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VIAJANDO POR EL RIO AMAZONAS

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Acompañado en esta ocasión por el empresario y gran amigo Salvador Olmos Fabra que hacía su primer viaje a Perú en la búsqueda de los aguacates y mangos de aquellas producciones volví de nuevo a Iquitos.

      Terminado su trabajo en Lima, me dijo Salvador: ¿Por qué no nos acercamos a Iquitos? Y yo, sorprendido por su propuesta, le recordé que ya había estado en la Amazonia en 1992 y que tenía pánico a los zancudos que allí abundaban, que podían transmitir la malaria o el peligroso dengue, como le sucedió al gran escritor viajero mi admirado Javier Reverte. No te preocupes, me dijo Salvador: vas conmigo y a los de Bilbao ni se nos acercan los mosquitos ¡faltaría más!

      Ignoro las razones por las que accedí y al siguiente día embarcábamos en el puerto Villavista Nanay para dirigirnos al rio Momon. Navegábamos a bordo de una pequeña embarcación y debíamos pasar unas horas para llegar a las procelosas, oscuras y peligrosas aguas del rio Amazonas. Ni sé cómo, adentrándonos en la mayor selva del mundo podíamos abrirnos paso machete en mano por aquel bosque de maleza inescrutable, entre viejos árboles del desaparecido caucho (otrora el oro verde) que sobrevivían improductivos entre plataneras, mangos y aguacates salvajes, cuyos frutos aprovechaban los nativos para su alimentación. Los tucanes, guacamayos, loros y chiribiquetes nos vigilaban desde la altura, mientras llegábamos a la reserva del rio Momon en cuyo misterioso bosque nos esperaba el chamán para darnos la bienvenida.

      Aún tuvimos que esperar a que dicho personaje nos regalara unas prédicas que nada entendimos, con las que pudo autorizar nuestra entrada en su territorio: la tribu Yaguas. Rodeados de un ritual misterioso, nos llevó a una enorme cabaña de pajizo y mientras tomábamos asiento, aparecieron poco a poco una serie de nativas ligeritas de ropa y con los pechos al aire que, sin cortarse lo más mínimo bailaban sus danzas indígenas, mientras muy serias nos invitaban a compartir aquellos bailes tribales que no tenían nada que ver con la bachata, salsa o merengue tan conocidos en la cercana ciudad de Iquitos y que nos podían resultar más familiares. Terminada su artística actuación, niñas, jovencitas y señoras que amamantaban a sus críos, nos asediaban en auténtica competición con sus creaciones de manualidades diversas, compuestas por collares, pulseras, pendientes y sombreros que realizaban con plantas, raíces y vegetales del bosque y que se empeñaban en “regalarnos” por un módico precio…

      La Amazonia es una zona fluvial por la que discurre el primer rio del mundo. Los geógrafos se empeñan en igualarle con el Nilo, pero el majestuoso Amazonas, tanto por su cuenca como por su extensión es único y no admite comparaciones; discurre por espesas selvas vírgenes donde la humedad es permanente y el sofocante calor lo convierte en un invernadero.  Las abundantes lluvias anuales se dejan caer convertidas en tormentas torrenciales. Los indios mestizos se encuentran en las riberas de los grandes afluentes, pero los indígenas isconahuas viven aislados en el interior y prefieren estar incomunicados con el mundo civilizado para que los deje vivir en paz…

Aunque nos encontramos con enormes peces voraces que los indígenas llamaban Paiches y que nos amenazaban con sus grandes fauces, y con pirañas que compartían aguas con tenebrosos caimanes, salimos indemnes de la aventura y pudimos escalar hasta el llamado “Mirador del Amazonas” donde podíamos contemplar la grandeza del súper río, en un paisaje bellísimo difícil de olvidar.

      En Iquitos visitamos muy a la ligera el distrito de Belem. Sus numerosas embarcaciones nada tienen que ver con Venecia y sus engalanadas góndolas a las que lo comparan, pero lo que sí nos llamó la atención fueron las desvencijadas casas flotantes de madera en las que viven los iquiteños de tan famoso barrio, en un ambiente de humedad, insectos y escasa limpieza donde superviven encantados caminando sobre tablas flotantes que enmarcan las calles.

      Recorrimos la ciudad de Iquitos a bordo de un mototaxi de tres ruedas, cuyos diestros conductores se juegan la vida y la de sus clientes por caminos impracticables llenos de baches y agujeros que los mototaxistas sorteaban con habilidad compitiendo entre ellos, sin escuchar ni atender los requerimientos y quejas del viajero que tiene que poner a prueba sus cervicales, descolocadas con tanto golpe y ajetreo.

      La gastronomía nos obsequió  con numerosos tipos de cebiche que procuran los abundantes ríos, y que se compone de distintos  peces desconocidos que frecuentan sus ricas aguas y que han de comerse crudos,  aderezados con especias, ajos, cebollas, cilantro y ají picante, regado  con el jugo de la exquisita lima caribeña y acompañado todo ello con la  bebida alcohólica  tradicional peruana llamada Pisco, de un agradable sabor por tratarse de aguardiente destilado de uva fresca  fermentada y que en el argot peruano  denominan a tan famoso  coctel  con el nombre de  Pisco Sour.

Nos despedimos de Lima y volamos a Bogotá (Colombia), para continuar a la bonita ciudad de Pereira y disfrutar de los encantadores paisajes del valle del Colca, repletos de café, plataneras y aguacates a los que me referiré en un próximo ejemplar.

15/06/14

Julián Díaz Robledo

I CERTAMEN DE ARTÍCULOS Y POESÍA PERIÓDICO DIGITAL GRANADA COSTA

Cada tres meses se entregarán dos premios: uno concedido en la vertiente de textos y otro para los poemas

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