Tributo a María Jiménez: La Fuerza y Pasión que Marcó una Época

Ana Calvo

La primera vez que la vi, creo recordar, fue en un programa de Noche Vieja, de esos que amenizaban tanto las veladas en Navidad, donde salían artistas que aunque hacían playback, al menos algunos se trabajaban bastante su coreografía. Y eso es lo que me hizo mirar a la pantalla, su fuerza en el escenario, tan ensimismada en su sentimiento y en su expresividad corporal que el micrófono apenas si se lo levantaba del pecho. Me encandiló, me embelesó, me mantuvo fija al televisor casi sin pestañear todo lo que duró su actuación. No tenía un cuerpo diez (para lo que se supone que debía ser en aquella época), no tenía unas facciones de cara perfectas y ni siquiera hacía bien el playback. Pero nada de eso importaba, porque lo que hizo que María Jiménez viviera eternamente en mi cabeza desde entonces fue su actitud, su fuerza, el movimiento de su cuerpo, su lenguaje tan salvaje, apasionado y fresco.

Con el tiempo la descubrí como artista y como actriz. Por desgracia también la descubrí como juguete televisivo. Nunca me pareció una mujer débil, ni una persona que se dejara manejar o manipular por otra (No voy a entrar en distinciones de hombres y mujeres, me niego). Sin embargo, está claro que por algún motivo se convirtió en eso, un juguete televisivo al que quizás ella le sacó una gran suma de dinero… Y me parece genial, porque al fin y al cabo ¿qué es la televisión?

Lo que la llevó a esa estapa de su vida seguramente fue lo mismo que la impulsó en su carrera como artista: su coraje, su valentía o quizás el rencor, el despecho, el orgullo, la venganza… Pero para nada, y es mi humilde opinión, la visión que hoy se quiere dar de ella y lo que quieren hacer con su recuerdo.

María Jiménez trabajó codo con codo con otras grandes artístas como Rocío Jurado, Rocío Dúrcal, Carmen Sevilla… Pero ella destacaba. Nunca encajó en ningún grupo y todos lo sabemos. Cuando la recordamos a todas (porque por desgracia es lo único que hoy podemos hacer), recordamos a María Jiménez en la misma mesa cenando, pero a la vez en muchas mesas y con mucha más gente y, por supuesto, todo tipo de gente.

Hay varias maneras de hablar: se puede hablar con la voz, con las palabras, con las miradas, con las caricias, con los gestos… María hablaba con los gestos y la mirada. Sólo si sabías que clase de mujer era de verdad sabías escucharla con los ojos. Prefiero quedarme con lo que decían sus palabras en lo alto del escenario, prefiero quedarme con ese “Háblame en la cama” o esos “Golpes de pecho”, que con las barbaridades que llenan la hemeroteca.

Todos sabemos que amó, amó más y menos, mejor y peor. Amó a quien le apeteció. Y a mí, sinceramente, me es indiferente con cuantos, cómo y con quienes. Lo que a mi verdaderamente me importa y de lo que creo que se debe hablar es que María amó la vida. Amaba vivir sobre todas las cosas. Sentía con pasión y disfrutaba de todo lo bueno, así como también soportaba todo lo malo. Sólo el que no hace nada en este viaje de la vida muere impoluto. Como ese lápiz con el que nunca se escribe, que permanece perfecto desde el primer día. Yo, sinceramente, prefiero ser ese al que hay que sacarle punta de vez en cuando, el que se mordisquea mientras escribes, al que le pones el nombre en la línea amarilla o dibujas un corazoncito.

A veces imagino que soy un puzzle, formada de piezas. Piezas que elijo de personas y personajes de quienes quiero aprencer y a quienes quiero parecerme y admiro.

María, quiero bailar sobre el escenario de la vida como tú lo hacías, quitándote del medio todo lo que estorba en el camino. En tu caso como nos enseñaste, subiéndote la falda para pisar fuerte el suelo con tu baile de pierna, recogiéndote el cabello cuando te impedía ver bien el camino y girándote hacia todo y todos cuando dar explicaciones no lleva a ningún final. Recuerda pisar igual estés donde estés, recuerda reirte de todo como siempre lo has hecho, aunque las lágrimas salieran solas a la misma vez que las sonrisas. Mientras tanto, María, ya sabes: “Se acabó”.

Gracias María, gracias paisana.

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