¿SABEMOS AFRONTAR LAS SITUACIONES COMPLEJAS?

María Vives Gomila

Profesora emérita de Psicología de la Universitat de Barcelona y  

Escritora. Palma de Mallorca.

Las pérdidas, la soledad, la enfermedad, los miedos, la incertidumbre frente a determinadas situaciones no son fáciles de encajar. Todos las hemos sufrido de una forma u otra a lo largo de nuestra vida.

            Los cambios no son siempre accesibles. Ante un cambio de actitud, de vivienda o de forma de vida pueden influir diferentes factores, como el medio social, también político, las circunstancias económicas, pero, sobre todo, son las características personales las que pueden ayudar a emprender, gestionar y llevar a cabo cualquier cambio, sea del signo que sea.

            Cambiar de actitud ante una situación inesperada (trabajo, separación, enfermedad), que requiere replantear prácticamente la forma de vivir, requiere coraje para afrontar las nuevas circunstancias y mirar positivamente el futuro; cosa nada fácil cuando ese coraje representa no decaer ni dejarse llevar por la incertidumbre ante un futuro desconocido. También cabe preguntarse si el cambio de situación permitirá seguir caminando con el mismo ánimo, más aún si hay una familia a la que sostener y animar.

            Cambiar de vivienda para algunas personas habrá sido algo más que una gestión: empaquetar, embalar y trasladar muebles y enseres habrá representado toda una aventura, que sirve también para desprenderse de aquellas cosas que no se necesitan y pueden beneficiar a otros, además de saber despedirse de una etapa ya vivida. Todo esto suele incrementar las inquietudes y ansiedades puntuales, especialmente si la persona ha sido desahuciada.

            Dice un poema: “El temor al cambio a veces paraliza, confunde o descontrola. Renacen ansiedades primitivas, aún desconocidas, que impiden tirar de la coraza, que sujeta resistente, miedos, fantasías, conflictos o temores. Olvidamos que el cambio beneficia. Andar sendas ignoradas o desconocidas enriquece y puede dar otro sentido o un giro inesperado a nuestras vidas”…

            Aquí podríamos recordar los aspectos, tantas veces positivos, acaecidos a través de los cambios, beneficios que solemos descubrir más tarde: nuevas energías, expectativas, ocupaciones, nuevas amistades, etc.

            Perder a una persona querida suele generar un cúmulo de sentimientos, que pueden tender a mermar la capacidad de amar, a inhibirse de cualquier actividad, incluso hasta perder las ganas de vivir.             En un primer impacto se vive una mezcla de pena, dolor, rabia en torno a un hecho, considerado casi siempre injusto y ante el que las personas se sienten impotentes por no poder cambiar ni la situación ni las emociones vividas.

            Siguen, todavía, sentimientos de pena, resentimiento y protesta, causados ​​por un suceso que se sigue considerando injusto. Podría provocar no sólo sentimientos depresivos, sino también depresiones, rabia y dolor, indicativos de bloqueo en el proceso de elaboración del duelo.

            Muy cerca, o tanto o más inmediato en el tiempo, podría haber un intento de negar la realidad dolorosa y dar la impresión de que la persona finada vive, como si este hecho no hubiera sucedido. Se utiliza el control como forma de evitar el miedo dando la sensación de una aparente superación de la pérdida. A su vez, la persona puede sentirse invadida por el recuerdo de vivencias intensas, sentimientos contradictorios, que pueden llevarla hasta el estrés provocándole malestar e inquietud.

            Tenga la duración que tenga esta etapa, y según cada uno  a partir de estos momentos, suele iniciarse el proceso de elaboración del duelo, en el que la persona podría empezar a aceptar la realidad de la pérdida. En ocasiones, podrían presentarse somatizaciones o quejas a raíz del sufrimiento que el hecho de asumir dicha pérdida implica.

            Por último, sigue una fase de reparación, donde se recupera el sentido de realidad. La persona se permite recordar, sin  la presencia de un dolor tan intenso, vivencias y sentimientos compartidos con la persona ausente intentando adaptarse a la nueva situación.

            Daniel Stern, psicólogo afincado en Suiza, explicaba las consecuencias que la pérdida temporal de la madre podía ocasionar en su hijo (en este caso, un niño de cinco años). Se podían comprobar los efectos que implicaba esta separación observando los cambios producidos en la motricidad, la afectividad, el lenguaje y la relación interpersonal: el niño caminaba lentamente arrastrando los pies, rechazaba la comida, no hablaba. Empezaba a desarrollar lo que podríamos considerar un proceso depresivo. Los síntomas desaparecieron cuando la madre regresó del hospital instalándose nuevamente en el domicilio familiar.

            Podríamos considerar el duelo superado cuando la persona puede pensar serenamente y recuperar, sin miedo, sentimientos y experiencias vividas con la persona desaparecida, experiencias que son interiorizadas al asimilar y acomodarse a la nueva situación continuando el ritmo que llevaba antes de la pérdida, una vez que ésta haya sido asumida.

            La soledad no aceptada puede provocar también malestar. La persona puede vivir el fracaso que representa el aislamiento y la mínima relación que experimenta cuando siente que los vínculos, mantenidos socialmente hasta ahora, van desapareciendo sin expectativas de futuro.

            El descubrimiento de una enfermedad, de forma imprevista, altera el ritmo de una persona, que se ve obligada a cambiar su día a día para adecuarse a las nuevas necesidades. Las características personales, la compañía de la familia y las amistades tendrán un papel relevante para ayudar a superar la situación no deseada.

            Lo mismo podría decirse de la sensación de peligro, sea ésta vivida de forma real o fantaseada, debido al miedo o a la ansiedad. Mientras la ansiedad no sea excesiva tiene un aspecto positivo o adaptativo ya que permite afrontar las diferentes responsabilidades que se presentan.

            El problema surge cuando se detectan simultáneamente diferentes síntomas (inquietud, tensión, irritabilidad, somatizaciones). Para superarlos es importante y terapéutico que la persona pueda expresar y sostener tanto lo que piensa como lo que siente, pueda pedir ayuda, se mantenga ocupada con objetivos realistas, se interese por los demás y sea capaz de llevar a cabo lo que necesita y desea.

            Tal y como comentábamos al principio, en el desarrollo del cambio intervienen múltiples factores y de distinto orden. Sin embargo, son las condiciones políticas, sociales y económicas de un país las que tienen una influencia directa y determinante sobre el bienestar de las personas. Por este motivo es necesario que sean estas mismas condiciones las que favorezcan, de forma especial, la educación, la salud y la salud mental de la población.

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