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MICRORRELATOS AL VUELO V

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Queridos amigos y lectores de Granada Costa, os traigo un nuevo recopilatorio con algunos de mis microrrelatos. El primero lo escribí durante una de las últimas campañas electorales: Campaña de chantajes y viceversa. En Principio de demencia continuo en tono político para pasar después a un asunto algo más familiar con Respuesta a la gallega. Sigo tocando la parentela con Pequeños demonios para rematar con una vieja y manida excusa en el texto Amor imposible. Como siempre, deseo que los disfruten.

Campaña de chantajes y viceversa

Enseguida se le pasará la borrachera y podremos enseñarle las fotos y los vídeos de las últimas horas. Ya sabes lo que se ve en ellas, así que le pediremos mucho dinero, como a los otros dos. Son todos de la misma calaña y este tampoco dudará en pagarnos. De sobra sabrá, como lo supieron sus adversarios, que se desvanecerían sus posibilidades de ganar si difundiéramos semejantes imágenes ahora, justo antes de las elecciones generales.

Principio de demencia

Si este traje no es para mí, no entiendo nada. Acabo de probármelo y parezco un auténtico dandi. Aún a mi edad, seguro que alguna española de bien caería rendida a mis pies, pienso al dejarlo sobre la cama, tal y como lo encontré. Carmen, sin duda celosa, celebra que al fin atienda a razones mientras entra el ministro de turno, que me sorprende en calzoncillos.

─Disculpe, don Francisco ─farfulla azorado, casi temeroso─. Venía a por el traje ─añade en un susurro, señalándolo.

Nos miramos largamente hasta que deduce mi aturdimiento y me brinda, de inmediato, la explicación que tanto necesitaba:

─Hoy, por la seguridad de Su Excelencia, será su doble quien inaugure el pantano.

─¿Pantano? ¿Qué pantano?

Respuesta a la gallega

¿Quién es este señor?, pregunto extrañado, antes de quitarme la mochila. Ella titubea, entre sorprendida y nerviosa. Él pasa corriendo junto a mí, con la sana intención de desaparecer de mi vista, cosa que agradezco en silencio. A ella, sin embargo, la miro con atención. Elevo la ceja izquierda como sólo yo sé hacer y, enseguida, empieza a tartamudear.

Al escucharla me acuerdo de papá que, a menudo, se queja de sus respuestas. Que responde a la gallega, suele afirmar. Sin embargo, según me consta, ella no es gallega. Pero tengo que reconocer que tampoco le falta razón a mi padre pues, mientras intenta cubrirse los pechos, mamá contesta a mi pregunta con otra:

─Pero hijo, ¿tú no tenías kárate después del cole?

Pequeños demonios

Un montoncito de arena se está formando a mis pies mientras me ducho. Después, se va por el desagüe, lo cual no deja de ser preocupante. ¡Podrían atascarse las tuberías del apartamento en Torrevieja que mis padres ganaron en el Un, dos, tres y que yo heredé el año pasado! Así que, mosqueado como nunca, cuando me seco tomo la firme decisión de castigar, en cuanto los pille, a esos pequeños demonios que tengo por hijos y prometerles, además, un escarmiento aún mayor como se les vuelva a ocurrir esa dichosa y recurrente gracia suya que ─para mayor INRI─ practican a la hora de la siesta, de enterrarme en la playa.

Amor imposible

Le vuelve a decir que yo no existo. A ella se le encharcan los ojos mientras la observo resignado, convencido de que está pensando lo mismo que yo: «¡Menuda excusa trillada de mierda!».

Él, que la visita sin falta todos los martes, siempre tira del mismo pretexto: que no existo. Luego, satisfecho con su supuesta sabiduría, se sube los pantalones deprisa y se marcha sin mirar atrás, mientras la veo derrumbarse sobre la cama, rendida. Compruebo que se repite el mismo ritual semanal, pero esta vez ella añade un susurro atribulado: «¿Pues no dice, el muy gilipollas, que el amor no existe?».

Sí, soy el amor, y sus palabras me confirman lo que ya sospechaba, que al menos ella cree en mí. Aunque triste, sonrío por unos instantes. Después, antes de alejarme en busca de otras parejas, echo un último vistazo y contemplo cómo guarda el dinero. Sin duda, la pobre muchacha nunca debió meterse a puta.

Sergio Reyes

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