MIS LETRAS A MI PUEBLO

Pueblo de mi infancia, desde mi balcón romántico te extiendo los brazos como un abanico, lo mismo que antes abandoné sus calles, ahora examino sus calles abandonadas en la memoria.

Pequeño pueblo que forje a fuerza de sueños, resurja de su inmóvil existencia, corazón mío encogido bajo este cielo azul que parece recién pintado, tú fuiste el único capaz de tirar la piedra que ahuyentó mis temores en la noche.

Herido de congoja, andando y andando, pisando tierras y hierbas de otro pueblo extraño, yo te añoro.

Para que hablar de viejas cosas, para que vestirse con ropas del olvido, si grande y oscura cae tú sombra sobre mi, pueblo de mi infancia.

Grande y oscura es tu sombra de aldea, besada por la fría mañana y desteñida por el viento de la sierra.

También tus días de sol, incalculables, delicados, cuando de entre la humedad de mi llanto, emerge el tiempo vacilando como una espiga.

¡¡ Ah!! Pavoroso invierno de las crecidas, cuando la madre y yo temblábamos por el viento frenético y el rugir de las tormentas.

Lluvia caída de todas partes, triste, prodigadora inagotable, crujía la casa en la noche, el viento a caballazos saltaba sobre ventanas, tumbaba los cercos, desesperado y violento se iba alejando poco a poco, por los rezos de la madre.

Muchas veces fuera de casa la lluvia me encontró, pues yo estaba tranquilo, porque la niña del paraguas colorao, cobijo bajo él siempre me dio y en mi retorno me acompañó.

Dejándome malherido porque siempre sola regresó, yo desde el umbral de la puerta con los ojos la protegía, hasta que por boyerito torcía y por cuatro cantillos Utrera abría.

Noches puras señal de buen tiempo, cielo engastado en estrellas luminosas, mañanas y atardeceres sin olvido, como no recordar tantas imágenes, tantas palabras ya pasadas y besos desvanecidos.

Fueron diez años desde el nacimiento los que pase en Montellano, entre Hornos, Utrera, Tetuán y Dios Mio.

Sentado en la soledad de la noche oceánica, mi última noche, siento ladrar a los perros desorientados, llega a mí, el inconfundible aroma de la dama de noche y el rumor del viento, la noche se me va así, dando paso al amanecer solitario, empujado y retenido oscila hasta el medio día, apareciendo posteriormente en la soledad de mi pueblo, la tarde de techumbres sombrías.

Anochecer del 12 de Agosto de 1974, aparece la lluvia en el paisaje como llanto de mi despedida, cae cruzándose en todas partes del cielo, veo agacharse a los grandes girasoles dorados y oscurecerse el horizonte de los cerros por ennegrecidas nubes.

Llueve sobre Montellano, el temporal corre por los techos y las laderas, entre sembrados y piedras, el mal tiempo llena el paisaje con apariciones de tristeza.

Lluvia amiga de los soñadores y los desesperados, compañera de los activos y los sedentarios, destruye el deseo de toda acción y ayuda a la soledad de los que con las manos en alto claman su presencia.

Cae con fuerza, siento su chisporreteo mientras mi memoria rememora tiempos pasados, tiempos de una infancia ya lejana, infancia de un niño moreno de pantalones cortos y piernas llenas de cardenales.

La luz sale de mis parpados no como campanadas, si no, mas bien como lagrimas en esta despedida.

Detrás de la ausencia es dolor que solo queda al ir haciendo distancia, niño fui que junto a la madre encaré las tormentas y me crié en tus callejas, ahora te recuerdo en otras calles húmedas, extrañas y calladas como después de la tormenta.

Como no recordar tantas imágenes, tanta palabra ya pasada y besos desvanecidos, a pesar de que todo termina….

¡¡Pueblo de mi infancia, donde pasé horas secretas que nadie conoció, ponte en mi destino como refugio de un regreso¡!

¡¡Pueblo escucha, yo fui tu enamorao el que de la mano llevó por tus callejas, a la niña del paraguas colorao¡!