…ANDARÁN CON LA CABEZA HACIA ABAJO…
Caminaba Salvador cabizbajo por la orilla de la playa. Las olas se estrellaban suavemente en el rompeolas y salpicaban sus pies. Acababa de llegar a casa de sus abuelos en un pequeño pueblo pesquero de Andalucía. No conocía a nadie y a sus ocho años recién cumplidos sentía que su vida ya estaba dividida en dos: la de la semana anterior, normal, feliz llena de amigos y con la presencia de sus padres y la de la llegada de esa carta que rompió esa tranquilidad porque en ella se reclamaba la presencia de sus padres a la otra parte del mundo, nada menos que en Australia,¡ allí con los canguros!- pensó.
Los padres de Salvador formaban parte de un importante equipo de investigación dedicado a salvaguardar la flora y fauna de nuestro planeta.
Ellos eran biólogos marinos y era la mismísima UNESCO la que encargaba a este prestigioso equipo un estudio exhaustivo acerca de la causa de la acidificación oceánica que se estaba produciendo en la Gran Barrera de Coral situada frente a las costas del estado de Queensland.
Al niño, la noticia no le supuso ninguna inquietud, al principio, porque no sabía si sus padres se marcharían o no.
Pero escuchó la conversación de César, su padre, tratando de convencer a su mujer de lo que suponía el encargo para el equipo, del gran reto al que se iban a enfrentar para lograr salvar esa reserva marina de tanta importancia, de los ingresos que supondría trabajar para tan alto organismo internacional… También le pareció entender que la madre ponía muchos inconvenientes, el principal de ellos él, Salvador, que no podría viajar a Australia, que tendría que quedarse en España y que ella era la que debería renunciar al trabajo.
-Luz María, si tú no vienes, yo renuncio. Porque tú eres parte esencial del equipo, la Universidad te puso a ti al frente y hasta ahora hemos trabajado muy acertadamente bajo tu coordinación. Me parece un despropósito que te sacrifiques. Yo me quedo con el niño.
Salvador, que había permanecido escuchando en silencio se acercó y les pidió que no dejaran lo que tenían que hacer por él.
-Yo me iré con los abuelos y vosotros a trabajar .Luego me traéis un canguro ¿vale?.
Los padres, sorprendidos, se acercaron para besarlo, aunque también para reprenderlo por haber estado escuchando sin permiso la conversación de mayores, escondido tras la puerta del pasillo.
De este modo, se impusieron razones de peso de la mano de la naturalidad del niño y la vida de la familia dio un giro importante.
Hubo lágrimas en la despedida por parte de todos, padres, abuelos, Salvador, que fueron serenándose cuando hablaron y se vieron a través de la llamada con el móvil unas horas más tarde.
Habían pasado ya algunos días desde que se quedara en el pueblo y pronto se incorporaría a su nuevo colegio; mientras, se había dedicado a acompañar a los abuelos, a pasear por la orilla del mar como ahora. Le apasionaba sentir la brisa en la cara, pisar esa arena gruesa que no se quedaba adherida a la piel y que se encontraba mezclada con diferentes conchas de animales marinos pequeños.
A veces se amagaba y recogía alguna y la metía en el bolsillo del pantalón. Con las más bonitas pensaba hacer un joyero para su madre.
Su madre, su padre… ¡menudo problema debían tener allí en el país donde estaban!.
Había visto en el globo terráqueo que su abuelo guardaba en el que fuera dormitorio de su padre, y que él ocupaba ahora, que Australia estaba en la mitad sur de la tierra, mientras que España estaba en la mitad de arriba.
Algo no le cuadraba bien en su mente infantil e imaginativa. De pronto empezó a reír a carcajadas, mientras decía en voz alta:
-Ellos allí andarán con la cabeza hacia abajo y tendrán que llevar algo en los pies para no separarse del suelo, a lo mejor tienen zapatos con imanes en la suela para que se peguen a las aceras que serán de hierro, porque si no, se caerán para abajo…¡qué difícil! ,¿y el agua no se escapará?…
-La fuerza de la gravedad de la tierra atrae los cuerpos- dijo una voz desconocida.
Salvador, muy sorprendido, giró la cabeza hacia la voz.
-¿Cómo dice?.
El que había hablado era un hombre sentado junto a una barca que arreglaba unas redes.
-No eres de aquí ¿verdad muchacho?. Es la primera vez que te veo…
-Estoy con mis abuelos porque mis padres se fueron a trabajar al extranjero ¿qué está haciendo usted?.-preguntó el chico con interés.
-Arreglo las redes para salir a pescar .¿has montado en barca alguna vez?.
-Con mis padres que trabajan en temas marinos, pero no arreglan redes-contestó Salvador, y añadió- ellos ayudan a los mares a estar sanos, son biólogos.
-¡Magnífica profesión.
A partir de entonces se estableció una fructífera amistad entre el pescador y el niño que salió de pesca con él y con su abuelo, donde aprendió historias increíbles que ambos de contaban. Poco a poco la sonrisa regresó a su cara.
En el colegio, también al principio se sintió cohibido, pero su carácter abierto y su vivaz desparpajo facilitaron que pronto se integrara con sus compañeros que disfrutaban de las aventuras que les contaba y de las experiencias que narraba sobre el trabajo de sus padres al otro lado del mundo.
A Salvador el tiempo le pasaba volando, porque casi sin darse cuenta, el curso se acababa; no así los paseos junto al mar y las conversaciones con Jaime, el pescador, con quien aprendió a remendar redes, ordenar aparejos y remar en la barca bordeando la costa.
Coincidiendo con las vacaciones escolares de verano, llegó la noticia de que sus padres regresaban para pasar unos días en familia. Salvador no podía sentirse más dichoso. En poco tiempo había comprendido que la vida puede ofrecer mucho si se camina por ella con afán de aprender y disfrutar.