Portada » UNA CIUDAD PERDIDA

Estábamos recorriendo las tiendas de ropa más frecuentadas del casco de la ciudad, continuando pues nuestro imaginario itinerario, entramos en La Palmera, con un amplio aparador en la calle Bolseria, con amplia fachada también en la Plaza Marqués del Palmer…. aprovechando para dar una ojeada, sin venir a cuento, a casa Cetre, donde se fabricaban Galletas, especialmente las llamadas de Inca, y sita pared medianera con la Palmera antes citada. Fue el primero de los comercios que pusieron de moda ¡Las rebajas de Enero! Este y Casa Rovira, la tienda de venta de bolsos de la plaza de Cort, el 7 de enero amanecía con una larga cola de señoras, dispuestas a comprar las gangas que suponían de ropa, retales, sábanas, bolsos billeteros, etc… y que constituía el tema de conversación de las tertulias familiares.

    Seguimos hablando de ropa: en la calle de san Miguel, Can Fuster. Telas para vestidos de lujo, se decía pomposamente “es de can Fuster”como patente de cara y de buen gusto. La Filadora, Almacenes San Miguel, y algunas más en la misma calle.

   Volvemos a la calle Bastaxos donde se hallan Can Matons, Can Gumbau, ambas también sastrerías a medida…y bajando por es Pas d´en Quint, La Primavera. ¡Oh, La Primavera¡ Dos veces al año era para mí una aventura acompañar a mi madre y a sus hermanas Luisa y Francisca a la compra de las telas que serían elegidas para la confección de los abrigos que serían estrenados en la festividad de la Inmaculada, o las veraniegas para la fiesta del Corpus Crhisti, a la entrada del verano, respectivamente.

    La visita tenía visos de todo un ceremonial. El dueño se interesaba ante todo por la salud de nuestros familiares, demostrando su conocimiento de familiares y parentescos de media ciudad de Palma….Comentando, por ejemplo “precisamente hace unos días vi pasar a su señora madre, se conserva muy bien, G.a D.” Los dependientes colocaban cuatro sillas frente a los mostradores, y una vez enterado de los deseos de sus clientes empezaban a desplegar un montón de piezas de telas para abrigos elogiando la calidad, el color, etc…

    Naturalmente, nos informaban de que el color de moda de aquel invierno era el granate o el azul, o de que los vestidos de verano serían estampados de flores, y, claro, no había más remedio que seguir la moda, cosa que a mi madre no le acababa de convencer.

   Al llegar mi turno, el imprescindible abrigo de invierno, ya que al de la temporada anterior había que soltarle el dobladillo… Una vez elegidos los forros y demás aditamientos, y antes de su empaquetado y abonado de coste, y entre dudas y consultas, con los pareceres de las señoras y del señor Fuster, propietario de la tienda, habían pasado tal vez una o dos horas para decidir las compras. Entonces llegaba la pregunta obligada: ¿lo mandamos directamente a sus domicilios o directamente a casa de la modista? lo que significaba que ya conocía el domicilio de cualquier cliente.

   Mi madre preferiría el envío a casa y, por la tarde, un chico traía los paquetes.

   Continuamos nuestro recorrido. Precisamente enfrente de dicho comercio se hallaban unos almacenes, “el 95”, en los que podíamos encontrar todo tipo de menaje, aunque para mí lo interesante eran los juguetes. Seguramente los Reyes Magos debían surtirse de tales almacenes para cumplir su cometido de llenar los zapatos de los balcones de toda la ciudad.

Recuerdo con nostalgia una pelota de rayas de colores, un muñeco “botones” de hotel, o un muñeco llorón… todos, por supuesto, a 95 céntimos de peseta.

   Dejando atrás al fotógrafo Amer, y bajando a mano derecha, La Industrial, el paraíso del juguete con mayúsculas. Su legendario escaparate ha fascinado durante tres generaciones a la población infantil palmesana.

   Una mercería y la Casa Llull, exclusiva de imágenes de santos, cunas de Niño Jesús, rosarios y otros objetos religiosos.

   Y después de objetos para el alma, descendíamos al plano terrenal con “La pajarita”. Embutidos, conservas, quesos y todo cuanto se fabricaba en el género. Y la sección de dulces, Can García, era la parte destinada a bombones, frutas confitadas, dulces de toda clase y especialmente atractivo por su presentación. Preferido por los pretendientes, novios o maridos, pues eran los únicos regalos que podía aceptar una señorita decente.

   Al principio de “Es pas den Quint”, antes de “La primavera”, se encontraba la Joyería Alejandro, platero de burgueses y nobles.

    En la calle de San Nicolás, Can Ribas, tienda de mantas y ropa “de lenguas” de producción propia. La fábrica estaba situada en la Calle Manteros, entre la calle Herrería y Socorro. En dicha tienda seguíamos el mismo ritual de compra de “La primavera”.

    A su vera, Can Juncosa, decoración, muebles, cortinas, tapices, alfombras y un largo etcétera de este ramo.

   Enfrente, Can Bonet, bordados a mano, mantelerías, colchas, tapetes. Perfección al máximo en bordado mallorquín, y en donde se encargaban los “troceaus” de novia. Todo de la mejor calidad y perfección, y con precios altísimos.

   Y llegamos ya al domicilio de mi abuela materna, por lo que se impone un descanso hasta la próxima entrega. Continuará

 

Catalina Jiménez Salvá

 

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