Un día más
Cada mañana al levantarse, María Angustias, decía: un día más…
Un día más: de darlo todo, de enfrentarse al dolor ajeno, de poner vendajes, de hacer curas etc. Había días que incluso llegaban a ser fatigosos; pero ella siempre salía airosa de todos los contratiempos. Tenía mucho carácter, pero sabía cómo controlarlo y emplearlo de modo positivo. Trabajadora incansable, (en su profesión de enfermera); se desvivía por los enfermos, y siempre tenía una sonrisa para todos ellos e intentaba darles ánimos.
Un día que parecía no ser diferente a los demás, algo cambió: al llegar al trabajo vio más preocupación de lo habitual en médicos y enfermeras; carreras por los pasillos, de pronto alguien le dijo: -corre ven conmigo, hay reunión urgente de todo el personal en la sala de reuniones – ¿Pero qué pasa? No sé nada, yo también me acabo de enterar, pero algo grave está pasando. Ya en la sala les informaron que un paciente había dado positivo en un virus que era muy peligroso y que se tenía que llevar a cabo un protocolo de máxima precaución. Angustias, no se preocupó demasiado, pensó. No es la primera vez que saltan las alarmas, había que ser prudentes, pero seguro que pronto pasaría el peligro.
Pero por la noche, todos los informativos hablaban del temido virus. Se había expandido con demasiada rapidez, y no había un antídoto ni vacuna contra él.
Pasaron unos días azarosos, seguían las carreras. Ella que siempre fue fuerte, empezó a notar cierta debilidad, se sentía apenada ante el dolor de los pacientes que estaban solos e incomunicados. Esa dureza que la caracterizaba, fue cediendo y esa enfermera que a veces parecía dura, se volcó en atenciones con esas personas tan vulnerables y faltas de cariño.
Vivía en un pequeño apartamento alquilado, ella, era de un pueblo de Granada, pero, encontró trabajo en Madrid, y se marchó de su pueblo natal; quiso probar suerte en la gran ciudad. Llevaba cinco años trabajando en ese hospital y se sentía satisfecha con su trabajo a pesar de que en ocasiones era frustrante, porque lo que ella deseaba en realidad: era ser médico. Pero, por más que se esforzó, no consiguió la nota; aunque vocación le sobraba.
Los contagios aumentaban cada día, y cada vez eran más los sanitarios afectados.
Tanto fue así: que, tras varias semanas, ella formaba parte de los contagiados, además le atacó con tal virulencia que no podía creer que esa persona que estaba postrada en una cama: casi sin vida; fuese ella. Su familia estaba lejos, ahora comprendía mucho mejor a esos pacientes, con caras tristes y mirada ausente. Pasaban los días y sentía una gran impotencia por no poder estar ahí, “al pie del cañón” como se suele decir (cuando quieres estar en primera línea del conflicto).
El doctor pasó a ver a Angustias, nunca había hecho honor a su nombre como en ese momento. Su rostro desencajado, sin apenas fuerzas para hablar; una lágrima se deslizó por su rostro y hasta el médico que la conocía desde hacía mucho tiempo, se
estremeció. Nunca la había visto derramar ni una lágrima. Todos los que la conocían, decían que era como un roble.
Conectada a un respirador, se veía tan frágil… ya no era ni sombra de lo que fue. Pasaban los días y la epidemia avanzaba. Angustias se había cansado de luchar y su luz se apagaba. El médico dijo, como sin mucho convencimiento: ánimo, un día más.
Esas palabras retumbaron en su cerebro haciendo eco: un día más, un día más… y como si esas palabras, que ella misma repetía por costumbre cada mañana antes de ir a trabajar hubiese sido el antídoto que necesitaba, se quitó el respirador y empezó a respirar por sí misma.
A partir de ese día notó una progresiva mejoría, y, aunque tuvo que guardar la cuarentena; lo hizo en su casa y cada día al levantarse repetía esas palabras que le dieron el aliento para seguir luchando, un día más.
María Dolores Alabarces Villa