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LOS MISTERIOS DEL AMOR

__ Mamá, estoy locamente enamorada y siento al  mismo tiempo

    dolor y gozo. ¿Es que el amor es así?

_ Hija, el amor no es nada. A propósito, ¿de quién te has enamorado?

_ Pues de Jacinto, el hijo del portero.

_ ¡Eres tonta, hija mía! Enamórate de un buen porvenir y déjate de tonterías.

_ No puedo, es a Jacinto a quien amo a pesar de su pobreza, de su falta de hermosura, de su simplicidad, de su mal carácter y de lo enclenque que es.

_ Entonces, hija, vas dada con la vida que te espera al lado de ese fantoche don nadie.

    Así es el amor, incoherencia, contradicción, paradojas y toda clase de veleidades. Pero cuando no hay ninguna cualidad o virtud aparente que atraiga, ¿qué es lo que enamora?  Quizá tenga razón Ortega y Gasset cuando dice que: ”el enamoramiento es un estado de miseria mental en el que la vida de nuestra conciencia se estrecha, empobrece y paraliza; o “un estado inferior del espíritu, una especie de imbecilidad transitoria”. Sin embargo, Platón decía que el amor era un anhelo de engendrar en la belleza y una “manía divina”. Y para Dante el amor es mucho más grande, pues puede mover el sol y las demás estrellas.

         Como se puede ver cada uno opina a su gusto, nadie coincide en sus opiniones en esto del amor. Quizás sea porque es uno de los mayores misterios. Posiblemente el que mejor comprendió el amor fue quien dijo aquello de “Ama y haz lo que quieras” (San Agustín). Tal vez aporte algo de luz sobre el enamoramiento lo que me contó un amigo:

   “Cuando fui destinado como Maestro Nacional a un pequeño pueblo, hace 30 años, me hospedé en una casa particular que hacía de pensión dando comida y cama. Salvo raras ocasiones, los únicos inquilinos éramos el cura y yo. Los dueños de la casa tenían tres hijas verdaderamente guapas sobre todo las dos más jóvenes. La mayor, menos guapa, quedaba en penumbra, era casi nada,  en presencia de las otras dos. Las dos bellas hermanas absorbían toda la atención al primer impacto. Parecían haber sido creadas para exhibirlas ante un público para causar envidia en las mujeres y admiración y deseo en los hombres. Sin embargo, esta clase de belleza terminaba al cabo de poco tiempo aburriendo y cansando porque causaba una especie de “efecto maniquí”. Su belleza era solamente exterior, superficial, sin secretos. Pertenecían a esa clase de mujeres que han nacido para ser buenas amantes pero no para ser buenas esposas y amas de casa. Ellas eran conscientes de su belleza y como tales actuaban y, naturalmente conseguían el efecto deseado de coquetería. Hay que decir a su favor  que a pesar de vivir en un pequeño pueblo tenían una discreta distinción, pero se rendían rápidamente ante los halagos vinieran de donde vinieran.

         ¿Cómo era la tercera hermana? Diría que su mayor atractivo  en aquellas circunstancias era pasar desapercibida, en no intentar llamar la atención por nada. Yo empecé a fijarme en ella al cabo de cierto tiempo, cuando fui descubriendo pequeños gestos de sensibilidad, de ternura, de generosidad, de delicadeza, de prudencia… Y sin darme cuenta toda mi atención se polarizó en ella. Así poco a poco pude captar la belleza de su mundo interior, la serena armonía que regía su vida, el aire maternal y tranquilizador que producía su mera presencia.

         Habían pasado siete meses de mi estancia allí, cuando aquella alma sencilla y sin nada que llamara la atención, sin lucha y sin víctimas había ganado la más grande de las batallas: EL AMOR, naturalmente el mío.

         Mi enamoramiento siguió todo el proceso de  la “cristalización” del que habla Stendhal en su “estudio sobre el amor”, y cuando se produjo la “cristalización” yo empecé a imaginármela envuelta en una bruma romántica de sentimientos elevados y podía estar soñando horas enteras por una sonrisa o un gesto que había visto en ella, y más que posesión física lo que deseaba era la posesión de su alma. Yo la vestía con todas las perfecciones, con todas las virtudes. Y después de 30 años de casados aún me estremezco cuando siento la presión de su mano en su mano, cuando huelo el perfume de su cuerpo o me dirige una sonrisa y me mira con sus ojos color miel.

  Aquellos que nos conocen pensaran:”¡pues no es para tanto!”. Tiene a su mujer idealizada y la adorna con todas las perfecciones. Pueden que lleven razón los que así piensan, pero prefiero oír a Marcel Proust  cuando habla del amor:”la felicidad no existe en la realidad, sino en nuestra imaginación. Quitemos a nuestros placeres todo lo que tiene de imaginación y quedaran reducidos a la nada”. Sin duda, yo tengo una gran imaginación y doy gracias a Dios por  haberme concedido este privilegio.

                   Rogelio Bustos Almendros

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