Portada » Pensamientos inconexos

Juan, un viejo profesor de latín al que se le agotaba la vida, yacía postrado. Al otro lado de la habitación, sus hijos discutían asuntos de herencia.

            –Te toca a ti Julia, –dijo el hermano mayor al salir de la habitación–, papá está de un pesado, ha perdido la cabeza, dice cosas muy raras.

            De los cinco hermanos, Julia era la pequeña. Entró en la habitación de su padre y se sentó junto a la cama.

            –Eso que se están ya repartiendo tus hermanos, no tiene ningún verdadero valor, –dijo el anciano Juan que a pesar de estar muy enfermo, una obstinada lucidez se negaba a abandonarlo.

            –Tranquilo papá, ya sabes cómo son –dijo la joven.

            –Lo sé, por eso te voy a dar a ti la verdadera herencia, espero que tú sí consigas repartirla con ellos, porque a mi ninguno me hace caso.

            –No sé a qué te refieres.

            –Escúchame con atención, –dijo Juan, como si fuese a describirle el mapa de un tesoro escondido–. Igual que con los videos en Internet, a veces las palabras se vuelven virales, como por ejemplo procrastinar. Lleva en nuestro idioma desde los tiempos en que el latín era una lengua viva, sin embargo ahora parece que haya salido de la nada, ya ves, se ha puesto de moda. Para quienes era su lengua materna en aquella época, utilizaron “Pro crastinus o procrastinare” para explicar el hábito de postergar cosas importantes, haciendo en su lugar otras que nos puedan resultar más agradables, aunque sean superficiales o insustanciales. Creo que nunca antes ha cobrado tanto sentido como en la era que nos toca vivir.

            –Papá, tranquilo, ya no estás en tus clases de latín, –ahora la joven, entendió lo que su hermano dijo al salir de la habitación, sobre decir cosas raras.

            –¿Sabes una cosa? –Pero el abuelo continuó–, la especie humana, en nuestro rol de sociedad materialista, siempre tuvimos la costumbre de procrastinar o postergar las cosas más importantes. Solo hay que echar un vistazo al cambio climático o a las obsoletas costumbres, que deberían haberse cambiado ya, como las homófobas, machistas, nacionalistas radicales o religiosas fanáticas. Teniendo tantas cosas importantes por hacer y sin embargo, nunca antes tuvimos tantas cosas insustanciales a las que dedicar nuestro tiempo.

            A la joven siempre le gustó escuchar a su papá. Aunque con los años los cuentos de infancia, se fueron recrudeciendo con el paso del tiempo, como si la vida lo hubiese agriado. Sin embargo su voz, aunque ahora algo más lenta y afectada por su enfermedad, seguía allí, tan cálida que a ella no le importaba seguir escuchando, aunque parecieran más bien delirios.

            –Pero hay algo más profundo algo más espiritual si quieres, –continuó el abuelo– algo que está inconexo dentro de nosotros, pero ya no como sociedad, sino como individuos. Todos estamos convencidos de que en nuestra vida diaria no procrastinamos, sino que vivimos cada día haciendo las cosas más importantes para la vida, trabajar, estudiar, criar a los hijos, ser ecológicos en lo posible,  etc. ¿Pero sabes una cosa Julia? Hay algo que si postergamos para el final, yo lo he hecho. No solo lo posponemos sino que hemos edificado un muro a su alrededor, miramos hacia otro lado, tratamos de disimular, no queremos adentrarnos en la madriguera, siempre nos dio miedo que habrá al otro lado. Y entonces creemos o queremos creer lo que nos cuentan, lo que leemos, pero nadie sabe, nadie entiende porque moriremos, y nadie entenderá jamás porque una mente que ansía la eternidad debe asumir la muerte.

            Julia quedó perpleja al ver tanta cordura dentro de tanto desvarío.

            –Inventamos religiones, filosofías y ciencias muy valientes, pero lo único que hacemos es posponer nuestros sentimientos inconexos, nuestro miedo a la muerte, nuestro miedo a reconocer el tiempo que hemos perdido en odiar, en temer, en dañar, en herir, en abandonar, cuando podríamos haber amado, haber sido sinceros con nosotros mismos y prepararnos para una muerte satisfecha.

            –Papá que tratas de decirme –dijo por fin Julia, que pareció darse cuenta, que detrás de todo tan solo quería regalarle una enseñanza.

            –Te voy a contar lo que siento a las puertas de la muerte, esta es mi verdadera herencia. Muchas veces intenté asomarme a la madriguera y las imágenes se volvían etéreas y se quemaban con la pena, cuando las pienso se vuelven de ese color tan nostálgico, se vuelven de ese sepia tan atroz. Entonces me doy cuenta que una vida no basta para decir lo que siento, una vida no basta para sentir lo que digo, mil vidas tan solo servirían para explicar aquel primer roce casual de mi piel contra su piel. Cuando conocí a tu madre su olor se atrincheró dentro de mí, ni el infinito lo entendería. Tiempo, me faltó tiempo y me sobraron minutos, estúpidos minutos o yo un estúpido en esos minutos. Ahora en estos últimos momentos, yo que me creí desamparado, recuerdo que lo tuve todo. Encerrado en mi puño durante un instante eterno, lo guardé en un corazón que nunca dejó de cicatrizar y ahora sé que moriré con un alma malcosida a los recuerdos. Sé, que en ese momento que se acerca volveré a ver aquellos ojos que vi por primera vez. Debí amar más a tu madre y llorar menos mis temores.

            Con esas palabras Juan miró hacia la ventana y se dio permiso para esa última lágrima.

            –Ahora, –continuó Juan con una voz algo más trémula– a las puertas de la muerte es cuando veo con claridad, ¿no es irónico? Siento como sus ojos tocaron el tiempo, y pararon su pulso mientras mi alma colapsaba con el universo, ahora siento su caricia, su voz, sus suspiros, toda su vida en este segundo.

            –Papá, no debes atormentarte. Mamá te amó mucho.

            –Lo sé y por eso sé que supo morir. Es muy triste no saber morir, la gran mayoría hacemos el payaso, sabiendo que algún día todo acabará. A menudo me pregunto, ¿porque la evolución nos convirtió en una especie consciente de sí misma, consciente de ser tan efímera, solo para después sufrir la soledad el universo?

            –Papá descansa.

            –He descansado demasiado mis emociones durante toda mi vida, como casi todo el mundo. Escúchame hija, esta es mi herencia, he descubierto, qué es la muerte. Recuérdalo toda tu vida y lograras ser feliz. La muerte es ese sigiloso enemigo al que llamamos miedo. No postergues tu vida, vívela sin miedo. La gran mayoría han muerto mucho antes de morir. Ama todo lo que puedas, no lo dejes para el último momento.

Manuel Salcedo Gálvez

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