UNA ORIGINAL FORMA DE REZAR

AHORA que estamos a las puertas de la Navidad, de pronto me han venido muchos recuerdos de mi juventud a la memoria. Un caso muy especial es el de un matrimonio de una aldea cercana, Eugenio y Brígida. Él era muy conocido y del que todo el mundo hablaba -criticaba- porque nunca iba a la iglesia, hasta el punto que lo consideraban ateo. Todo lo contrario que su esposa, Brígida, que asistía a todos los actos religiosos. Ella empleaba parte de su tiempo enseñando a coser y a bordar a las chicas de aquellas aldeas.

Eugenio era muy madrugador, comenzaba su jornada con el amanecer por aquello de que “quien no se levanta con el sol no goza del día”. Cuando el día comienza a clarear ya está en pie dándole la bienvenida y las gracias a Dios por haberle permitido un día más de vida. Eugenio es humilde, paciente y bondadoso, y en su cara se nota un cierto halo luminoso, como si ninguna nube empañara su rostro ni su pensamiento. En su cara lleva impreso el sello radiante de los bienaventurados. Sin embargo, nunca va a la iglesia y nunca se le ha visto rezar. Así que no es extraño que en el pueblo todos le consideren ateo, enemigo de la religión. No obstante, él se considera creyente, amante de Dios. Pero, ¿Cuándo REZA?

  • Él dice que reza continuamente, “a su manera”.

Un amigo suyo nos contó que le habían visto una mañana en su campo, cuando salían los primeros rayos de sol, arrodillarse y juntar sus manos mirando fijamente al horizonte, absorto ante tal acontecimiento. Y así permanecía un buen rato.

En su propiedad, Eugenio cultivaba toda clase de árboles, flores y plantas, sobre todo, muchas flores, parecía un vergel por su frondosidad y belleza. Las flores llenaban el aire de un perfume embriagador, y todos los días llevaba un ramo a su mujer.

Le gustaba comer las frutas debajo de los árboles que las producían y les daba las gracias por su generosidad, y cuando olía una flor, le daba también las gracias por su perfume.

Y qué decir de los animales, conocía a todos los pájaros por su forma, color y sus cantos. Les ponía comida y agua en sus recipientes; los respetaba y hasta les hablaba: les daba las gracias por su compañía.

    Ante aquel “paraíso”, como él lo llamaba, era inmensamente feliz. En cada planta, en cada flor, en cada piedra, en las estrellas…veía a Dios, pues todo era obra suya, que su forma de rezar era a través de la armonía con la Naturaleza – decía-

 Amaba y respetaba todo lo creado por Dios. Así era su vida, su mundo…

Eugenio, a su modo, canta a la Naturaleza y quiere llegar a Dios a través de ella como lo hicieron, salvando las distancias, San Francisco en su libro “Las Florecillas”, o Fray Luis de Granada en “La Introducción al símbolo de la fe”. El poeta Baudelaire escribió: “la oración es una de las grandes fuerzas de la dinámica intelectual. Hay en la oración una operación mágica”. Y Rubén Darío:

                    Hemos de ser justos, hemos de ser buenos,

                    hemos de embriagarnos de paz y de amor,

                    y llevar el alma siempre a flor de labios

                    y desnudo y limpio nuestro corazón.

   Aurora Fernández Gómez

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