LA PLUMA QUE DESAFIÓ AL PATRIARCADO EN EL SIGLO XIX
Rosario de Acuña (1850-1923), escritora y librepensadora, desafió al patriarcado con su obra teatral y poética, defendiendo la igualdad y la libertad de pensamiento. Ana María López Expósito rescata en este artículo su valentía y legado, que la convirtieron en una de las voces más combativas del siglo XIX.

Según la página de internet Poemas del alma, obras como El padre Juan (1891), La voz de la patria (1893), Sentir y pensar (1884) o Ecos del alma (1876) son las que convirtieron a la escritora madrileña Rosario de Acuña (1850 – 1923) en una de las autoras más relevantes de su época. Es más, fue una mujer adelantada a su tiempo, que luchó por la igualdad entre hombres y mujeres y que no dudó en realizar libros que eran tan liberales como valientes. Nació en España de la segunda mitad del siglo XIX y primer cuarto del siglo XX. Su talante librepensador de ideología republicana y su corta pero valiente y provocadora producción teatral, la convirtieron en una figura polémica y en objetivo de las iras de algunos sectores tradicionales. La hispanista Solange Hibbs-Lissorgues destaca el carácter original y moderno de la obra de esta autora, marcada por un pensamiento utópico que proyecta un horizonte de perfeccionamiento humano. En cambio, el ensayista Luis París la describió como valiente e intelectualmente destacable, aunque afirma que sus opiniones feministas le acarrearon críticas: algunos consideraban que “más que literata para una mujer, era una libre pensadora, y no inspiraba simpatías entre hombres ni mujeres.”
Rosario de Acuña nació en Madrid, 1 de noviembre de 1850, en el seno de una distinguida familia y de la que heredará un título nobiliario, duquesa de Acuña, que nunca utilizará. Sus padres fueron Felipe de Acuña y Solís y Dolores Villanueva de Elices, entregados en cuerpo y alma a su única hija, pues a los cuatro años de edad Rosario de Acuña comienza a padecer los primeros síntomas de una enfermedad ocular que, hasta los treinta y cuatro años, cuando se somete a una intervención quirúrgica, le ocasiona la pérdida intermitente de la vista y grandes padecimientos. Circunstancia que le permitió disfrutar de una educación que trascendía los limitados márgenes que la enseñanza oficial otorgaba a las mujeres. A una edad temprana, el colegio de monjas fue sustituido por una educación poco convencional para las mujeres de la época por las lecciones que en su propia casa recibía de sus padres, y mantuvo un permanente contacto con la naturaleza y frecuentes viajes por la península y el extranjero. Acuña confiaba en la razón, la conciencia moral y el progreso como motores de transformación social. Con apenas dieciséis años, visitó la Exposición Universal de París (1867). Y a su vez estuvo viviendo en Roma, dónde su tío Antonio Benavides era embajador español. Su primera obra de teatro, Rienzi el tribuno (1876)—un alegato contra la tiranía—, cuando la autora todavía no había cumplido los veinticinco años de edad fue un verdadero éxito. El público asistente y críticos como Clarín o venerables dramaturgos como José Echegaray o Núñez de Arce, le dieron su aplauso. Sin embargo, su obra «El padre Juan» (1881), una crítica feroz a la hipocresía religiosa, fue prohibida tras su estreno y provocó un enorme escándalo que la obligó a retirarse de la escena pública madrileña. A pesar de todo, en la primavera de 1884 se convirtió en la primera mujer que realizaba una lectura poética en el Ateneo de Madrid. En alguno de sus artículos escribió: “Los pueblos ignorantes son rebaños fáciles de conducir al matadero”, “A la mujer se la tenido por esclava; es hora que se la reconozca como ser humano”, “La libertad no se implora, se conquista”. Lo cierto es que estas frases condensan su espíritu vanguardista que la convirtió en una de las voces más incómodas y brillantes de la época.
