Mi soledad
Mis recuerdos son tan solo sombras. No distingo rostros, aunque se quiénes son. Negativos ausentes de color. Huecos que ocultan una verdad. Espacios fríos, estancias que no son mías. Mi vida a través de una cerradura. La eterna sensación de no pertenecer a ningún lugar de los que viví. Yo frente a mi soledad. Mientras ella me mira, ni siquiera reconozco la sangre de mis venas en otras venas. Alguna anomalía me llevó al universo equivocado. Perdido en mi propia soledad.
Respiro la humedad de mis lágrimas. El cambio de agujas en las vías de mi alma. Ruedo por una vía muerta, que me lleva a la absoluta deriva. Amordacé mi corazón, después de declararlo culpable de traición. Los cargos contra él fueron; sentir, amar y soñar. Veredicto culpable, pena amputación de toda emoción. Todo aquello que duele se sustituye por una razón lógica que mi mente construirá con toda su eficacia.
Logré la estabilidad de quienes me contaron. Una versión que solo suaviza la realidad, mejor dicho la verdad, porque la auténtica está oculta dentro, muy dentro, una que algún día me contaré.
Mi recuerdo más primario es el miedo. Si hay algún recuerdo del que esté completamente seguro es que viví cada oscuro momento de mi infancia muerto de miedo. Me hice mayor y odié a ese maldito y estúpido niño, no sé explicar la serenidad, no se explicar el plástico que la envuelve.
Mi alma se ha convertido en una hoguera, alrededor de la cual mis demonios danzan viejas canciones. Un maldito bosque donde mis fantasmas hielan el aire. Sonrisas diabólicas hierven en viejas heridas. Cicatrices tatúan mi voz y ahogan mi gemido. Un alma que perdí en algún momento de esa desastrosa vida a la que me obligaron a vivir.
Quiero llorar mi propia futilidad, la frustración de una vida que caduca al nacer. Quiero llorar lo que no entiendo pero no puedo. No hay nada más triste que la vida. Todo el potencial para ser dioses y el tiempo justo para odiarnos.
La saliva de mis sentidos, me devuelve a la ficticia ilusión a la que llamo vida. Y entonces no sé dónde empiezas tú y donde termino yo. Justo ahí es donde te pido que salgas de mis sueños. Justo ahí es donde descubro que nunca te amé.
Mi soledad siempre fue mía, yo fui a buscarla y ella me acaricio. El baile de mis demonios, macabro, delirante, ya no sé si soy el niño o el adulto, mis sueños no dejan de hablarme, de culparme. El tacto de mis manos solo me encuentra a mí mismo, añoro la piel, añoro el recuerdo, no sé si lo soñé. Mi piel se ha cristalizado, mi piel ya respiró una vez. Y me prohíbo aunque esté sólo, no dejo de prohibirme. Sueño mi vida y mil vidas cada noche. Cuando el cielo esta negro miro su silencio y oigo su oscuridad, pero solo cuando soy lagrima, las estrellas rozan mi piel. Ahora que veo mis ojos, miles de lágrimas atadas quieren salir a verte. Ellas vivieron una eternidad en mis párpados callados. Mientras me dolía, escuché las grietas, escuché los descosidos de mi corazón. Entre el silencio, el rocío de mis ojos me dejó oír ese sonido sordo, a dolor aplazado. Jamás podré borrar ese crujido atravesando mi tuétano, ni el temblor de mis piernas al rasgarse los hilos que soportaban mi corazón.
La muerte siempre vive a nuestro lado, no puedes despedirte de ella, no puedes echarla de tu vida, te acompaña desde que naces, te sigue, espera y espera porque sabe que al final tendrás que abrazarla. Me enseñaron a creer que no existes, me engañaron, envenenaron una verdad que yo creí siendo un niño, pero eres tan real como la misma vida y vives dentro de mi soledad. Te he mirado a los ojos y no tienes miedo, eres paz en tus labios secos, estrías en la piel de tu huésped, pupilas dilatadas que ya no están aquí, huesos desnudos que se aferran, piel descalza que atraviesa el reloj de arena.
El mundo es enorme cuando me asomo a mi propia soledad, ¿estarán los locos tan locos como dicen? ¿O la locura es no tener mundo a donde asomarse? ¿Puede una lágrima cambiar el mundo? ¿Puede una flor parar una guerra? ¿Puede el roce de una piel cambiar quien eres? ¿Puede la vida enamorarse de la muerte?
Mi soledad soy yo.
Manuel Salcedo Galvez