LA VIVIENDA
— ¿Cómo puedes pensar que una persona como yo puede residir en un cuchitril tan minúsculo como ese?
— ¿Llamas cuchitril a un apartamento de más de ochenta metros cuadrados, en zona residencial y céntrica?
—Con esa superficie apenas podré moverme.
—Cuando yo comencé mi apartamento no llegaba ni a la mitad de la superficie que este y estaba ubicado en lo que se llamaba el extrarradio, ahora una ciudad dormitorio, a quince kilómetros del centro.
—No empieces ahora con tus batallitas que ya se me sé de memoria toda tu mili.
—No te voy a contar nada, entre otras cosas porque no tengo por qué contarte nada, está decidido, este es tu apartamento, y pasamos a otro capítulo.
—No me digas que te parece bastante con esos miserables metros cuadrados, que no llegan ni a cien.
—Son los suficientes para albergar a una familia con dos hijos. Y tú vives solo.
—Pero tengo una categoría… que por cierto, me diste tú.
—Así es, si te parece mucha tu categoría para vivir en este apartamento, y dado, que como tú mismo admites fui yo quien te elevó a ese estatus, siempre puedo rebajar tu «condición social», y asunto resuelto.
—Me conoces bien, y sabes que mi existencia no tiene razón de ser en otro linaje más que en este.
—Precisamente porque conozco perfectamente tu situación en la sociedad, incluso mejor que tú, he decidido que este apartamento será suficiente para ti.
— ¿Así que crees que este tabuco es lo que merece la más grande de tus figuras?
—Como vivienda, por supuesto, por eso te la he adjudicado. ¿Acaso crees que un profesional de tu clase se merece vivir en el Taj Mahal?
—Eso, en todo caso, lo mereceré cuando haya abandonado este mundo, porque le recuerdo señor erudito que el Taj Mahal, al que se refiere, es un monumento funerario.
—¿Y en qué lugar crees que deberías vivir?
—Hombre, siendo objetivo y pensando lo poco que te cuesta a ti cambiarme de vivienda, creo que lo adecuado para alguien de mi clase, lo ideal sería el ático dúplex de este mismo edifico, el tríplex, para que veas mi buena voluntad, me parece excesivo por el momento, aunque no descarto que pudiera corresponderme en muy poco tiempo.
—Tú, por ti mismo, por tus méritos, no mereces estar ni en un apartamento de cincuenta metros. Aun no has hecho nada para ganártelo. Y ya veremos si lo haces.
—Veo que no me conoces nada bien.
— ¿Vas a enseñar a conocerte a quien te ha parido?
—Hombre, creo merecer algo más, al fin y al cabo voy a ser quien desarrollará tus quimeras, quien hará lo que tú soñaste hacer y no pudiste. Hay un apartamento de ciento cincuenta metros en este mismo bloque, que colmaría mis necesidades… de momento.
—Te ofrecí tener una casa de ciento cincuenta metros, en el mismo barrio en que vive tu compañero de trabajo.
—Sí, pero aquel es un barrio donde hasta el paso del camión de la basura resulta un acontecimiento notable. Está a millones de kilómetros del ambiente.
—Bueno, acepté tu punto de vista y te traje a una zona residencial de alta densidad, en pleno «ambiente» y he cedido en relación al tamaño del inmueble, el que te correspondía según mis apuntes y tenías asignado, en principio, era uno de cincuenta metros.
—¿Y eso te parece honesto para alguien como yo?
—Mientras estés soltero, me parece adecuado.
—No pienso casarme, ni aun a cambio del Palacio de Oriente. O sea que no sigas por ahí y no trates de chantajearme.
—No tengo que chantajearte para nada. Tú te casaras en el momento en que yo lo decida.
—¿Ese es tu tan cacareado talante democrático? Eso no es lo que les dices a los periodistas. Eres un tirano.
—Seré todo lo tirano que tú quieras, pero soy quien decide cada cosa que acontece en tu vida.
— ¿Por qué?
—Porque tú no eres más un personaje de la novela que estoy escribiendo. ¿O no te habías dado cuenta?
Alberto Giménez Prieto