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María Vives Gomila

Institut Menorquí d’Estudis

¡Qué difícil es pasar página! Después de unos años complejos a tantos niveles, todavía nos cuesta reaccionar. Tenemos trabajo para recuperar la normalidad habitual, la vida que cada uno disfrutaba antes de la pandemia, sin tener que recurrir a los tests de antígenos (como han hecho muchas personas, antes o después de una salida masiva o de las visitas de hijos y nietos) con el ánimo de prevenir o evitar nuevos contagios, aunque algunos sean ahora mucho más suaves.

Tratar de recuperar lo que hacíamos, individualmente o en grupo –clases, salidas, reuniones, asistencia a actos culturales o musicales, viajes y un largo etcétera, sin dudarlo–, representa un cambio de actitud en el día a día. Gran parte del desarrollo, desde las primeras etapas de la vida y las siguientes, se ha fundamentado en una serie de hábitos: aprendimos a mirar y a sonreír viendo las miradas y actitudes de los adultos que nos contenían y lo que significaban para nosotros. Como un espejo que favorecía la repetición de gestos y movimientos, estas miradas y actitudes nos permitieron, a su vez, asociar los sentimientos a los hechos que observábamos, y así poder sentir, amar, pensar, entre otras muchas disposiciones y actividades.

Hay ambientes que, sin ser idílicos y con todos sus defectos, son centros de constante aprendizaje que, como verdaderas escuelas libres, son capaces de instruir y ayudar a observar el comportamiento de los demás. Este hecho favorece la imitación y el deseo de identificarse con algunos de nuestros mencionados adultos. Deshacer los hábitos, que por desgracia han contribuido a cambiar nuestra vida por un tiempo, no resulta fácil.

Hemos adquirido nuevas costumbres y algunas nada sanas: como aislarnos, no salir con la frecuencia de antes, evitar la relación interpersonal, tan necesaria, no abrazarnos, costumbres que aún perduran. Hemos renunciado, tantas veces por prudencia, a compartir mesa con no convivientes y a encerrarnos en nosotros mismos. Deberíamos poder recuperar la normalidad, saber cuidar la salud física y especialmente la mental, conociendo las consecuencias de su mutua interdependencia para tratar de evitar inoportunas somatizaciones.

Pero, si lo analizamos detenidamente, ¿dónde conducen estos comportamientos? ¿Qué hay en el fondo de estas actitudes que nos impiden utilizar gran parte de nuestro potencial para poder vivir mejor? Encontramos ansiedades, miedos, inseguridades, pérdida de confianza en nosotros mismos, indiferencia, falta de interés en el presente y futuros inmediatos, así como el temor a una realidad vírica, que ha comportado enfermedades y nos ha conducido a aislarnos para defendernos, incluso, del mismo miedo.             Añadiría, como profesional de la salud mental, la conveniencia de observar y entender las causas de estas ansiedades para poder afrontarlas. Superar todo esto nos mueve a entrar dentro de nosotros mismos y a hacer uso de la capacidad de pensar, de sentir, de desear lo que nos llena para volver a recuperar la vida que teníamos, incluyendo las inevitables adaptaciones a la realidad actual. Todo lo que deseamos para que se convierta en realidad, debe haberse pensado y visualizado con anterioridad.            De la misma manera que los creadores ven finalizado el proyecto de una obra y los investigadores y artistas ven terminada la investigación y la melodía, las sensaciones deben poder convertirse en sentimientos y éstos poder mentalizarse, que es cuando las obras deseadas llegan a buen término. El equilibrio entre lo que pensamos y lo que sentimos puede contribuir a superar la acción temerosa, a vivir el momento presente y a planificar el futuro más inmediato.             Teniendo en cuenta lo anteriormente expuesto, podríamos preguntarnos cómo empezar a salir de esta situación inestable de pandemia, que ha llegado a ser causa de tantos cambios, desde un estilo determinado de vida hasta la situación actual, todavía precaria.

Siguiendo la recomendación de los expertos, por un lado, y del sentido común, por otro, podríamos pensar cómo salir de un aislamiento que ha interferido en nuestra vida diaria, mermando nuestras expectativas y actividades habituales. Salir, hacer ejercicio, conversar son herramientas que fácilmente tenemos en la cabeza, pero deberíamos poder ir aún bastante más allá.

Hemos de poder plantearnos objetivos que puedan realizarse a corto plazo ampliando gradualmente el campo de acción con nuevos planteamientos y actividades, que nos ayuden a resurgir como ‘Ave Fénix’ de sus cenizas y a continuar navegando, provengan de donde procedan oleajes y tempestades. Es una forma de superar la ansiedad y posibles sentimientos depresivos.

Debemos atrevernos a utilizar toda la energía que poseemos y ser creativos, sintiéndonos útiles, para evitar quedar atrapados en un mundo interior temeroso. Creer en nuestras capacidades para seguir buscando lo que nos llena es un acto de amor hacia nosotros y también hacia los demás. El quid de la cuestión reside en encontrar motivos suficientes, no sólo para sobrevivir sino para seguir planteándonos nuevas y constantes iniciativas.

Releyendo al poeta mallorquín, Costa y Llobera, cuando contemplaba ‘Lo Pi de Formentor’, con el azul Mediterráneo al fondo, podríamos decir como él observando el mismo mar y nuestro azul isleño:

‘Amunt ànima forta! Traspassa la boirada/

i arrela dins l’altura com l’arbre dels penyals./

Veuràs caure a tes plantes la mar del món irada/

i tes cançons tranquil·les aniran per la ventada/

com l’au dels temporals’.[1]

‘¡Arriba alma fuerte traspasa las nubes densas!/

y busca en lo alto tus raíces como el árbol de los peñascos./

Verás caer a tus plantas el mar airado del mundo/

Y tus canciones tranquilas cruzarán el vendaval

como el ave los temporales’.

[1]  Miquel Costa i Llobera (1982). Horacianes i altres poemes. Barcelona: Edicions 62.

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