Y hay veces que me hago unos largos

Me hago unos largos de cuando en cuando y de vez en vez, en la piscina de mi memoria, hoy no con aguas tan claras como las de ayer, pero aún sigo encontrando algún recuerdo de esos que valen más que un tesoro.

Y de entre esos recuerdos hay uno, que esta memoria mía guardó con celo y tesón para que no se perdiera entre los entresijos de la desmemoria.

Es un recuerdo sencillo, ingenuo, infantil… es un recuerdo de niños, de hogar, de padres y madres, de: hogar dulce hogar.

Y en mi recuerdo, aparece una casa en un campo de aviación abandonado con un avión de pasajeros estrellado, justo donde acaba la pista y comienza un profundo terraplén. No hubo muertos ¡gracias a Dios! Ni si quiera heridos, aunque parezca increíble, a cambio se quedó una anécdota en el recuerdo de todos los que lo vivimos, y de los que aún vivimos, y es que Mari Marrero, una persona muy querida para muchos, se dio cuenta, cuando la pusieron a salvo, que su San Martín de Porres, Frai Escoba para los amigos, se había quedado atrapado en las entrañas del albatros venido a menos.

Y mi memoria revive aquella carrera, salvando obstáculo tras obstáculo de brazos y piernas queriendo pararla en vano, y de como llegó, entró, y salió con su San Martín acunado entre los brazos, como el que acuna a un cachorro de animal racional o irracional, entre los aplausos del personal y las regañinas del resignado marido.

Y en ese recuerdo de niños, de hogar, de madres y padres, de aviones caídos, hay otro también de un cementerio viejo justo al lado de la cabecera de pista de ese aeropuerto tan viejo y abandonado como él. Era, no diré que una gozada pero si divertido por lo inusual del paisaje y esa sensación extrañamente amiga, de ver lo que encerraba sus muros a la hora de aterrizar o despegar.

Y en ese recuerdo de niños, de hogar, de madres y padres, de aviones caídos, de cementerio viejo, hay otro también de montaña, y boina de nubes custodiando la pista como un coloso de Memnom.

Y en ese recuerdo de niños, de hogar, de madres y padres, de aviones caídos, de cementerio viejo, de montaña y boina de nubes, hay otro también, de unos niños en pijama trasteando en una cocina, churruscando rebanadas de pan al fuego de una cocinilla de gas, en la que un cazo de leche caliente esperaba a que esas manos pequeñas acabaran de preparar ese desayuno del día especial: Tulipán en trozos gruesos de pan, Nescafé con la leche en las tazas, que una vez guardaron Nocilla, y una bandeja de plástico con una rosa del pequeño jardín del hogar, completaban la puesta en escena.

Una habitación y unos padres dormidos, que despiertan al escuchar cumpleaños feliz.

Unas caras plenas de felicidad, y unas sonrisas que ya las quisiera el gato Risón para él.

Unos abrazos y besos, entre mordiscos a esas tostadas quemadas y frías ¡las mejores del mundo!, y unos sorbos de leche caliente desbordada en la bandeja.

Un aspirar el perfume de la flor, a veces sin perfume, que a la madre le olía al mejor y más intenso de los aromas.Tanto que aún hoy al cabo de los años lo sigue conservando entre sus recuerdos de la memoria y no en la desmemoria.

Y… Me hago unos largos de cuando en cuando, y de vez en vez, en la piscina de mi memoria, para no dejar que la desmemoria acabe llevándose todo aquello que amé y sigo amando. Todo aquello que viví y olvidar no quiero, porque se perdería en el fondo del pantano de la tristeza, que no es otra cosa que el olvido. Por eso hoy recuerdo, y mañana volveré a recordar, para no olvidar todo aquello que amé y sigo amando; para no olvidar todo aquello que viví.

Y… me hago unos largos de cuando en cuando, y de vez en vez…

Y hoy me ha venido a la memoria…

Gudea de Lagash

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