¿Qué nos está dejando la pandemia?
María Vives Gomila
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En un ambiente de incredulidad conocíamos la presencia y extensión de un virus, que permitiría mostrar la precariedad de medios de un Gobierno -de cualquier gobierno- que vería con estupor cómo incidía de forma vertiginosa en una población desprotegida de recursos sanitarios y, en cierta medida, económicos y educativos con el desconocimiento de una situación que se extendería con rapidez a todo el planeta.
Y así veíamos cómo la sanidad quedaba saturada. Se retrasaba y reducía la asistencia primaria en los hospitales públicos, con el constante padecimiento de profesionales y especialistas; también desde las UCIS, que luchaban por la salud de los pacientes ingresados y comprobaban cómo su trabajo no daba abasto. A esto se añadía el dolor de las familias que no podían asistir a los suyos de la manera que hubieran deseado (El personal médico tenía que tomar medidas urgentes, a veces desesperadas y con gran carencia de recursos).
La necesidad asistencial quedaba al descubierto. El sistema quedaría alterado y aún no se ha normalizado. Si no se podía acceder a una consulta privada, se veían reducidas y aplazadas las peticiones del usuario para ser atendido en sus enfermedades o dolencias. El impacto, la sorpresa y el miedo serían difíciles de superar. Cuanto más avanzada era la edad de la persona, más aislada se quedaba si no era independiente o no estaba protegida por un ambiente familiar afectuoso. También los más jóvenes estarían atrapados física y psíquicamente en sus casas. Casi todas las familias experimentarían cambios, algunos significativos, otros positivos (separaciones, divorcios, mejora de hábitos de estudio en algunos jóvenes). Todos estos hechos, con pocas excepciones, dejarían secuelas físicas y psicológicas. Un riesgo que se debería poder subsanar.
Se ha alterado durante un largo periodo de tiempo la atención y dedicación al paciente en la sanidad pública, en el ámbito de la salud mental individual y en atender las dificultades, ansiedades y carencias que se han ido generando y acumulando a raíz de la situación vivida, no solamente en adultos, también entre los más jóvenes.
Por otro lado, se ha podido comprobar la precariedad de las ayudas recibidas, especialmente las destinadas a la investigación, cada vez más precarias y tan importantes en las actuales circunstancias. Recordemos que gracias al trabajo de investigadores de diferentes países, que habían continuado trabajando a raíz de las primeras apariciones del Sars – cov2 desde antes de 2002, algunas vacunas ya se estaban investigando y sus efectos eran probados en determinadas franjas de edad de la población (Albert Bourla (2005-2019 ); Henry Niman (Harvard, 2003); Cheng, V.C., Lau, S.K., Woo, P.C., & Yuen, K.Y. (Hong Kong, 2007).
Se constató la falta de especialistas en las urgencias, la importancia de la asistencia primaria y la necesidad de contar con más médicos de familia. Tal como se ha visto, la precariedad de la atención estaba a la orden del día. Situación que no se debía ni se debe a la falta de sanitarios competentes que los tenemos –en medicina general, medicina interna o en las diferentes especialidades, personal de enfermería, personal sanitario y subalterno que continuaba y continúa a pie de obra, sino más bien a la precariedad de medios que se requieren para cubrir las necesidades actuales de salud de la población.
La realidad se enfrenta a un panorama complejo que, de ignorarlo, supondría una falta de responsabilidad –falta de previsión ante nuevos virus y enfermedades, atención a la salud mental, a las necesidades de los más jóvenes, especialmente a las familias desestructuradas, consecuencias que suelen padecer los más pequeños.
Según A. Talarn[1], como trabajadores que somos de la salud mental, nos enfrentamos a tres retos, algunos comentados hace algún tiempo en este mismo periódico: las medidas de prevención de primer nivel, el exceso de medicalización y la necesidad de una ética en la asistencia al paciente.
Efectuar una previsión de la salud mental -los síntomas de muchas alteraciones suelen iniciarse en la juventud, algunos en la infancia– se traduciría en preparar programas de prevención primaria, aunque más que centrarse en programas específicos, muchos de los cuales ya existen, éstos habrían de dedicarse, según la OMS, a poder cubrir aquellas condiciones sociales y económicas que tienen una gran influencia sobre la salud de la población, especialmente la infantil.
Los indicadores previos, para lograr una prevención primaria, estarían centrados en proteger la salud mental del niño en sus primeras etapas, que constituyen la base de su estabilidad cognitiva y emocional posterior. Este hecho comportaría proteger a diferentes grupos, con prioridad a familias desestructuradas y, en consecuencia, hijos desprotegidos, mujeres maltratadas, niños con necesidades terapéuticas e hijos de familias sin recursos.
La tendencia a medicar en exceso a las personas con trastornos psíquicos comportaría implementar una nueva forma de considerar la salud mental. La voz de profesionales críticos, junto a la de familiares, podría abrir nuevos caminos para atender a las personas con algún tipo de trastorno mental, con objeto de priorizar e incrementar el tiempo de escucha de sus necesidades aplicando, además de los tratamientos de orden biológico y psicológico, medidas de orden social, incluso de orden económico, siempre que puedan ser de utilidad para su evolución y adaptación.
Hablar de una ética asistencial, como hace Talarn, es una manera de decir que se dedica poco tiempo a la escucha del paciente, se acentúa el estigma de un ‘diagnóstico cronificador’ y se inutiliza su proyecto vital por haber sido condenado por una enfermedad, tratada tantas veces bajo una perspectiva exclusivamente biológica. Hacen falta medios de todo tipo, más allá de los farmacológicos para no diagnosticar a las personas bajo una única y aislada perspectiva y utilizar los estímulos médicos, psicológicos, pedagógicos y sociales imprescindibles, para que la persona pueda llegar a dirigir su vida. Por esto es necesario que las instituciones públicas, del signo que sean, se comprometan incrementando las partidas y bienes a proteger la salud y la salud mental de los niños, de las familias problemáticas y de toda persona que lo necesite.
[1] Dr. A. Talarn (2020). Desafíos y retos actuales en salud mental.En M. Vives, Las alas del viento (pp.348-353). Granada: Edit.Granada Club selección.