BUCEANDO EN LAS ALMAS. EL MEJOR REGALO DE NAVIDAD: -TU TIEMPO-

Cristina Gómez Tejedor
Todo mi entorno próximo, amistoso y familiar, parecía estar en pie de guerra.
La abuela María, se quejaba, a sus más de noventa años, que le gustaría disfrutar más tiempo con sus nietos y bisnietos.
Las niñas de Flora, las gemelas de nueve años, querían hacer una excursión con sus padres, y estos siempre estaban muy ocupados.
La Familia del Molino (mote puesto por la casa de sus padres que es un molino de trigo restaurado y cuyo arroyo pasa debajo de esta, viéndose el agua, por unos gruesos cristales) protestaban unos hermanos de otros, porque nunca apartaban sus múltiples obligaciones y coincidían.
Se aproximaba la Navidad, despacio, casi de puntillas. Estábamos en Noviembre y las conciencias de todos, se agitaban, dándose cuenta que se les había ido el año, apenas sin conversar, en una parálisis compulsiva del trabajo, al gimnasio y a la casa. Y ahora…¡Cómo reunirse en esta navidad! Había que hacer un posible y ajustar los calendarios, cediendo por ambas partes. Empezaron a comprarse
mutuamente los obsequios navideños. Y yo me preguntaba: ¿Y si alguno de ellos ha cambiado los gustos o aficiones y le regalan algo, que ya no les interesa? En tantos meses sin hablar, puede suceder.
¡Uf! Mi cabeza miraba de izquierda a derecha, donde iban los unos y las otras. Y todos lamentándose de algo en común: “No tenían tiempo”. Tiempo, para tomar un café o un té. Almorzar o cenar juntos. Tiempo para hablar de las circunstancias de la vida y de la vida misma. Me di cuenta que lo más preciado era EL TIEMPO.

Entonces decidí que no regalaría objetos. Regalaría: Mi Tiempo.
No regalaría juguetes, a las niñas pequeñas de Paco y Trini. Me iré con ellas, una tarde al parque (que añoraban) y no podían llevarlas sus padres, todo lo que quisieran, por falta de tiempo. Lanzaremos las cuatro, maíz a los patos del estanque. Las balancearé a todas en los columpios y bajaran veloces por los toboganes. ¡Y por supuesto a merendar en el “Cafetín” echándole miguitas a las palomas! Y de postre tomaremos helados. Las niñas me contaran sus peripecias en el colegio, y también lo poco que ven, tristemente, a su papá y mamá, que llegan casi cuando la tita las está bañando.
Iré a casa de la abuela María y organizaré un almuerzo para ella y que se explaye con las alegrías que le dan sus nietas y la melancolía que le produce la separación del último de sus hijos con su esposa. Y escucharé tranquilamente en la sobremesa, con un sorbo de té y unas pastas, sus múltiples molestias corporales, que recorren toda la geografía de su cuerpo de norte a sur.
Pediré permiso a los padres de las gemelas, para hacer la excursión con la que sueñan. Pasaré el día entero con ellas por los montes de las Alpujarras. Empezando por su puerta de entrada: Lanjarón, hasta Pampaneira, Capileira, Poqueira, Trevélez… Y las niñas lo pasarán de maravilla.
Propondré a mis amigos, La Familia del Molino, organizar un almuerzo entrañable en el jardín acristalado de mi casa, dedicándoles el día entero. Que cada uno traiga un primer y segundo plato, otros el postre y hacemos un buffet que cada cual se sirva lo que guste. Yo pondré las bebidas, vestiré la mesa, el café o té y bizcochos. De esta manera, no recae todo el trabajo, en la anfitriona de la casa. Y en cuanto a mí hija, aparte de unos detalles de obsequios de algo que pueda necesitar…llevo varios años diciéndole: » Lo mejor que podemos hacer, es una excursión juntas de un día o varios, dónde la conversación se mezcle con la belleza del paisaje». A lo que imagino ella me contestará: » ¡Pero si vivimos en el campo!». Si hija – le diré- pero es bueno cambiar de vez en cuando estos montes, este lago, por otros cerros, otros
pueblos o ciudades con personas diferentes del entorno cotidiano, un distinto horizonte para ver la vida con otra perspectiva.
Está muy claro, lo más hermoso, único y excepcional, es regalar el tiempo de uno mismo, que es como donar un trozo de tu vida. Ese es el mayor regalo de Navidad y el mejor regalo que Siempre podemos obsequiar:
Nuestro Tiempo.
Cristina Gómez Tejedor