CULTURA ANDALUZA (LXXV)
FLAMENCOS TOREROS (IV). Manuel Centeno (1885 – 1961)
Alfredo Arrebola, Profesor – Cantaor
En el difícil, complejo y abigarrado mundo de la tauromaquia y flamencología, creo que no existe aberración en afirmar que ninguna persona se hace a sí misma, ni nadie nace totalmente el día que su madre le da a luz. Todos somos fruto de muchas confluencias. Nuestra radicación en un lugar y en un tiempo nos forman, nos conforman o nos deforman. Pero, vistas a la luz de la idiosincrasia andaluza, esas coordinadas espacio-temporales son otras manifestaciones por las que se distinguen los cantaores flamencos y los toreros andaluces. Estas palabras iniciales, según mi criterio, encuadran perfectamente con la vida y obra del famoso cantaor sevillano Manuel Jiménez Centeno, conocido artísticamente como MANUEL CENTENO, que nació, en el popular barrio sevillano “Puerta de la Carne”, el día 11 de octubre de 1885. Existen, afortunadamente, fotografías de Manuel Centeno con el traje de torear.
Desde siempre se viene diciendo que “… de casta le viene al galgo”, pensamiento que se hizo vida en Centeno, ya que su madre era hermana del afamado torero sevillano José Centeno Laboise (1861 – 1910), quien lo metió en el toro, debutando como banderillero en su tierra natal (Sevilla) el día 7 de octubre de 1907. Al año siguiente, su tío José se lo llevó a México y torea el día 5 de abril su primera novillada americana. El día 18 de octubre del mismo año torea en la Real Maestranza de Sevilla con “Cuatrodedos” (Diego Prieto Barrera, 1856 – 1918) y “Morenito Chico de San Bernardo” (José Rivas Rodríguez, 188? – 1916), con tan mala fortuna que uno de los toros, “Pocaprisa”, le pegó una cornada en el pecho que estuvo a punto de morir.
Sin embargo, el joven Centeno, lejos de amedrentarse, siguió en el peligroso mundo de los toros, pero, a la verdad, la suerte no estaba con él y en el 1910 tomó la decisión irrevocable de abandonar el mundo del toro para “buscarse la vida” en el no menos difícil campo flamenco en una época llena de calamidades. La Flamencología actual nos ha revelado la entrevista que el famoso periodista sanluqueño Galerín (Agustín López Macías, 1881 -1944) le hizo a nuestro biografiado “Torero -Cantaor”- Manuel Centeno – en las páginas de “El Liberal”, como también se conoce la entrevista que hizo a don Antonio Chacón, en el mismo periódico, el 9 de julio de 1922.
A las preguntas del pícaro e ingenioso Galerín, responde Centeno: “Soy lo que se llama un “equivocao”. Verá usted: de chipelín decían en mi casa que yo era un buen colegial, un buen estudiante; pues yo hacía rabona cinco días a la semana. Me da la afición por el toreo y salgo en el 1907 como banderillero. Verme la gente y decir “aquí hay un matador de toros”, todo fue uno. Ese mismo año marcho a Méjico con mi tío José Centeno, que fue gente en el toreo, y estoy allí un año. Regreso y debuté en Sevilla como matador con Cuatrodedos y Morenito de San Bernardo…. De estas corridas sacan mis amigos la impresión de que yo no soy banderillero ni matador, sino “un buen torerito”. ¡Y desgraciado aquel que le digan que es “un buen torerito”. Hay que ser torero a secas, no “toreador” ni “torerito”….
– Bueno, ¿pero usted no cantaba?. A lo que contesta el inmortal sevillano: “Ni la hora. Yo empecé a cantar en un día raro. Era torero. Tenía mi coleta y todo. Llegué a mi casa a la hora en que se suele almorzar, y aquel día no había de qué… Me puse a cantar tarantas y “granaínas” y fuera porque tenía el cuerpo vacío, o porque cantara con más sentimiento aquel día, lo cierto es que escuché más de una vez decir que “me las podías buscar por el cante, y decidí buscármela… Se empeña la gente en que mi cante es la “saeta”, y aquí me tiene usted cantándole al Señor en agosto”.
El propio Centeno confesaba públicamente que había aprendido a cantar escuchando fonógrafos. Era consciente que él no era un cantaor de enjundia, de pellizco, por lo que en su tarjeta de visita podía leerse: “Manuel Cantaor. Cantaor fino sin duende”. No obstante, era dueño de una voz magnífica y con buena planta, lo que le llevó a hacerse un hueco en las compañías de comedias que afloraron al máxino en el primer tercio del siglo XX.
Su vida artística se iba desarrollando en los diversos elencos, comparsas de comedias, incluso de zarzuelas: el flamenco entró de pleno en los teatros españoles. Pero Manuel destacaba siempre en el cante por saetas, llegando a convertirse en el nuevo rey de la saeta, a pesar de cantarla Manuel Vallejo, el Niño Gloria, Manuel Torre, la Niña de los Peines, etc. Algúnos flamencólogos han llegado a decir que fue el sevillano Manuel Centeno el “creador de la saeta”. Lo que no es cierto, según puede leerse en “Exaltación de la Saeta” (Libro + Disco), de Alfredo Arrebola (Granada, 2012).
Pero la gran oportunidad le llegó a Centeno en el 1926, cuando ganó la “Copa Pavón” en el concurso del Teatro Pavón de Madrid, compitiendo con las ya afamadas figuras José Cepero, Manuel Escacena, el Cojo de Málaga, el Niño de las Marianas y Manuel Vallejo, entre otros, arrebatándole el triunfo a Vallejo, ganador absoluto del año anterior, interpretando precisamente una “Saeta por martinetes”, lo que hizo a Manuel Centeno convertirlo en una de las estrellas de la llamada “Ópera Flamenca” y, sobre todo, reconocerlo como “Rey de la Saeta”. A raíz de estos triunfos, le llegó la oportunidad de grabar sus primeros discos con tal fortuna, que no había tienda de discos en España donde no se pudieran adquirir: “…¡Suerte te dé Dios, Sancho, que ciencia no te hará falta”.También aquí se cumplió la estrella de su destino, para bien del arte flamenco.
Manuel Centeno, firme y tenaz “forjador del Cante”, estuvo cantando en las compañías hasta el mismo día de su muerte, que tuvo lugar en Cartagena (Murcia) el día 14 de agosto de 1961, pocos días antes de cumplir los setenta y seis años. La muerte le sorprendió actuando en la compañía del “genial Maestro” Pepe Marchena
(José Tejada Martín, 1903 – 1976) quien, por aquella época, recorría España con su espectáculo “Así canta Andalucía”. Fue el propio Marchena el que reunió un dinero para tasladar el cadáver de Centeno a Sevilla. Pero – circunstancias de la vida – su viuda, Josefa Pacheco Gascó, rogó a Marchena que, por favor, le diera el dinero recogido a ella para poder sobrevivir: “¡O tempora, o mores!”, que dijera el célebre orador latino Marco Tulio Cicerón (106 – 43 a. de Jesucristo). El mundo del Arte Flamenco está lleno de casos de esta triste y lamentable circunstancia.