UN KILIM DE PALABRAS
de Marina Tapia. Ediciones El sastre de Apollinaire. Poesía, 68. “Realizado con papel procedente de bosques administrados de forma sostenible y 100% libre de cloro”. Escrito en clave femenina aspira a no ser una gota de agua más en el inmenso océano del activismo poético, sino que busca ser una voz propia con aroma de mujer. Un destello de revelación lo impregna todo. Marina entra, con este poemario, en el Linaje de las Matriarcas. Desde el principio nos deja claro cuáles son sus intenciones con un oxímoron abrupto: “De pronto desperté con la conciencia viva,/…/ para poder –con odio-/ hablar de amor” –susurra en la página 24. El poemario se nos presenta con una portada de colores cálidos y con aires arabescos que invitan a soñar con una alfombra mágica o con brocados. Su ilustración me recuerda, quizá por conexión intercromática, a las telas que cubren los cuerpos en los cuadros de Gustav Klimt. Un kilim es una alfombra oriental de colores vivos, escaso grosor y reducidas dimensiones que está decorada con motivos geométricos y que se teje con la técnica de tejido de hendidura. Marina Tapia, una poeta nacida en Valparaíso (Chile), pero incardinada en Granada, ondea como una bandera entre Elena Martín Vivaldi y Alejandra Pizarnik. Una poeta que escribe es también un cuerpo preñado del que nacen palabras que alumbran y tejen.
Si los libros son la lluvia, las reseñas son los charcos que deja esa lluvia en la mente lectora. Inercias de pensamiento que se convierten en bucles de opinión. Y leer una opinión lectora, lo mismo que leer un libro, es un viaje/intersección por el interior de otra persona en un instante preciso, una especie de selfi intertextual. Como diría Malraux: “Tengo siempre la impresión de que escribo para hombres (y mujeres) que me han de leer más adelante”.
Cuando un lector opina sobre un libro lo que hace es construir un discurso, plantea un viaje posible. Un lector siempre está en obras. Para Jean-Jacques Rousseau y su amigo Emilio la lectura nos hace “aprender mucho de lo que no se conoce” y nos convierte en unos presuntuosos ignorantes, incluso “el abuso de los libros acaba con la ciencia”. Hay reseñas que transforman la lectura de un libro, abren horizontes y ensanchan la mirada de un texto, y eso no es mérito tanto del crítico como del libro en cuestión. Ser un lector no redime de nada. Estoy en contra de ese supremacismo lector que nos venden como panacea de la humanidad o de las tertulias oficiales. Muchos genocidas fueron grandes lectores, Iosif Stalin por ejemplo. Ser un lector no es garantía de nada, aunque tu biblioteca tenga varios miles de ejemplares y los hayas leído todos. El ego de un lector es como la pintura de Goya: Saturno devorando a su hijo. Es cierto que la vida, leyendo, es mucho más intensa y consciente, incluso divertida. Pero hay que tener cuidado con las disonancias cognitivas que proyectan los libros y el arte en general, a veces nos inoculan una luz de gas sin que nos demos cuenta. ¿Al escribir qué es lo que realmente se pretende? Sabiendo que hay mucho en juego se podría pensar que todo escritor aspira a convertirse en materia literaria o hacerse mito, ya sea desde la ficción o la pura realidad. Los libros no son inofensivos, a veces los carga el diablo como a las armas. Son portadores de consciencia, y como tal, buscan expandir su escala de valores, bien sea por explosión o por implosión. Detrás de cada libro hay un código deontológico que no siempre está a la altura de la verdad que deseas. Un lector es siempre un iniciado, y el autor aspira siempre a ser el sumo sacerdote.
