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LAS BOTITAS DE SATÉN ZAPATERÍA

«Soledad Durnes Casañal nos trae Las botitas de satén, un relato lleno de humor y ternura sobre la paciencia, la vanidad y la importancia de la comodidad frente a la apariencia.»

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Entra una señorita a tomarse medidas para hacerse unas botitas de satén.

El dependiente le dice: “Siéntese bella joven, medida le voy a tomar, por favor quítese el zapatito y enséñeme su lindo pie”.

¡Mas cuál fue el asombro del dependiente cuando el zapato se quitó la señorita! Su pie parecía un membrillo ¡grande y atroz! Tenía sabañones, juanetes y callos, cinco gavilanes y cuatro ojos de gallo, más tenía el pie daleado, con un dedo de menos y el de en medio malo.

El dependiente le dijo: “Mire señorita, he pensado que le sacaré diez cajas de botas para que las vaya probando. Con los pies como los tiene será más fácil comprarlas que hacérselas a la medida, porque será difícil acertar a que le queden bien luego. Se nota que yo  no soy cirujano y será más fácil encontrarlo a prueba, vaya ser que después de todo no le queden bien y halla que hacer otras botitas nuevas y sería una pérdida de tiempo volver a empezar. ¿Le parece bien señorita?”

“Ok caballero, haga usted lo que le parezca más correcto”.

El dependiente sale y le trae diez pares de botitas y le dice: “Señorita, mientras usted se prueba yo iré atendiendo a otros clientes si le parece. Si necesita más me lo dice, yo estoy aquí para ello y dígame los números que necesite conforme se los prueba, porque sus pies la verdad es que son muy dificultosos, no es fácil encontrar zapatos y menos botitas de satén sin conseguir que no le aprieten. Yo, señorita, me encontraría a gusto si usted encuentra algo que le vaya bien”.

“Sí, sí, no se preocupe” dice la señorita y empieza a probarse un par detrás de otro. Unos le quedaban estrechos, otros grandes, otros no le entraban y le apretaban los juanetes y los dedos de martillo se le clavaban pues el material le molestaba.

Al final llama al dependiente para descansar un poco, porque de tanto probarse tenía los pies como tomates y le dolía todo el cuerpo de tanto agacharse y levantarse.

El dependiente con una sonrisa irónica le dice: “¿Señorita encontró lo que buscaba? ¿Algo a su medida?”

La señorita le dice: “Mire buen hombre, estoy ya un poco cansada y no me va bien nada, todos me duelen, aunque mejor me llego mañana y sigo probándome el zapateo este, a ver si consigo encontrar algo a mi medida”.

El dependiente le dice: “Muy bien señorita, cuando usted desee estoy a su disposición y si tengo que sacar cien pares más no hay problema, lo importante es que usted pueda encontrarse cómoda y se vaya contenta y a gusto a su casa”.

Cuando se va la señorita el pobre empleado mira al Cielo y dice: “Señor Dios a mí me gusta mi oficio, pero Dios los milagritos son tuyos, haz ese milagrito con esta linda señorita, ya me trae frito con esos pies pitracosos, feos, ¡horrorosos! Ojalá no se acuerde de esta zapatería, pues difícil va a ser que encuentre zapatitos aviados a su medida”.

 Al día siguiente empieza la nueva función, vuelve otra vez la señorita a probarse más zapatos, solo que esta vez con una venda en la rodilla y un bastón, se había caído por la escalera y le dolía también el pie que se lo había contusionado.

El dependiente le dice: “¿Pero qué le pasó? Señorita era lo que le faltaba”. El dependiente mira al Cielo y dice: “Dios haz un milagrito que hoy tengo la espalda dolorida de sacar tanta caja”. “¿Qué va a querer que le saque hoy para probarse señorita?”

“Pues mire señor, pegué un resbalón, por eso me voy a sentar, no puedo estar de pie y tráigame otras diez cajas de botas del 37. Cogeré un número más a ver si consigo encontrar lo que busco y que sean de varios colores y diferentes modelos, a ver si tengo suerte hoy”.

“Le voy a ayudar señorita un poquito”. Le quita el calcetín que llevaba la señorita y el pie lo tenía reventado del porrazo que se había dado, le dice el dependiente: “Pues menos mal no se ha matado señorita, pero es lo único que le faltaba, ahí le dejo sus diez pares de botas para que se vaya probando. Si desea algo me llama”.

La señorita se queda probándose y al final le llama al dependiente: “Mire usted joven, esto es una aberración, con estos pies míos que dan pavor no hay nada que hacer, estoy pensando que me saque mejor pares de zapatillas para poder andar mejor, desisto de las botitas de satén. Solo por presumir con mi novio que es alto y por ponerme un poco a su altura me voy a hacer polvo los pies”.

El dependiente se echa a reír y dice: “Sí, es verdad que se le van a hacer polvo los pies, es una pena no encontrara las botitas de satén a su medida”.

La señora se queda parada y reflexionando: “Mire usted joven, a veces somos las mujeres tan presumidas que no pensamos en nuestros pies, que son el pilar de nuestro cuerpo. Ya me da igual lo que piense la gente, pero lo importante es que me encuentre cómoda. Mire estas zapatillas, me van bastante bien, son dos números más del que uso y parecen botitas, no son de satén pero ando cómoda. Siento señor haberle hecho perder tanto el tiempo conmigo, pero a lo mejor vengo más despacio otro día por si encuentro unos zapatitos de charol que tengo una boda dentro de poco y claro no voy a ponerme las zapatillas”.

El dependiente se la queda mirando y le dice: “Nada señorita, no se preocupe, yo estoy aquí para atender a mis clientes”.

La señora se va con sus zapatillas puestas y el dependiente le dice: “A disfrutar señorita con sus lindas zapatillas”.

La señora va diciendo: “Tantos años sufriendo por encontrar zapatos con lo fácil es ir en zapatillas. Ya me da igual mi novio si es alto, yo soy bajita pero  por eso no me va a dejar de querer”. Yo creo que esta historia demuestra la paciencia que a veces hay que tener con algunos clientes, pero se demuestra lo que es saber cumplir con la obligación, aunque se están por dentro “cagándose” uno, con perdón, en todo lo que le venga en gana, pero la obligación es la obligación con respeto y educación.

Soledad Durnes

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