Lola Benítez Molina

Málaga (España)

La Navidad es esa copa del árbol sobre la que tejíamos los primeros sueños invencibles y tan nuestros de la infancia, en la que todo era posible, mientras la vida abría nuestros grandes ojos hacia el respeto y la generosidad, hacia la libertad solidaria y el amor universal…

            La Navidad es momento de entrega, de disfrutar de momentos mágicos junto a los seres queridos donde los niños tienen un protagonismo especial, que engrandece al ser humano porque son portadores de inocencia y de un mundo de fantasía al que siempre quisiéramos pertenecer. En ella, y por siempre, debiera perdurar lo bueno que hay en cada persona.

            Con el Nacimiento de Cristo, los cristianos celebramos la principal intervención de Dios en nuestra historia. Celebramos que Dios haya querido encarnarse, en “un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”, para quedarse por siempre en/con nosotros. Por ello, jamás debería dejarnos indiferentes esta época de reflexión y enmienda y esperanza, la cual debería ser permanente en el tiempo.

            Ciertamente, el ser humano que cree en un Ser superior, que conversa con él, desde su propio silencio, llenando sus espacios y sus horas con sus mensajes, y dejándole un sabor a tranquilidad, en cada célula y encada latido de vida, con su Amor y su Paz…, es dichoso e impregna de gozo la vida de sus semejantes.

            Esa persona que cree en un niño pequeño que la hace grande; en un niño frágil que la hace fuerte; en un niño pobre que la hace rica…; en ese pequeño niño que vuelve a nacer dentro de su corazón cada año en Navidad, el mismo que se hace presente, diariamente, en su interior…, vive entregada, por Amor a los demás caminantes que junto a ella marchan hacia el horizonte desconocido en el cual saben que verán la luz que se anuncia a todos, y nos llevará a la senda que todo aquel que crea anhela.

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