Le dice Wagner a Liszt en una carta: “A mí me atrae cada vez más de los grandes poetas lo que callan que lo que hablan. La grandeza de un poeta lo aprendo mucho más de sus silencios que de lo que dicen y por ello es Calderón para mí tan querido” –se transcribe en un artículo de Margarita Garbisu Buesa titulado El teatro de Calderón y el drama musical wagneriano. Leo un artículo de Infolibre firmado por David Gallardo donde el cantautor Paco Damas denuncia que “no hay mayor violencia de género que la ocultación de todas estas mujeres”, refiriéndose a Las Sinsombrero, a las mujeres invisibles del 27 y de la posguerra. En un artículo de Granada Hoy de Yolanda Ibáñez leemos que asegura la escritora Teresa Gómez, discípula del catedrático Juan Carlos Rodríguez (el importador de aquel espíritu de mayo del 68 francés a la Universidad de Granada y a la Poesía de la Experiencia) que está “convencida absolutamente del poder de la poesía”. Y que en La Otra Sentimentalidad “hubo un empeño por construir un lenguaje que deconstruyese el lenguaje anterior, que dotara de sentimientos nuevos a palabras viejas, a unas palabras heredadas que no nos gustaban a las nueva generaciones”. En El País Semanal de abril de 2017 un artículo de Olivia Muñoz-Rojas pregunta ¿Qué significa ser mujer y feminista en el siglo XXI? Nos muestra la imagen de Getty que viste una camiseta de Dior con una frase de la escritora Chimamanda Ngozi que se ha convertido en un símbolo y que dice: “We sould all be feminists”. Los pensamientos también se ponen de moda. “Decir amistad es decir entendimiento cabal, confianza rápida y larga memoria; es decir, fidelidad” –asegura Gabriela Mistral. Y eso es lo que hace Marina Tapia, ser fiel a un colectivo y a una poética que se encarna en su momento histórico.
Dice Josefina Martos Peregrín refiriéndose a Un Kilim de palabras de Marina Tapia que “el poemario es una maravilla que aúna reflexión, sentimiento y sabiduría literaria”, afirmación ésta que “sintetiza perfectamente la poética del libro”, según Ángel Olgoso. Luis Cerón Marín afirma en Todoliteratura que “todo está perfectamente hilvanado en este poemario, pues nada está dejado al azar”, “es un conglomerado poético nada arquetípico, sino muy singular”. Y Miguel Arnas Coronado publica en La página de los libros del diario Ideal que “un kilim es una estera o alfombrilla utilizada también, para la oración islámica. Y así está erigido el poemario, como trama o tejido de palabras, de frases, de imágenes, de versos”, “no se piense en un panfleto. No es poesía militante a secas. Es poesía…”.
Hay “ojos que juzgan y censuran”, cada día más, pero también hay ojos que se ponen en la piel del otro y hacen de la alteridad un hogar acogedor. Así son los ojos de Marina Tapia, “un poema transformado/ en cuerpo” oficiante. Abre el libro con una dedicatoria conjuro invocadora: “A mis maestras. A mis amigas poetas. A mi hija”. El poemario comienza con un poema súplica o sortilegio. Tiene cuatro partes. Preámbulo de voces con seis poemas. Fuente callada con tres poemas. Disonancias con otros tres y Tránsito al poema con quince fragmentos que podrían considerarse una poética-ensayo y una declaración de amor. Y aunque su “paz no es matemática,/ no se puede encerrar en un conjunto/ de citas y fórmulas”, sus dedicatorias y citas sí son toda una declaración de intenciones. Nombres que señalan un horizonte “como una feliz genealogía del valor”, de sus “hermanas, las Evas”. La parte “Preámbulo de voces” comienza con una cita de Safo: “… y a mis compañeras hermosos cantos cantaré yo ahora para alegrarlas…”. Las otras tres partes del poemario: Fuente callada, Disonancias y Tránsito al poema tienen citas de Olga Novo, Carmen Conde y Juana Castro respectivamente. Luego, muchos de sus poemas están dedicados a mujeres: A Concha Méndez, Ángela Figuera Aymerich, Elena Martín Vivaldi, Alejandra Pizarnik, Anna Ajmátova, Ángeles y Elena, su abuela enfermera… Otros se titulan con el nombre de autoras como Emily Dickinson, o tienen una cita de Ángeles Mora. Lo que dice mucho de sus querencias y herencias y de su itinerario lírico. ”Me hablan en secreto,/ desde citas y nanas me ruegan:/ que jamás olvidemos su lucha” –proclama en la página 20. Solo mujeres, una forma de reclamar su lugar en el canon de la poesía y en el mundo. Desde el principio nos deja claro cuáles son sus intenciones con un oxímoron abrupto: “De pronto desperté con la conciencia viva,/…/ para poder –con odio-/ hablar de amor” –susurra en la página 24. Un kilim de palabras es una urdimbre de significantes y significados que entrelazados con delicadeza forman una pieza tejido que nos envuelve con su música y su poética arterial. Sus versos dicen y callan, y con esos hilos de palabra y silencio, de mujer y justicia construye la poesía reivindicativa de este poemario.
