítimo para proteger más del 10% de las ballenas azules del mundo. Poco a poco y año tras año, aumentaron y aumentan las visitas de estos cetáceos y su residencia en estas aguas.

Nina, quería conocer de cerca los bosques de flor de ulmo, de cuyos árboles florecían sus pétalos blancos durante los meses del verano del hemisferio sur, es decir, enero y febrero. Pareciendo en la distancia, como copos de nieve sobre las ramas. El ulmo también abunda en los bosques nativos del sur de Chile, en la Región de Los Lagos. Dado el interés de mi amiga y nuestra f luida amistad, la invité a pasar unos días junto a mi familia.

La tercera en aparecer fue Belinda. Esta historiadora chilena, cooperaba en la protección de pueblos indígenas, especialmente “los huilliches”, del sur de Chile, que forman la rama austral del pueblo mapuche. Habitan principalmente en la región de Los Lagos y de Los Ríos. Descendían antes del invierno andino, a los valles del sur. En 1992 la población indígena, era de casi un millón de personas. Hoy en día en 2023, son dos millones y pico, un 12,8% de toda la población chilena. Repartidos en bastantes comunidades a lo largo de todo el país. Belinda era portavoz mediadora, para defender los siguientes valores humanos del indígena:

  • Su derecho a vivir en los territorios originarios.
  • La defensa y el respeto del anciano, cuestión muy importante de esta cultura.
  • La protección de la infancia, para que sus hijos crezcan en sus tradiciones con fuertes lazos familiares.
  • La no intromisión por parte de “la cultura moderna” en su concepción de la procreación, como continuidad de su especie de raza indígena.

Ella se quedaría en Puerto Montt.

Por último, Juan, oceanógrafo español, al cual Jonathan lo llevaría hacia el punto más lejano para integrarse en el Buque Hespérides, que recalaba en el Estrecho de Magallanes, para atracar en el puerto chileno de Punta Arenas, y poner rumbo a la Antártida, embarcando el personal del Ejército de tierra español y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) responsable del sostenimiento y las operaciones de las Bases Antárticas Españolas.

Desde Santiago de Chile a Punta Arenas, hay más de 3000 kilómetros que Juan, quería realizar, tomándoselo como tour turístico, parando en lugares muy paisajísticos; que el experto guía Jonathan, conocía muy bien. Puedo asegurar que no se arrepentiría y le iba a quedar un recuerdo maravilloso para después estar meses y meses rodeados de un mar de hielo.

Al principio del relato había comentado que salimos a las 6 horas de la capital, rumbo a Temuco (680 kilómetros), con una primera parada en Talca, que se haría a las 8:45 horas, para desayunar. Allí fue donde se inició la conversación entre bocadillos y pinchos a la brasa de carne de res.

Juan, el oceanógrafo preguntó a Nina:

– ¿Cómo va tu estudio sobre la interrelación de las ballenas, en la vida del planeta? ¿Y cómo               estáis notando la afectación del cambio climático, en estos grandes cetáceos, en cuánto al aumento de la temperatura de las aguas a fecha de este año 1989?

Está claro, que este tema era la aportación personal de Nina, a la mejora del mundo en que vivimos.

A lo que ella contestó con mirada brillante:

-Pues mira Juan, teniendo en cuenta que los cetáceos (ballenas, delfines y marsopas) dependen de los diferentes hábitats oceánicos: unos donde se alimentan, otros en los que se aparean. Hay zonas de los océanos donde dan a luz y amamantan a sus crías, y otras en las que socializan para después migrar…se necesita una protección especial de todos estos lugares. Se está hablando ya de “los llamados corredores azules”, que son a modo de “super autopistas marinas” de migración para los grandes cetáceos, como las ballenas, en los que se debe velar, para su sostenimiento.

También se está empezando a caer en la cuenta y se demostrará en el futuro (como así ha sido), que las ballenas desempeñan un papel esencial en los océanos. Cada década hay más pruebas de confirmación que las ballenas ayudan a regular el clima, captando dióxido de carbono. A lo largo de su existencia (algunos ejemplares alcanzan los 205 años) UNA SOLA BALLENA CAPTA LA MISMA PROPORCIÓN DE DIÓXIDO DE

CARBONO QUE MILES DE ARBOLES, (y además sus excrementos son muy abundantes, con excelentes elementos para el suelo marino. En con conclusión, las ballenas son un bien para los seres vivos que habitan en el planeta, y por supuesto el hombre)

Las ballenas tienen un valor tan importante para la vida del humano, que nuestros océanos, necesitarían poblaciones prósperas de estos gigantes cetáceos.

