POR LOS CAMINOS DE LA VIDA , EL ESPLENDOR DEL ARCO IRIS (XVIII)
El médico Younis al-Priamar y su ayudante, Hichar, llegaron al palacio nazarí. Los guardias que le acompañaron durante el viaje desde Otura le hicieron entrar rápidamente en los aposento del rey, este se encontraba echado sobre una cama y apoyaba su hombro izquierdo sobre abundantes y mullidos cojines de bellos colores. El califa, al ver entrar al médico, le espetó:
-Gracias a Alá, el misericordioso, que habéis llegado. Este dolor en mi pie me va a volver loco, además, no puedo apoyarlo en el suelo.
-Mi señor, ya os diagnostiqué la vez anterior en que os visité cuál es el mal que tenéis si no cumplís con mis indicaciones, será muy difícil que podáis andar bien.
-Quizás tengáis razón, Younis, pero mi deber de monarca me obliga a tener que compartir mesa con mis invitados y los embajadores que llegan hasta mi reino. Trato en todo lo posible de atenerme a ellas, pero muchas veces no lo consigo. Te he hecho llamar para que me aconsejéis y para que preparéis un brebaje que pueda aliviar este dolor tan intenso.
-En primer lugar, mi señor, debéis dejar de tomar carne de caza, tanto de plumas como otras carnes rojas, eso y un ungüento que os prepararé aliviará en parte vuestro dolor. Debéis guardar reposo y cuando estéis sentados debéis apoyar el pie sobre una pequeña butaca y sobre esta, un cojín. Dentro de unos días os encontraréis mucho mejor. Mi ayudante os traerá más tarde el ungüento para extenderlo por toda la parte inflamada. Ahora, mi señor, si no tenéis nada más que mandarme, debo retirarme.
-Todavía no. Quedaos y que todos los demás salgan de mi aposento.
Todas las personas que se encontraban en el aposento inclinaron la cabeza y salieron. Una vez que quedaron solo los dos hombres, el califa se incorporó de la cama y ayudado por el médico, se sentó en una butaca y posó su pié inflamado encima de un mullido cojín.
-Gracias, Younis. Alá, el todopoderoso, proteja tu ciencia para bien de todos. El haberte hecho quedar a solas conmigo es porque quiero consultar contigo un asunto, que debe quedar solamente entre tú y yo. No debe saberlo ni tan siquiera tu ayudante Hichar. Escucha…
“La embajada mandada por el rey de Granada Muley Hacen llegó hasta la residencia del rey Juan de Castilla, pero este no se encontraba allí, había salido de cacería con algunos de sus súbditos. Uno de los aguaciles del castillo acomodó lo mejor posible a los embajadores, comunicándoles que el rey no volvería hasta el día siguiente, ya que la noche la pasaría en el castillo del conde Enrique de Flavia.
“Naziha, la esposa del todopoderoso general de Muley Hacen, Hossine al-Malika, empezó a preparar la fiesta que le había indicado su marido. Los sirvientes y esclavos pusieron marcha a la obra. Había que limpiar todos los aposentos del palacio, que estaba ubicado cerca de la Alcaicería. Los jardineros empezaron a arreglar los jardines y a limpiar las fuentes. Naziha encargó a los vendedores del zoco, cerca de la gran mezquita, que llevaran a su casa los mejores productos de sus cosechas de verduras y frutos de la época. Había que disponer de lo mejor para que todos los invitados a la fiesta disfrutaran de la comida y estuvieran contentos. Habría bellas bailarinas venidas de Marruecos, tocadores de música y espectáculos de magia. Su marido, el general Hossine, quedaría contento, debía agasajar lo mejor posible a sus invitados, todos ellos grandes personajes de la corte de Muley Hacen. Debía contar con algunos de esos personajes para llevar a buen fin su idea de derrocar al califa.
Abir ya se encontraba de ocho meses y el invierno -¡el frío invierno!- de Granada iba aproximando a los días finales del último mes del año. Esta contaba los días esperando el nacimiento de su hijo con ansiedad e ilusión, ya que sabía que Alá, el misericordioso, tenía algo grande reservado para su hijo. Su querida amiga Hanna así se lo había pronosticado y había acertado en predecir que se quedaría embarazada a pesar de su avanzada edad. Todo ya estaba preparado para recibir a su hijo: la ropa y la cuna donde reposaría, que la había construido su esposo, que no cabía de gozo, pues nunca pensó que, a su avanzada edad, pudiese ser padre. Sus corazones estaban henchidos de júbilo y en las cinco oraciones del día daban gracias a Alá por la dicha de ser padres.
Abir se encontraba sola en su humilde casa del Albaicín, serían alrededor de las doce del mediodía, nada tenía que hacer; ese día, su esposo llegaría tarde, por lo tanto, lo único que podía hacer era acercarse hasta la gran ventana que daba a la calle y por donde entraba un sol espléndido y, sentada en una silla, leer el Corán. Sus manos las pasaba una y otra vez por su vientre mientras sus ojos, llenos de lágrimas por la felicidad que sentía de ser madre, no le dejaban ver con claridad los versículos del Corán. Cerró este y se puso a meditar. A lo lejos el palacio rojo de la Alhambra relucía al dar sobre él los rayos del sol. Por la calle, bajo su ventana, un hombre conducía varios burros cargados de verduras. Todo era paz y armonía.
Continuará…
Marcelino Arellano Alabarces
Hola Marcelino que bonito, es un placer leer tus relatos cargados de historia y leyenda. En ellos nos adentramos por nuestros rincones Granadinos que también los describes, espero impaciente tu nueva entrega.
Saludos