LOS NIÑOS DE RUSIA (2)
Pese a las palabras que los padres dirigían a sus hijos para tranquilizarlos, haciéndoles comprender que era lo mejor para ellos, muchos niños sentían dudas y temores ante la posibilidad de no volver a ver nunca más a sus seres más queridos.
Antonio se debatía entre el deseo de conocer el país del que tanto y tan bien le habían hablado y el miedo a lo desconocido: “Nos llevaron desde el puerto de Gijón hasta la Unión Soviética en septiembre de 1937. Mi madre nos visitaba todo el tiempo que estuvimos acogidos en un centro esperando el embarque.”
Era un acto voluntario enviar a los niños a la URSS, desde luego no de los menores, si no, de los padres.
Para Antonio esta decisión le creó una especie de contradicción; por una parte, le habían hablado muy bien de la Unión Soviética: “nos habían regalado un traje de marinero, nos trajeron caramelos y sabíamos pronunciar la palabra Tora Vich, pero dejar a mi madre en plena guerra… Claro ella me decía que yo tenía que ir, pasase lo que pasase, porque yo tenía que responder por mis dos hermanos.”
La expedición era en un barco francés cargado de niños Vascos, Cántabros y Asturianos de la zona que ya había sido liberada, aunque Oviedo todavía se hallaba sitiada, de ahí eran muy poquita gente, tres o cuatro.
Llegamos al puerto de Saint Nazaire y allí se acercó el barco soviético kooperatsiia, pero antes de que nos dejaran pasar al barco soviético, fuimos sometidos a una especie de provocación.
Bajaron unos cuantos niños que iban a Francia y delante de nosotros, en el muelle, les empezaron a dar pan fresco francés, sabroso, con chorizo, con jamón y nosotros pasamos varios días comiendo una especie de sopa sucia recalentada, la cual vomitábamos, teníamos todos, por lo tanto, mucha hambre.
QUIEREN HUNDIR EL BARCO
Elena comentó que no entendía por qué su madre quería alejarse de ella, “mi madre me dijo que tenía que irme a un país desconocido y frío, claro, se me encogió el corazón y empecé a llorar. Le pedía que me dejara con ella, que iba a ser buena, pero ella decía que no, porque nos teníamos que ir para poder salvarnos. Me dijo, que ella vendría después a Rusia con mi padre, cuando este saliera de la cárcel.”
Aunque los pequeños íbamos acompañados, eso no quitaba que se produjesen escenas de pánico.
La travesía hasta el puerto de Leningrado era muy larga y no estaba exenta de peligros como contaría una de las niñas que lo vivió en primera persona; Isabel: A las tres de la mañana zarpábamos para Burdeos, pero se recibió la noticia de que en alta mar había toda una flota de barcos fascistas y tuvimos que desviarnos hacia el puerto de Saint Nazaire.
Esto nos llevó tres días en un oleaje terrible por el Cantábrico, sin nada que comer ni beber.
Otros testimonios de niños insistirían en las mismas percepciones; la angustia al separarse de sus familiares, el temor a lo desconocido, el hambre, el cansancio, los mareos…
Isabel continuaba relatando su angustiosa travesía; a eso de las tres de la madrugada nos tocó el turno de entrada al barco, éramos 1200 niños, el barco era un carguero francés, pues con su bandera nos tapábamos por la noche las cinco niñas hacinadas en un sofá. Todo el mundo lloraba, gritaba y se mareaba, agobiados por el hacinamiento y el terrible oleaje, el barco navegaba como una cáscara de nuez por el agitado cantábrico rumbo a Burdeos.
En lugar de veinticuatro horas tardamos tres días, más tarde se supo que los fascistas tendieron el macabro plan de hundirnos en alta mar y hubo que cambiar el rumbo hacia un puerto más al norte llamado Saint Nazaire.
Fueron tres días terribles sin comida ni agua…
Llegamos a Saint Nazaire por la mañana y tuvimos que esperar en alta mar al barco soviético que debía venir a buscarnos.
Todos teníamos un aspecto deplorable, el buque soviético llegó por la tarde y subimos casi al anochecer.
Nos dieron de comer una exquisita cena y nos acomodamos a dormir cada uno en un colchón blando y limpio.
