Portada » Una infame realidad

Juan Antonio Mateos Pérez

Mohamed Ashraf no va a la escuela. Desde que sale el sol hasta que asoma la luna, él corta, recorta, perfora, arma y cose pelotas de fútbol, que salen rodando de la aldea paquistaní de Umar Kot hacia los estadios del mundo. Mohammed tiene once años. Hace esto desde los cinco. Si supiera leer, y leer en inglés, podría entender la inscripción que él pega en cada una de sus obras: Esta pelota no ha sido fabricada por niños.

EDUARDO GALEANO

Vivimos inmersos en una revolución tecnológica sin precedentes a gran escala, marcada por las tecnologías digitales, físicas y biológicas, que nos anuncian que cambiará el mundo tal como lo conocemos. Está modificando nuestras formas de vida, de trabajo, de relación, se habla incluso de “la fábrica inteligente”, automatizando todos los procesos productivos. Pero en medio de todas estas revoluciones y globalizaciones, asistimos a la infame presencia de la esclavitud moderna.

Esta realidad está muy presente como nuevas formas de servidumbre no solo en los países más pobres, también en los países desarrollados. Esta forma de trabajo forzoso implica el control absoluto de la persona, no robándole solo su trabajo, también su propia vida. La esclavitud moderna se suele esconder tras la máscara de los contratos laborales fraudulentos, tener trabajo en muchos lugares del mundo no su pone escapar de la pobreza. Muchos de estos trabajadores forzados, esclavos modernos, producen algunos de los alimentos que consumimos, las ropas que usamos y, limpian algunos de los edificios en los que muchos de nosotros vivimos o trabajamos. La Organización Internacional del Trabajo en su informe para 2016, afirma que 40 millones de personas trabajaban como esclavos, de ellas, 25 millones en trabajos forzosos. La Asamblea General de las Naciones Unidas ha instado a la comunidad internacional a emprender actividades para erradicar el trabajo forzoso y el trabajo infantil, y declaró 2021 como el Año para la Eliminación del Trabajo Infantil.

De todos esos trabajadores forzosos que nos presentan las instituciones internacionales y las ONGs, unos doscientos millones son niños, que son utilizados como mano de obra esclava. Infancias robadas para pagar deudas o bien, ayudar a su familia para no ser una carga. Pero no debemos olvidar un tercer factor, la demanda de mano de obra barata y no cualificada en el sistema económico liberal. La ganancia rápida y despiadada, más allá de una ética empresarial, busca el recurso barato y la pobreza de muchos, en este caso empleando a niños, mano de obra siempre más barata que el adulto. El trabajo esclavo de estos niños, representa el paro de numerosos adultos. Para los empleadores son una mano de obra más dócil y manejable, no se asocian para reivindicar sus derechos y se les paga mucho menos, siendo más flexibles ya que se les puede despedir y contratar diariamente.

Cada año el 16 de abril, Día Internacional contra la Esclavitud Infantil, nos recuerda esa infame realidad, que cientos de niños son las primeras víctimas de la injusticia en nuestro mundo. Este día se recuerda en memoria de Iqbal Masih, un niño trabajador paquistaní, bárbaramente asesinado el 16 de abril de 1995. Iqal Masih, con apenas cuatro años comenzó a trabajar en una fábrica para pagar la deuda de 15 dólares que su padre había contraído con el dueño con motivo de la boda de su hijo mayor. Iqbal trabajaba jornadas de doce horas tejiendo alfombras, por tres centavos al día, pero la deuda en vez de disminuir aumentaba. Cuando tenía diez años, logró huir de la fábrica, contar su vida de esclavo y denunciar los malos tratos que recibían los niños que trabajaban allí. Iqal Masih, consiguió su libertad gracias al Frente de Liberación del Trabajo Forzado de Pakistán, pudo matricularse en una escuela y se convirtió en un activo luchador contra la esclavitud infantil, consiguiendo cerrar algunas fábricas en las que explotaban a los niños.

Por su actitud valiente y comprometida fue premiado en Estocolmo y en Boston. Con el dinero del premio pensó construir una escuela para los niños de su pueblo. También soñaba con ser abogado, para defender los derechos de todos los niños explotados. El 16 de abril de 1995, a los doce años de edad, Iqbal fue asesinado a tiros cerca de la ciudad de Lahore. La mafia del textil acabó con su vida, pero no fue inútil, más de tres mil niños fueron liberados en las fábricas de tejidos paquistaníes, y un boicot mundial redujo en 10 millones de dólares las exportaciones de alfombras de ese país.

A pesar de todo, el sistema económico y financiero en el que estamos inmersos, basado en el exceso de consumo y en el derroche, las grandes empresas se siguen aprovechando del hambre y la pobreza de muchos, para explotar los recursos o para producir más barato. Así asistimos a nuevas formas de esclavitud, sobre todo, de niños, denunciadas por muchas ONGs, como: Trata infantil, la explotación sexual, el trabajo de niños en minas, el trabajo forzoso en la agricultura, los niños soldados, el matrimonio infantil forzoso, la esclavitud doméstica. Muchos niños son sometidos a malos tratos y abusos, unos dos millones de niños están sufriendo abusos sexuales a través de la prostitución y la pornografía.

En el comunicado contra la esclavitud infantil del Movimiento Cultural Cristiano, afirmaba que El 77% de los niños que emigran por el Mediterráneo sufre abusos, esto ocurre en la puerta trasera de Europa. Con dolor tenemos en nuestras retinas la imagen de cómo se encadenaba a los subsaharianos en Libia, tratados como en los peores siglos del comercio de esclavos. Hoy más que nunca es pertinente la pregunta ¿Por qué permitimos la esclavitud en pleno siglo XXI? La lógica economicista, está trasformando la sociedad en nuevas formas de esclavitud para miles de trabajadores, se les recuerda el deber de trabajar, pero se les niega el pan de cada día.

“Nunca una sociedad se ha preocupado tanto por las víctimas como la nuestra. Y aunque sólo se trata de una gran comedia, el fenómeno carece de precedentes” (R. Girard). Esta realidad que nos llama a exigir justicia y luchar por la dignidad y los derechos avasallados de tantos niños a lo largo del planeta. Para un ciudadano de bien, la denuncia y la lucha por un mundo más justo para los cientos de trabajadores, debe ser un imperativo moral de primer orden.

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