Hace aproximadamente tres cuartos de siglo un grupo de personas ligadas al Proyecto Manhattan (que por desgracia nada tenía que ver con el entonces mocoso Woody Allen) fundó el llamado Boletín de Científicos Atómicos, con la idea de alertar a la humanidad de la enorme amenaza que suponía para su supervivencia el armamento nuclear, cada vez más potente y extendido.

En el año 1947, este grupo creó el llamado Reloj del Juicio Final, un reloj metafórico según el cual la medianoche representa la destrucción completa de la humanidad o su regresión a un estado primitivo del que resultaría muy difícil resurgir. Hoy en día, para poner en hora tan espeluznante cronómetro, se tienen en cuenta los múltiples riesgos a los que se enfrenta el género humano, la mayoría de ellos antropogénicos, es decir, causados por nosotros mismos. Estos peligros los recoge también el Instituto para el Futuro de la Humanidad, liderado por el filósofo y experto en inteligencia artificial Niklas Bostrom. Consisten, entre otros, en el mal uso de la tecnología, las pandemias, el agotamiento de recursos y las guerras nucleares, cuya posibilidad parecía olvidada desde que Fukuyama proclamara el fin de la historia, a pesar de que cada cierto tiempo el líder supremo Kim Jong-un nos deleitaba con una nueva demostración de las capacidades de su país de lanzar cohetes con ojivas termonucleares a miles de kilómetros de distancia cual niño con zapatos nuevos. Y ciertamente, el último video promocional lanzado por el régimen norcoreano hace pocos meses y en el cual el macho alfa de las Coreas luce chupa de cuero, gafas de sol y un gigantesco misil que habría sido la envidia de Peter Sellers en “Dr. Strangelove”, todo ello embutido en un videoclip repleto de cámara lenta a modo de refrito entre “Top Gun”, “Grupo Salvaje” y “Torrente, el brazo tonto de la ley”, abunda en la cuestión. Aunque comparado con las atrocidades que lleva a cabo Putin en Ucrania, lo suyo parece solo un chiste de peor gusto que el de Chris Rock en la ceremonia de los Oscar del curso presente.

Sin embargo, para Bostrom, el mayor peligro es el que denomina Superinteligencia. Imaginemos una combinación entre inteligencia artificial (que se ha desarrollado enormemente en los últimos años y que básicamente consiste en crear programas informáticos que aprenden por sí mismos) y ordenadores cuánticos, cuyo desarrollo está dando los primeros pasos, aunque muy firmes, y que permitirán un cálculo de datos a escala humana prácticamente infinito. A modo de ejemplo, hace solo un par de semanas se puso a prueba una contraseña indescifrable para los ordenadores convencionales, fue sometida al escrutinio de un ordenador cuántico (el cual, comparado con lo que pueden llegar a ser en el futuro, a día de hoy dispone de una capacidad de cálculo muy restringida) y solo tardó cincuenta horas en romperla. Imaginen todas las contraseñas bancarias de todas las cuentas del mundo descifradas en segundos por alguien poseedor de esa tecnología. ¿Se trataría de una visión del infierno o del paraíso? Difícil decirlo, pero viéndolo todo en conjunto, y sin querer enmendar la plana al insigne Bostrom, probablemente el mayor problema al que nos enfrentamos no sea la superinteligencia, sino la supernecedad.  Desde que Einstein afirmara que solo había dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana (remarcando que de la primera no estaba seguro), en el terreno ético no hemos avanzado mucho.

Bien, la última actualización que conozco de ese reloj es de enero de este mismo año, y los responsables de llevarla a cabo situaron las manecillas más cerca que nunca de la hora en la que Cenicienta debía volver del baile, a tan solo cien segundos del instante fatídico en el que la pobrecilla perdería todo el envoltorio mágico en el que había vivido esa noche para encontrarse de nuevo con la cruda realidad de su esclavización y sus harapos. En ese momento aún no se había producido la invasión de Ucrania, aunque ya la considerasen como “un peligro real”.

¿Cien segundos? Voy a enviar un WhatsApp al Bulletin of the Atomic Scientists para advertirles de que ese reloj atrasa. De paso les adjuntaré el número de contacto de los profesionales que llevan el mantenimiento del reloj de la Puerta del Sol, que tan bien ha funcionado hasta ahora y que durante tantos años nos ha permitido tomar las uvas con puntualidad británica para que le echen un vistazo (llegados a este punto he pensado en hacer alguna alusión a Cristina Pedroche, pero no se me ocurre nada mejor que remitirles a la seguramente impactante imagen que dejaron en sus retinas sus modelitos). No vaya a ser que para el próximo fin de año doblen sus campanas por nosotros.

Javier Serra

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