Las primeras muestras de su producción literaria hay que situarlas en estos años, cuando aparece publicada en París, 1873, una pequeña obra dedicada a Isabel II, exiliada en Francia en aquellos tiempos, Un ramo de violetas. A esta primera obra le sucede la publicación en La Ilustración Española y Americana, 22 de junio de 1874, de “En las orillas del mar”, extenso poema que será incluido más tarde en Ecos del Alma y que debió alcanzar cierto éxito, pues le facilitó publicar numerosas composiciones en prestigiosos periódicos madrileños –La Iberia, La Mesa Revuelta, Revista Contemporánea, El Imparcial– durante el periodo de 1874 a 1876. Escribió cientos de artículos en publicaciones como «El Noroeste» (Gijón), «Las Dominicales del Libre Pensamiento» (Madrid) y «La Luz del Porvenir».
Sus primeros textos fueron poemas. En este sentido, hay que exponer que los críticos consideran que tenía unas grandes cualidades para la poesía, aunque es cierto que con lo que más triunfó fue con el teatro. Les muestro un fragmento de un poema de 1870: A la primavera: “! Salve, estación hermosa/de aromas y de luz siempre vestida! /! Salve, madre del sol, madre de vida. /corona de placer, reina de amor.”
Paralelamente al éxito de su obra Rienze el tribuno, da la impresión, que consigue un éxito en lo personal al contraer matrimonio con el joven militar don Rafael de la Iglesia, teniente de infantería perteneciente a la burguesía. No obstante, el matrimonio duró solo tres años debido a las infidelidades de su esposo acabó abandonándolo a pesar de ser algo impensable en la época. Quedando Rosario instalada en Pinto, la escritora, que comienza a percibir la ciudad como un lugar de intrigas, hipocresía y ambición, se mostraba partidaria en estas fechas de vivir en contacto con la naturaleza, aspecto que se refleja en la sección fija –En el campo-que inicia en 1882 en El Correo de la Moda y en sus folletos Influencia de la vida del campo en las familias (1882) y El lujo en los pueblos rurales (1882).
A tenor de lo indicado anteriormente a lo largo del artículo, todo apunta a que durante estos años Rosario de Acuña se perfila como una de las escasas escritoras del siglo XIX que conoce el éxito, que logra abrirse camino en el exclusivo ámbito masculino de la literatura. La escritora recibirá un nuevo e inesperado golpe con el fallecimiento de su amado padre en 1883. Circunstancia que propiciará el viraje en algunos de sus escritos de estas fechas, como la inclusión en Tiempo perdido de artículos como “Los intermediarios”, clara denuncia a la frivolidad de sus contemporáneos y al falso valor de la apariencia, y “Algo sobre la mujer”, donde se sitúa a favor de la igualdad entre sexos, al lado de cuentos y relatos intrascendentes. Los últimos años de su vida los pasó en una casa que se construyó en un acantilado en la zona de Gijón. Vivienda que, en la actualidad, ejerce como escuela taller.
Aunque silenciada durante décadas, especialmente tras la Guerra Civil, su figura y su obra han sido rescatadas y reivindicadas por la historiografía feminista y los estudios culturales modernos, que la sitúan donde siempre debió estar: en la primera línea de los intelectuales críticos de la Restauración borbónica.
Dedico estos versos de mi autoría a esta mujer heterodoxa de España, librepensadora:
DE LA GLORIA AL OSTRACISMO
Notoriedad insurgente, inamovible
mujer de atalaya encendida.
Sembraste dignidad
como antorcha compartida,
alzaste la pluma contra la opresión.
Mujer sin miedo, madre de la idea,
profeta de igualdad, fe verdadera;
tu verbo marcó la vida
de un mañana humano.
Tu verbo vibra, eterno, en la marea.
España recuerda tu bandera noble-justiciera.
Rosario Acuña, fuerza y razón,
retó al dogma, al yugo, a la sumisión;
retaste a la oscuridad que a damas esclaviza.
Hiciste del teatro revolución
y de la palabra llama encendida.

