Y me ha venido a la memoria

Me ha venido a la memoria, una casa con un seto de romero y su jardín, en el que solo crecía el césped decorado por un hoyo, que pasaba los días a la espera de que el alguien plantara en sus entrañas una palmera, una cica o cualquier otro árbol que le hiciera sentirse útil.
Y me ha venido a la memoria, esa piscina de plástico en el césped, y los gritos y las risas de los niños, que reían y jugaban salpicándose entre ellos entre ladridos de Nano, un perro con ínfulas de bóxer, aunque no pasara de callejero, y al que el abuelo de los niños le había colgado un tanganillo con el fin de que cesara en sus visitas al sembrado de coles y lechugas de un vecino agricultor, que lindaba con el hogar familiar trescientos metros más allá.
Y a la memoria me ha venido un abejorro; un abejorro colándose en la cocina a través de una ventana grande, de cortinas a cuadros, por donde un aroma, a guiso con amor, se escapaba llenando el aire de ese día de verano.
Y un bizcocho en el horno, y la mesa puesta…
Y me ha venido al rincón de la memoria una caja de zapatos agujereada en la tapa, con hojas de morera para dar de comer a los gusanos; a esos gusanos de seda que con ilusión guardaba el mayor de los chiquillos. Un niño guapo; un niño bueno y algo tímido, al que no le gustaban nada las alubias Tío Lucas que su madre hacía con esmero, pero que él, ni con todo el amor del mundo quería comer.
Y se abre paso en mi memoria, un pececillo. Un pececillo de colores aflora aprisionado en una mano pequeña y regordeta cuyo dueño, un nene rubio de sonrisa alegre y con una mirada que te iluminaba los días grises de invierno, enredaba con el brillo de sus ojos a la madre que lo parió, al tiempo que le contaba una historia de un pececillo encontrado en el camino de Onésima, un sendero bordado de ciruelos, perales, e hibiscus, que llegaba hasta la escuela del lugar. Su lengua de cartón intenta convencerla: érase una vez un pececillo de colores, que vivía en la tierra porque no sabía nadar…Y la madre lo escucha, a sabiendas de que aquel pececillo tenía su sitio en una pecera de otro hogar no muy lejos del suyo.
-¿Que escondes en la mano?
-Nada…
La mirada del chiquillo desarmando a la madre.
-Abre la mano… a ver…
El pececillo respirando como un bebé en una incubadora.
-Me loecontrao…
Dos chapetas rojas y un par de velones, abriéndose paso hasta los labios.
-Anda ven, que se lo daremos a su dueña…
Y el pececillo de colores volvía a su sitio en aquella pecera, de aquella vecina y sus niñas, compañeras de juegos, de piscina de plástico, de risas y bizcochos…
Y recuerdo.
La memoria ha querido recordar a un bebé, a un libro; a un libro y a un bebe en una habitación de hospital, y a una joven madre recostada en la cama con un libro en las manos y el nene en su regazo.
Y un capazo azul, un balón, y una verja, en el pequeño jardín de césped y agujero vacío, de piscina de plástico, gotas de agua y risas de niños.
Y una sonrisa, un beso y otro, y un no saber que alguna vez habría de volar lejos muy lejos…
Sin querer, un hombre joven asoma a mi memoria jugando con los pequeños, a la vez que los ve crecer, sin pararse a pensar que llegaría el momento en que el síndrome del nido vacío, se instalaría en su vida sin saber como, ni reconocer el por qué…
Un recuerdo, otro recuerdo, un esbozo de sonrisa en la memoria, un beso en el corazón, un sentimiento de un no se que… por aquel que se fue hace tiempo a las estrellas…
Me ha venido a la memoria tantas cosas esta noche que se me ha encogido el alma tanto y tanto, que no se si me tendrán que dar otra nueva, tan gastada anda esta, de tanto añorar….
Y una casa, una piscina, un hoyo huérfano de árbol; un bizcocho. Y un chiquillo, y dos, y tres.
Un hombre bueno y un pececillo.
Un alma ajada de tanto añorar…
Y un chiquillo, y dos y tres.
Y un recuerdo, otro, y otro, me ha venido a la memoria, a esa memoria juguetona y traicionera, que recuerda lo que hay veces que no quiero recordar, y se olvida de recuerdos que una no quiere perder.
La memoria… Los recuerdos…
La solitud de mi alma… Una casa…
Una caja de zapatos…
Y érase que se era, un pececillo de colores que vivía en la tierra porque no sabía nadar.
y uno… y dos… y tres…

Gudea de Lagash