TRISTEZA, ANSIEDAD, DEPRESIÓN
Dra. María Vives Gomila
Terapeuta psicoanalítica
No resulta fácil mantener las ideas claras en una época en la que los conceptos sobre la situación actual -la pandemia, el ambiente político y social- no siempre se transmiten con la objetividad necesaria y suficiente para ofrecer la serenidad que todos desearíamos poder adoptar. Sin embargo, leemos y escuchamos muchas otras noticias de la mano de numerosos profesionales que las transmiten con energía, claridad, sensatez y equilibrio.
Hoy quisiera referirme a las consecuencias que la angustia y el desorden, vinculados a la pandemia, pueden llegar a tener sobre un sector de la población: el de las personas que viven solas, aisladas, con poca salud y las que viven cansadas de un aislamiento protector. Sentimientos de malestar que pueden observarse, igualmente, en las personas que, proviniendo de otros países, padecen, junto a los suyos, los cambios y la compleja situación de incertidumbre y precariedad que vivimos actualmente en nuestro país.
Cuando la persona es fuerte internamente y tiene cierto dominio sobre los impulsos, las tensiones y las exigencias de un pensamiento riguroso, puede controlar mejor tanto los acontecimientos externos como los pensamientos que circulan dentro de su mente, porque tiende al equilibrio y puede experimentar los acontecimientos desde la serenidad y la propia estima. Pero, cuando esto no es así, podemos encontrar personas en situación de tristeza, sentimientos depresivos o depresión, sentimientos que habremos podido padecer o podríamos sufrir en algún momento de nuestra vida. Revisemos estos conceptos.
La tristeza es un sentimiento de dolor psíquico producido por una circunstancia desfavorable que suele manifestarse con un estado de ánimo pesimista, de insatisfacción y con probabilidad de llanto. Es un estado frecuente ante la pérdida de una persona querida, estado que podría quedarse solamente en sentimientos de tristeza si la persona internamente puede hacerle frente o el ambiente en el que vive le es favorable.
La tristeza se manifiesta igualmente en los migrantes que padecen, a la vez, la pérdida del país, de la familia, hijos y amigos, tienen que sustituir el lenguaje propio de su territorio o compartirlo con el de los países de acogida que muchas veces desconocen.
La adaptación de los migrantes a nuevas formas de vida puede generar, en ocasiones, una situación parecida a la depresión, aunque se haya comprobado que no siempre es así, sino que obedece al denominado por Joseba Atxotegui, el “síndrome de Ulises”, síndrome que toma su nombre del héroe de la mitología griega que Homero recrea en la Odisea. Hoy se le conoce también como el “Síndrome de estrés crónico y múltiple”, un fuerte malestar emocional que viven las personas que han tenido que dejar atrás su mundo, a veces en situaciones extremas. Los migrantes, en su proceso de adaptación, no suelen padecer un trastorno afectivo; en cambio, pueden presentar características de un estrés severo, que se puede traducir en insomnio, migrañas, ansiedad, tristeza, entre otros síntomas.
Pero diferenciemos los términos ansiedad y depresión, que tantas veces se detectan juntos. La ansiedad, en general, se detecta por una sensación subjetiva de malestar, miedo, temor, incomodidad, que tiene repercusiones a nivel corporal (hiperactividad), a nivel cognitivo (en la falta de concentración, de atención, en la toma de decisiones) y del comportamiento (irritabilidad, tendencia a los sobresaltos, etc.). Una cierta ansiedad suele producirse normalmente en el transcurso de una vida activa, sometida a serias tensiones profesionales y competitivas, aunque solamente determinadas personas experimentan la ansiedad como una enfermedad que dificulta su vida. La ansiedad podría convertirse así en patológica.
Existen diferentes grados de ansiedad, que evolucionan desde una sensación de inquietud y de intranquilidad constante con repercusión psicomotora hasta estados de pánico y terror. Está vinculada, según J. Coderch, a diversas patologías: neurosis de ansiedad, histerias, fobias, trastornos de la afectividad, etc. Por otro lado, la ansiedad forma parte del desarrollo de la vida y no es un aspecto que tenga que eliminarse forzosamente. Únicamente cuando el nivel de ansiedad es elevado, indicando la existencia de un conflicto, es cuando la persona necesitará tomar alguna iniciativa para liberarse de ella. A veces, la ansiedad se somatiza pudiendo traducirse en malestares físicos de diversa naturaleza.
El punto de referencia, que utiliza el psicoanálisis para entender la ansiedad, es la denominada “ansiedad de separación” que puede experimentarse desde el nacimiento. Muchas de las reacciones del recién nacido, y más adelante del niño, responden a esta clase de ansiedad. De la misma manera, una buena parte de las manifestaciones adultas están vinculadas a la ansiedad de separación, ocurrida en las primeras etapas. La ansiedad presenta también una función defensiva, de tal forma que las quejas y síntomas del paciente podrían quedar relegados a un nivel más externo. De este modo, las quejas son utilizadas para tapar la verdadera causa de los síntomas descritos por la persona ansiosa. Estas tensiones más profundas tienen que ver con vínculos frágiles, y a la vez conflictivos establecidos en la infancia o también relacionados con traumas sufridos en las primeras etapas, que se pueden manifestar de diferente forma en la edad adulta.