Entre nosotros había niños de todo tipo, hasta callejeros de pésimo comportamiento y malos hábitos.
Se burlaban de los compañeros rusos que con tanto amor nos trataban, pese a que el idioma era un impedimento.
Otra niña, Ana, recordaba así su viaje a la Unión Soviética; Aquel trece de junio era tan brillante, tan soleado y el cielo estaba lleno de humo, no se me olvidará, yo viví esa tragedia, Cogimos el barco Habana donde iban niños que se quedaban en Francia, a nosotros nos llevaron a otro barco, el Sontay… Éramos tres hermanos pequeños y yo, además cinco primas por parte de mi madre y un primo por parte de padre. En total éramos diez y yo la mayor… y yo no hacía más que llorar.
Las condiciones del viaje eran malas, íbamos en las bodegas, el mar del norte estaba horrorosamente picado, mirando por el ojo de buey, a veces nos parecía que fuéramos en un submarino.
Eran colchonetas en las bodegas, por supuesto colchonetas en el suelo y por encima unas guirnaldas, pero no de flores, si no de corcho. Era un barco de carga, era chino, nos acababan de poner la película “La máscara de Fu Manchú” y con aquellos chinos con coletas como los de la película, dando vueltas por el barco, teníamos un pánico que no podías ni andar por los pasillos. Yo me acuerdo que siempre me ponía, no sé por qué, en la popa para ver cómo cortaba el barco el agua y a pensar y a llorar, porque de repente me convertí en la madre de mis hermanos.
De las duras condiciones del viaje también nos habla Felipa: “Nos esperaba en el puerto de Bilbao el transatlántico Habana, de un lujo excepcional, pero íbamos como sardinas porque éramos muchos. Nos sacaron de España, diciéndonos que íbamos a estar fuera solo tres meses (…) En Burdeos mis hermanos y yo nos escondimos en una lancha del Habana para volver a España, pero al final nos descubrieron.
Todos los niños íbamos llorando, luego nos montaron en otro barco de transporte, muy viejo, nos dividieron por bodegas, nos pusieron colchonetas y platos de metal.
En el barco había marineros chinos, negros… Íbamos muy asustados, pasamos miedo, el mar del norte con las nieblas y el barco que iba moviéndose con la sirena para no chocar… había tantas olas.
Los recuerdos de los niños más pequeños son, sin embargo, más limitados. Así Begoña Piotrowska, que viajó en el barco Habana con tan solo siete años recordaba; “Cuando se acercaba el viaje, mi alegría se alejaba y cada día era más triste y lloroso.
Yo iba acompañada con otros niños y amigos del lugar donde vivía. Además, me acompañaba una mujer de unos veinticinco años, muy buena amiga de mi madre. Ella se ocupó de mí hasta el momento en que empecé los estudios en la universidad de Moscú, del viaje conservo solamente el lloro y los gritos de los niños.
Otro niño, Carlos Roldán, que tenía solo cuatro años cuando embarcó camino de la URSS, recuerda únicamente la oscuridad del mar y los primeros síntomas de hambre. Pero los sentimientos de angustias del viaje, pronto se disipan al llegar al puerto de Leningrado, donde el pueblo soviético y las autoridades les han preparado un gran recibimiento. Comités de bienvenida, entre los que se encuentran personalidades locales y nacionales, agasajan a los niños españoles con flores, banderas y regalos, mientras la música no para de sonar.
Otro niño, Emiliano Aza comentaba; Al llegar a la Unión Soviética, nos recibieron como si fuéramos héroes que veníamos de la guerra y hubiésemos hecho tremendas hazañas. Nos recibieron en Leningrado con focos, submarinos de guerra y una gran fiesta.
Los niños que le robaron los Republicanos en España a sus padres fueron más de 7.000.
Si veían a un menor solo y por la calle se lo llevaban a un ospicio y allí los retenían y cuando sus padres los reclamaban no se lor entregaban, porque la URSS.necesitaba gente nueva para trabajar.
No fueron recibidos con aplausos, fueron recibidos como mano de obra que tenían que trabajar por su mantenimiento en empresas y en los campos de hecho el 50% de los críos murieron en tres años de pena, frío y hambre.
Sobre todo aquellos que se los entregaron a los campesinos para que le ayudarán a trabajar los campos etc, etc.