Flora terrestre, flora marina, fauna terrestre y fauna marina, están tan estrechamente enlazados, que, si nos quedamos sin flora y fauna, la especie humana se extinguiría. Así de cruda es la realidad.

Belinda, como estudiosa de las tribus indígenas chilenas, estaba esperando, el momento para

añadir:

-Efectivamente Nina ¡anda que no llevo años diciéndolo! Y mira que la cultura mapuche bien lo sabe. Ellos tienen un dicho: “Cuando la modernidad (o el hombre actual) contamine la tierra, el agua o el aire…la especie humana desaparecerá por entre epidemias y enfermedades”. Por eso, no debemos pelear entre los que defendemos la vida en sus múltiples formas. Tan importante, es la defensa de los no nacidos, la defensa en el Parlamento Chileno del derecho a vivir, de los hijos cuyas madres quieren abortarlos como no olvidar que las enfermedades se están

produciendo por los distintos contaminantes del agua, el aire y los cultivos. ¡Fijaos en la contaminación del aire en Santiago de Chile!

Todo es defendible y debemos hacerlo. Cada uno donde más le llegue al corazón por sus situaciones y experiencias personales. No sé por qué hay peleas entre los múltiples profesionales y el voluntariado. Todos defendemos LA VIDA, con mayúsculas.

Jonathan, que era un gran lector de libros históricos, se estaba entusiasmando con la conversación.

-Nunca -dijo-. He entendido esas reacciones de pelearse, pretendiendo que una defensa de la vida sea más importante que la otra.

¡Claro, que el ser humano, está en prioridad, a la cabeza, en la cadena de seres vivos! Si los océanos se quedaran sin flora y sin fauna, es verdad que eso afectaría dramáticamente al humano, si se alterasen los ciclos de las estaciones, las lluvias desaparecieran de unas zonas de la tierra y en otras fuesen torrenciales; sería la ruina de las cosechas y del manto vegetal. Se moriría el ser humano de hambre.

Es todo un ecosistema perfecto, originado por una Inteligencia Creadora: Dios. Y el hombre con su tecnología no controlada y su ambición desmedida, ha alterado toda la armonía de la naturaleza y sus especies.

¡Y ahora, hay que seguir el viaje hasta Temuco! Donde almorzaremos hacia las 15 horas.

La conversación siguió un rato más en el coche, hasta que unos y otros fuimos dando cabezadas de sueño. Lo más curioso que oí antes de dormirme, apenas sin darme cuenta, fue la opinión de Luis Enrique, el vulcanólogo.

-Los volcanes más antiguos llevan sobre la faz de la tierra, de cientos de miles de años a un millón de años. Ellos son centinelas privilegiados, observando el devenir y si la vida como la conocemos, con su fauna y flora, dejase de existir, tened por seguro que seguiría habiendo volcanes, como orificios abiertos al magma terrestre. Aunque eso no me consuela. Me uno a vuestra voz de “Alerta”, ante el deterioro que causa esta civilización del siglo XX.

Hoy en día, en pleno año 2023 del siglo XXI, recuerdo la “Alerta” de estos científicos amantes de la Vida, en sus múltiples formas. Llegamos a Temuco, pero Luis Enrique, prefirió almorzar con nosotros. El Observatorio nacional vulcanológico de los Andes del Sur, (OVDAS) esperaría hora y media para tenerle en su equipo. La parrillada de verduras de la temporada con pollo a la brasa y vino de la zona estaba muy apetitosa.

El oceanógrafo, había estado escuchando todas las opiniones y se encontraba pensativo.

– ¿Qué te preocupa de lo que conversamos? Se te ve muy reflexivo –le pregunté.

Su mirada se clavó en mí.

– ¡Has acertado! -contestó él-. Me preocupa toda la verdad que hay en vuestras palabras. Y lo lejos que está esta civilización actual de entenderlo. Me preocupan las empresas que miden sus beneficios en función de la rentabilidad de los recursos terrestres, que son limitados y no se cuidan. Nuestra época es una locomotora sin freno…y lo más normal es que así, sobrevengan desgracias.