La depresión es el trastorno afectivo de la melancolía y la tristeza persistente. En la depresión hay una pérdida general de vitalidad: la persona se siente cansada y triste, evita la relación social, predominando el pesimismo y la desesperanza. Los procesos de pensamiento y el lenguaje se vuelven más lentos, también la motricidad se lentifica. Conocemos diferentes clases de depresión: endógena, reactiva, maníaco-depresiva que trataremos de simplificar. La depresión endógena o melancolía es la consecuencia de un trastorno bioquímico hereditario y también emocional. Suele ser, según E. Rojas, de buen pronóstico. La depresión exógena o reactiva responde, en su inicio y evolución, a algún suceso vivido y del que el sujeto es muy consciente. Las dos bien tratadas pueden tener solución, dependiendo del seguimiento de la medicación y de la severidad y respuesta del paciente. La primera requiere especialmente medicación, que puede combinarse con psicoterapia. La depresión reactiva puede superarse con psicoterapia, sin olvidar que la depresión puede enmascarar muchos otros trastornos. Lo hemos observado en pacientes depresivos ingresados, diagnosticados de esquizofrenia en un primer diagnóstico. La depresión maníaco-depresiva, hoy más conocida como bipolar, es una alteración del estado de ánimo. La persona experimenta cambios extremos, altos y bajos, episodios que van de la depresión a la manía, que pueden durar semanas o meses. Se requiere medicación que puede combinarse con psicoterapia. El sentimiento de omnipotencia es la característica principal de la manía, juntamente con el mecanismo primitivo de negación. Las defensas maníacas aparecen para superar la tristeza y el dolor causados por el objeto querido (la persona, circunstancia, etc.). (J. Coderch, S. Freud, K. Abraham, M. Klein).
El psicoanálisis dedica especial importancia a los procesos de duelo y su relación con la depresión y otros trastornos afectivos. Se trata de un proceso mental que podemos definir como el conjunto de representaciones mentales[1] que acompañan y siguen a la pérdida de un objeto apreciado (persona, deseos, aspiraciones). Según como sea la evolución de este proceso, pueden generarse manifestaciones diversas.
Una de las causas y maneras de elaborar el duelo estaría relacionada con la forma en que vivimos y nos ayudaron a enfrentar nuestras primeras pérdidas: el nombre, la cualidad de lo que se ha perdido en las primeras etapas y la edad en que se produjeron las pérdidas más significativas (la ausencia o pérdida de la madre o cuidadora, la alimentación materna no substituida con afecto, el progresivo alejamiento del medio familiar, la separación agresiva de los padres, etc.). Es cierto que muchas de estas primeras pérdidas pueden representar ventajas como contrapartida: así, el niño que va a la escuela pierde la condición de «estar cuidado personalmente en casa» pero gana en autonomía, relaciones interpersonales, diferentes aprendizajes -leer, escribir, aprender a pensar o a relacionarse con otros niños. Las ventajas, aún siendo importantes, no evitan la pena por lo que se ha perdido, proceso necesario para crecer y separarse de la dependencia paterna. A lo largo de nuestra vida experimentamos pérdidas y ventajas: perdemos la adolescencia, la juventud, la condición de dependencia, algunos amigos, parejas, algún territorio, la salud; podemos perder incluso la vida. Las ventajas, excepto en este último caso, favorecen que se afiance la afectividad, la eficacia en el trabajo, en las relaciones interpersonales, la evolución hacia la madurez, el equilibrio y la serenidad.
Elaborar el duelo significa poder continuar nuestra existencia en buenas condiciones, incluso habiendo perdido uno o más objetos de amor. Para que podamos continuar nuestro camino, habremos de admitir que el objeto (persona, cosa o circunstancia) se ha perdido para siempre, aunque algo suyo permanece interiorizado dentro de nosotros. Si nos hemos podido despedir internamente, tendremos la fuerza necesaria para abandonar la tristeza, sus consecuencias (dolor, desgana, sufrimiento, no poder pensar en otra cosa, llenar todas las horas del día, etc.) y reanudar nuestra vida, que iremos recuperando a medida que hayamos podido interiorizar su recuerdo de forma serena para continuar viviendo como antes de la pérdida.
Este desarrollo se ha llevado a cabo para llegar a entender los sentimientos de angustia, malestar o dolor que padecen muchas de las personas que viven solas, sin el afecto de los suyos -algunas han perdido para siempre su pareja o no cuentan con nadie -esté o no presente la situación de pandemia. La falta de afecto, el recuerdo del afecto, ahora ausente, o la frustración vivida en torno a estas carencias, sentimientos que no han podido ser restituidos, podrían incrementar la soledad, el aislamiento y los sentimientos depresivos de este grupo de personas tan vulnerables.
Por su parte, las personas migrantes, que vienen con muchas expectativas: solas, sin demasiados recursos, nula economía o ésta muy deteriorada, sin conocer el idioma y muchas veces habiendo tenido que superar una serie de obstáculos para abandonar su país, tienen ante sí un proceso de adaptación mucho más complicado cuando se incluye a todo el grupo familiar. La mayoría llega sin documentos, ni contrato de trabajo y con las dificultades y consecuencias que esta circunstancia implica. Hemos podido comprobar que el hecho de migrar en ciertas condiciones puede llegar a transformar la propia identidad. Oímos decir: “Esto que me está pasando ahora, no me había ocurrido antes” o “yo no era así”. Las primeras personas que migraron solían ser las más fuertes de cada grupo familiar. Fueron las que se ocuparon de ir agrupando al resto de la familia. Hecho que no excluye las dificultades y el sufrimiento que posiblemente padecerían y padecen para reunirla.
En cualquier caso, el trabajo a realizar es enorme. Aliviarlo está en manos de las instituciones, profesionales y las personas que pueden intervenir para ayudarlos. Se trata de acoger a quienes se sienten solos, incluso abandonados de los suyos, sin tener a nadie y a quienes proceden de otros países y viven en precariedad extrema. A unos y otros, les iguala la misma necesidad: la de ser personas aceptadas, acompañadas y queridas.
1 Símbolos que representan personas, cosas, aspectos de la realidad externa, una forma de explicar las sensaciones, las ideas y los conceptos.