Para Marina la inspiración es “un momento-tempestad”. La propia autora define este poemario como un “telar de versos”, pero también podríamos pensarlo como “golondrinas líquidas” o “un tejido líquido” o “un líquido de ideas” que se funde con la propia piel de Marina Tapia y Zygmunt Bauman. Marina Tapia entra, con este poemario, en el Linaje de las Matriarcas, ese grupo cada día más numeroso de mujeres contemporáneas que reivindican el papel de la mujer y su lucha feminista como poética y como temática, y que reclaman el lugar que le corresponden en el canon de la literatura en particular y de la historia en general. “La mujer lleva un ave en el bolso” –revela en la p. 34. Muchas luces y voces brillan en los versos de Marina. Hace referencia a una luz de gas/disonancia padecida de la que por fin ese hombre sale derrotado “con golpes y portazos” enfrentándose a “su máquina de fraude y saqueo” –exhala la poeta en la p 41 y 43.
Marina se siente portavoz, efigie de una lucha. “Nutro la libertad del pensamiento,/ descanso en un telar/ de voces anteriores que me guían.” –reza en la página 16, porque su poesía encierra algo de oración pagana, “con calidad sagrada”, que ansía “nombrar lo que ocurre” como fórmula exorcista. Por la garganta de la poeta cantan “un coro de mujeres golondrina” y giran “un corro de mujeres vela”. La voz musical de Marina, como una voz matrioska, contiene la voz de otras mujeres, de todas las mujeres ariadnas. Comienza con la dedicatoria inicial y continúa con un océano de expresiones que apuntan una poética: “lengua materna”, “cuerpo preñado”, “amamantas futuro”, las “Evas”. Sus poemas están llenos de palabras luz en sus distintas intensidades: candiles, brecha de luz, resplandor, ocaso, destellos, alumbra… “Y pese a todo, canto”: Un poema perfecto, o mejor aún, un poema exacto en medio de un libro excelente por la forma en que abrocha las dos premisas que vuelan en el libro: mujer y poesía. Ambas se funden en un destello maternal y creador. La poesía es femenina, igual que Inanna, la diosa sumeria del amor, de la guerra y del poder, con la que nos ofrece “una lírica divina y tan secreta”.
¿Y qué pretende Marina con la poesía? “No ahogaré la palabra/ -lo único que salva-“, “Las palabras me acercan a ti,/ red de arterias,/ único camino/ para poder verter/ copiosamente/ la sangre de mi voz” –canta en la página 42 y 56. Podríamos decir que Marina en este libro se convierte en la poeta de la “conciencia viva” y de la reivindicación feminista. Titula un poema “Soy vuestra voz”, y eso es lo que ha pretendido con este libro: Ser un vehículo portavoz, un karaoke lírico que intertextualiza con solo mencionar, que se expande contrayéndose, como un espasmo cósmico que se hace lenguaje sideral. Pretende y consigue que su yo poético se refiera también a un yo femenino, el de la mujer como colectivo, aunando así el registro de su voz con el eco de su época. ¿Qué es, por tanto, Un kilim de palabras? Es mucho más que un artefacto lírico, es “un pálpito irredento/ forjado enteramente de palabras” y de “resquicios de utopía”. El libro entero es una Matria que hace honor a su época y que os invito a que leáis, si es que mi opinión vale de algo en este mundo tan teledirigido, corporativo y mercantilista.
Custodio Tejada
Opiniones de un lector
Octubre de 2022