Nos quedamos mirándole, los cinco. Era muy cierto. El futuro lo hace el presente y el presente… Se hizo un silencio sepulcral que rompió Luis Enrique.

– Lo siento amigos, debo marcharme, ya me están esperando. Estoy feliz de haberos conocido. Intercambiemos teléfonos y estamos en contacto.

Nos despedimos y continuamos la ruta hacia Puerto Montt (353 km) unas 4 horas. Llegaríamos pasadas las 20 horas.

Belinda pensaba en voz alta: “Curioso el seguimiento de la evolución de los volcanes…”

A lo que añadió Juan, en tono simpático:

-Los océanos surgieron posteriormente y tus mapuches, millones de años más tarde, y Cris –dijo Juan, refiriéndose a mí-. Puede en un mismo cuadro, pintar la tierra, con los volcanes de Luis Enrique, y mis océanos junto a las ballenas de Nina en la línea del horizonte y las tribus mapuches, de Belinda, bajando de la Cordillera de los Andes hacia los valles…

Pues sí -añadí riéndome-. Un cuadro puede contener esa belleza tan dispar y aunar todos esos elementos en armonía.

Jonathan nos sonrío -y puntualizó-. ¿Sabéis Cris y Juan? No sé cómo seréis de buenos en vuestras respectivas profesiones, pero os aseguro que sois grandes filósofos, pese a vuestra apariencia juvenil, en especial Cris, que, por la ficha de inscripción, sé que es la más pequeña del grupo.

A lo que remarcó Nina-todos los que hemos coincidido en este viaje “somos filósofos” o pensadores innatos”. Y te incluyo a ti también Jonathan.

Belinda, se estaba preparando para bajar en Puerto Montt. Venía su marido a buscarla. Jonathan, Juan, Nina, y yo haríamos noche en el alojamiento Hotel Cabañas del Lago, en

Puerto Varas, a orillas del lago Llanquihue.

Belinda se despidió con un gran abrazo muy entrañable con, Nina y conmigo, añadiendo: “Nos vemos pronto”. Como así fue a mi vuelta, meses más tarde.

El volcán Osorno, nos recibió con un atardecer de colores rosados, que se reflejaban en la nieve de su coronilla. Dejamos las maletas de mano, en la habitación y previo a asearnos salimos a dar un paseo para estirar las piernas. Y cual no sería nuestra sorpresa, que observamos entre los colores fucsia del atardecer, unos destellos de verdes ondulantes, que cruzaban el cielo. Jonathan exclamó: “¡Auroras australes, que belleza! Me quedé boquiabierta, siguiendo las ráfagas verdes iridiscentes, incendiadas de luminosidad, con el fondo de un cielo en rosa y azul lapislázuli.

Había que descansar. Mañana sería otro día muy largo para todos.

El precioso amanecer me hizo despertar y mirar por los ventanales, que daban a las cristalinas aguas del lago Llanquihue.

Después de desayunar, acompañamos a Jonathan que tenía que entregar a un pariente, un paquete. Las casas de alrededor eran todas de madera. La explicación que nos dio su familiar es que, ante los múltiples movimientos sísmicos, la madera no se agrietaba como las casas de obra y después de crujir, se volvía a acoplar. ¡En fin! Comprobé que había una Cultura de los terremotos, asumida desde siempre. Me costaba normalizar esa situación.

Por fin volvimos unos km hacia Puerto Montt. Tenía que coger con Nina el trasbordador, nos esperaban en el embarcadero de Costanera, en la Isla de Chiloé.

Juan, proseguiría con Jonathan el tour fotográfico, sobre la Región de Los Lagos y volcanes nevados. Se despidió de mí dándome su teléfono, pidiéndome el mío y diciendo: “¡Te llamaré desde el barco!”. Lo cual me hacía mucha ilusión…

Nina, siempre muy agradecida a Jonathan, le comentó: “Ha estado todo muy bien organizado.

Muchas gracias, como siempre”.

Cris -añadió Jonathan-. Dale recuerdos a tu tita y tus primas.

– Descuida –dije-. Serán dados de tu parte.

Coincidí, durante varios viajes, en posteriores años con ellos. La Vida nos reunía y nos volvíamos a encontrar. Una sincronización de almas unía nuestra forma de sentir y hacía posible esos encuentros.

Cristina Gómez-Tejedor Álvarez

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