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Avaricia versus generosidad

María Vives Gomila, profesora emérita de Psicología, reflexiona sobre los extremos de la avaricia y la generosidad, explorando cómo influyen en nuestra salud emocional y en la forma en que vivimos, recordándonos que los bienes materiales nunca sustituyen el valor de la empatía y el afecto humano.

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Durante años hemos escuchado que para vivir satisfactoriamente es necesario saber lo que uno quiere, tener unos objetivos y desarrollar los medios más adecuados para conseguirlos. ¿Qué hace que retengamos aquello que podríamos compartir? Sabemos, por otra parte, que la persona se siente mejor y más gratificada cuando da que cuando recibe. Son actitudes y acciones diferentes; unas, ayudan a crecer, otras, al contrario, frenan el crecimiento saludable.

Retener o compartir. El avaro retiene, necesita abastecerse de bienes y acumularlos para poder satisfacer sus necesidades con el menor gasto posible. Entre estos dos polos tan opuestos, avaricia y generosidad, discurre la mayoría de nuestras vidas.

Siempre me ha llamado la atención que personas inteligentes estén tan pendientes de acumular bienes, en especial en moneda o papel. Todos hemos conocido a personas, cuyo único afán era reunir abundantes cantidades de dinero, que guardaban celosamente. Otras, lo prestaban a un elevado interés, que les proporcionaría pingües beneficios; algunas perdieron sus bienes como garantía de las apuestas de juego, que iban acumulando y perdían. Incluso, ha habido personas, cuya reiterada ambición, de poseer sin medida, las alejaría de su tierra para evitar represalias de otras, a las que estaban extorsionando económicamente.

La necesidad de poseer, de acumular bienes para asegurar un futuro, inimaginable, por otra parte, sin una fuerte estabilidad económica, ha alterado la vida de muchas personas.

La obsesión por poseer dinero en cantidad y dedicar tiempo suficiente a contar y revisar, una y otra vez sus cuentas bancarias, me ha hecho entrever algunas de sus posibles causas: desde factores hereditarios, un ambiente de escasez económica, hasta tener que recuperarse   de   perder   cuanto                     tenía,           puede                     suscitar       el                     deseo          de aglomerar, porque si no lo hiciera así, el avaro carecería de lo necesario. Aunque esto no seria suficiente para tan desmedida afición. Esta actitud avariciosa puede ser preocupante cuando afecta a la salud mental y se convierte en un deseo no satisfecho, que se traduce en obtener, y de forma reiterativa, mucho más de lo que una persona

necesita para vivir.

Esta forma exagerada de comportarse me ha llevado hasta Molière y su obra “El Avaro”, que constituye un reflejo de la sociedad francesa de mediados del siglo XVII, cuyo afán por las riquezas materiales empezaba a ser considerable.

En esta obra, en la que se entrelazan magistralmente tragedia y comedia, Molière narra la historia de Arpagón, un hombre avaro y mezquino, obsesionado por acumular dinero, afán que antepone a la felicidad de sus hijos, Cleante y Elisa.

Arpagón desea casar a su hija con un hombre mayor y rico, que estaría dispuesto a casarse con ella sin reclamar ni su dote ni cualquier otro beneficio familiar. Frente a la intención de su padre, Elisa está enamorada de Valerio, que sólo al final de la obra, desvelará sus orígenes nobles. Por su parte, Cleante está prendado de Mariana, a la que también desea desposar su padre.

Diferentes historias, movidas por sus respectivos conflictos, terminan con un desenlace, que será positivo para todos.

Al desaparecer la caja llena de dinero, que Arpagón guardaba celosamente, se desata su desesperación haciéndose aún más visible su avaricia: “¿Dónde está mi dinero? ¡Mis preciosas monedas! ¡Mi vida,

mi alma!”, exclama el protagonista.

Molière nos deja un mensaje claro y rotundo, al centrase en la actitud de Arpagón y su avaricia, que destruye el vínculo afectivo que hubiera podido desarrollar con sus hijos. “El avaro” nos recuerda que el dinero no puede sustituir a los auténticos valores de cercanía y afecto, que caracterizan al ser humano.

Frente a la avaricia, actitud reiterativa de acumular y preservar lo acopiado, se opone la generosidad, vinculada con la empatía y la comprensión.

La persona busca inconscientemente en el síntoma, cuando es producto de un proceso defensivo, satisfacer su deseo de poseer bienes inagotables, que sustituyan a los afectivos. En cualquier caso, fracasa con el triunfo de poseer bienes materiales, ya que no logrará compensar el vacío emocional, no satisfecho adecuadamente: la pérdida de autoestima y la falta de afecto, que siente no haber recibido en sus primeras etapas de vida. No se puede retornar lo que no se ha adquirido ni asimilado.

Maria Vives Gomila, Profesora Emérita de la Universidad de Barcelona y escritora

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