SAMIA
Si la mar puede ser madre,
Samia es hija de la mar.
En las entrañas del líquido elemento,
en una travesía, un tránsito,
hacía Canarias,
por marítimos caminos.
y es inocente.
Samia empezó a empujar,
a moverse agitada,
empuja en el vientre,
en un hinchado vientre
como velas de la mar.
Rompió aguas el vientre,
rompió aguas, en el agua.
Nueve meses vinieron al mundo,
sin nada, en una patera.
En manos de las olas
un desvalido bebé.
Samia es inocente,
nació huérfana de fortuna
de suerte, sin sangre azul.
Huye de las guerras, de las miserias.
Una realidad de África,
indeseable para ver.
Ilusiones y deseos en su equipaje
ilusiones y deseos
que no llegaron a tiempo,
no llegaron a su destino.
También en la mar
una tempestad, un infierno.
También la mar es la muerte.
Un abrir y cerrar de ojos,
una milésima vital,
un grito se ahoga
un grito que se apaga.
Y Samia que es la mar…
No sabe nada.
Un ángel injusto, indiferente,
de las tinieblas soberano,
la condena, pone fin a su existencia,
que se agotó, sin llegar a florecer.
FRANCISCO LUQUE BONILLA