La expedición parte en tren el día 17 de mayo de 1937 desde Barcelona con destino al puerto de Burdeos. Los menores no viajan solos, sino que van acompañados, una vez más, por personal asistencial y educativo.

Ya en la ciudad francesa, los pequeños son embarcados en el vapor Mexique, que los trasladará hasta la ciudad mexicana de Veracruz, con una primera escala en la Habana (Cuba), donde no se les permite bajar a tierra.

Emeterio Paya, que salió de España con tan solo ocho años en compañía de sus tres hermanos, no ha olvidado la negativa del gobierno cubano a recibir a los niños españoles. Entonces estaba en la presidencia, en su primera etapa, Fulgencio Batista.

Lo cierto es que no nos dejaron bajar a la Habana, donde el Centro Gallego nos preparaba un recibimiento apoteósico.

Pero recibimos el cariño del pueblo cubano y de los españoles que siempre han residido en Cuba, que se acercaron al barco en lanchones gritando vivas a la república, con banderas tricolor…

Supongo que muchas de esas personas durmieron esa noche en la cárcel, porque Fulgencio Batista era simpatizante del levantamiento franquista.

Después de 18 días de dura travesía, el Mexique atraca en el puerto de Veracruz el 7 de junio de 1937, donde les espera un comité de bienvenida. Emeterio Paya explica el recibimiento que les dispensan el pueblo y las autoridades mexicanas a los niños españoles: Llegamos a Veracruz, donde se nos hace objeto de un recibimiento verdaderamente extraordinario, conmovedor. La gente lloraba de emoción, los niños que veníamos asustados de una guerra, mareados por un viaje muy largo, manifestaciones de todo tipo, de organizaciones obreras, campesinas, dándonos la bienvenida.

Recuerdo que ni siquiera pisamos tierra mexicana, nos metieron directamente por una pasarela de madera, y por las ventanillas del tren del pueblo se volcaba en amor y ternura por los niños. Sacábamos las manos y las retirábamos llenas de cosas; flores, juguetes, dinero, fruta que no conocíamos, como el mango y la piña… En estaciones intermedias, la gente nos recibía con música, con grandes manifestaciones de cariño, pero casi todos los niños íbamos dormidos.

Fueron unas extraordinarias manifestaciones de solidaridad hacia el pueblo español y hacia sus embajadores, los niños refugiados.

Amalia Solórzano: Esposa del presidente mexicano, colabora con el exilio español.

Amalia Solórzano Bravo puede definirse como la voz de la conciencia de su marido, Lázaro Cárdenas, presidente de la republica de México. Casada a los 21 años, su papel de ejemplar ama de casa y de primera dama sencilla y discreta, cambia radicalmente cuando toma conciencia de las dificultades y problemas que asedian a la población de su país y, sobre todo, del drama de los niños españoles en la guerra.

Tras insistirle a su marido (un fiel aliado del gobierno republicano español) para intervenir en este asunto, el presidente le encarga, junto con otras esposas de ministros y altos cargos, la creación del Comité Mexicano de Ayuda a los Niños del Pueblo Español, fundación a través de la cual se gestiona todo el éxodo infantil hacia el país hispanoamericano, así como la creación de instituciones y escuelas en los que acogerlos.

Su altruista actuación le ha valido numerosos galardones y reconocimientos internacionales.

Eterno agradecimiento.

 

Tan solo un día después de su llegada, el presidente mexicano, Lázaro Cárdenas, se dirige por carta al presidente de la República Española, Manuel Azaña, para comunicarle que los niños españoles se encuentran ya a salvo en tierras mexicanas: “Tengo el gusto de participarle que han arribado hoy sin novedad a Veracruz los niños españoles que el pueblo recibió con honda simpatía. La actitud que el pueblo español ha tenido para con el de México, al confiarle estos niños, correspondiendo así la iniciativa de las damas mexicanas que ofrecen a España su modesta colaboración, la interpretamos, señor presidente Azaña, como fiel manifestación de la fraternidad que une a los dos pueblos. El estado mexicano toma bajo su cuidado a estos niños, rodeándolos de cariño y de instrucción, para que sean dignos defensores del ideal de su patria”.

Una madre enviaba meses después de la llegada de los pequeños a México, una carta a la directora de la escuela donde estudiaba su hija agradeciéndole el cariñoso recibimiento que habían dado a los niños españoles: “La presente, a más del honor de saludarla, tiene por objeto el dar a usted, y a sus dignas alumnas, mis más afectuosas gracias por la fiesta tan simpática que dieron a nuestros hijitos, separados de sus seres más queridos y del calor de sus hogares. He sabido de esa gran fiesta en la que nuestros queridos pequeños han recibido moral y materialmente todo el calor y el cariño que a raudales les han prodigado esas niñas mexicanas, que con su dignísima directora les han ofrecido la fiesta”.

¿Cómo expresarle mi gratitud? ¿Cómo decirle con palabras todo lo que mi alma siente? ¡Pobre de mí! Carezco de los conocimientos suficientes para expresar en este momento la emoción intensa que siente mi alma. Si mi pluma fuera capaz de traducir mi pensamiento, diría tantas cosas… diría que al solo nombre de México, mi corazón se llena de una adoración sin límites, que todo mi ser vibra de emoción y ternura cuando mis labios lo pronuncian; que siento por usted, por esas niñas, por las camaradas que tanto se desvelan y se sacrifican por nuestros niños, por todos, en fin, una ternura, un afecto tan sincero y un ansia de estrecharlas fuertemente contra mi corazón, que es en mi como una obsesión. Y ello nada tiene de extraño, ¿Qué menos puede sentir una madre, hacia quienes tanto bien hacen a sus hijos? Mi mayor pena, señora, es no poseer un gran talento para poder estampar aquí fielmente, todo cuanto siento y que mi escasa inteligencia no me permite reproducir.

Pero para darles las gracias y decirles mi cariño, no vacilo en pecar de indiscreta y en dirigirles esta carta con malísima letra, nada buena ortografía. Quizá si se hubiera tratado de otro asunto, no me hubiera atrevido a escribir yo misma por temor a que se hubiera reído de mi… pero soy madre y quien va a interpretar mejor mi amor maternal, los sentimientos de mi corazón, contando de antemano con la indulgencia de quien no verá en mi carta ninguna obra de arte, no, pero sí el ferviente anhelo de una madre por demostrar su inmensa gratitud y su gran cariño por todo el pueblo mexicano, que con tanto amor acogió a nuestros hijos, a los hijos de esta pobre España, a la que el fascismo criminal quiere esclavizar.

Perdón señora por mi atrevimiento en molestarla, se disculpa finalmente la madre. Sírvase hacer extensiva mi gratitud a todas cuantas personas juzgue usted oportuno (Yo no tengo el gusto de conocerlas y sentiría pecar), y a esas queridas niñas mexicanas un beso con el corazón en los labios y otro para su directora.

¡¡Viva México y España libre!!

Gonzalo Lozano Curado

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