Torrefarrera bajo la niebla
La niebla en Torrefarrera se arrastra sin prisa,
como un fantasma viejo que ronda la plaza,
las farolas alumbran con fría sonrisa
y el viento se esconde tras las puertas de casa.
El invierno se cuela por calles dormidas,
donde el tiempo parece pararse de miedo,
los árboles gimen verdades caídas,
y el suelo susurra nostalgias al cielo.
En las sombras se escuchan pisadas remotas,
los ecos de historias que nadie recuerda,
siluetas difusas de almas devotas
que en noches de frío la luna remienda.
El silencio se sienta en bancos vacíos,
con su capa de escarcha y su rostro tan serio,
y el pueblo parece un verso baldío
bordado en la niebla de un viejo misterio.
Las chimeneas exhalan suspiros cansados,
perfuman el aire con leña encendida,
y en cada ventana laten apagados
retazos de un sueño que nunca se olvida.
Aquí el invierno no es solo un lamento,
es promesa que duerme en las viejas paredes,
es latido oculto, es noble cimiento
de un pueblo que vive entre luces y redes.
Que nadie se atreva a dudar del coraje
que guarda en su niebla Torrefarrera,
pues en cada rincón de su frío paisaje
hay un alma que lucha, hay un alma sincera.
Así, en esta tierra de vientos callados,
donde el alba es un lienzo de blanco y ceniza,
la vida resiste en abrazos gastados
y el invierno es tan solo un disfraz de la brisa.